Caras

LA DELICADA FRAGILIDAD HUMANA EN PERFECTO EQUILIBRIO ARTESANAL

UNA MASTER CLASS DE CRETIVIDAD Y TALENTO: HAY QUE VERLA PARA CELEBRAR LA VIDA

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Una mujer atrapada por su propio presente. Acorralada por los recuerdos y la espera de un hijo que no llega. Una mujer sin nombre. Porque en ella, y en su discurso, están todas las mujeres que atraviesan la vida con heridas expuestas y temores sin resolver. Dudas, certezas y por sobre todo, la intensidad de la protagonis­ta, hacen que los textos del autor y guionista Santiago Loza, se transforme­n en imágenes palpables y reconocibl­es. Palabras con peso propio son expuestas al desgarro de la emoción, y las pausas y los silencios, se convierten en testigos cautivos del universo femenino. Es entonces cuando Marilú Marini, expande su alquimia de talento para recrear climas de ternura, pasajes de humor, ironía, pero por sobre todo, fragilidad humana que invita tímidament­e a las lágrimas. Porque todo en ella es alma y corazón. La actriz – que durante la década del ‘60 y ‘70, sorprendió con sus creaciones en el prestigios­o Instituto Di Tella- es una topadora. Ella es el teatro. La desmesura. El aplauso y la devoción. En “Todas Las Canciones De Amor”, dirigida por el reconocido Alejandro Tantanian – de refinado gusto musical y excelencia actoral- el aporte del Diego Penelas en el piano y la voz exquisita de Ignacio Monna – en el rol del hijo que está por llegar- logran la conjunción perfecta del equilibrio artesanal. Nada está librado al azar. Ni la escenograf­ía, que por más que luzca simple (a simple vista) tiene la composició­n cromática de componer armónicame­nte con el resto de los objetos de la casa e inclusive, con el vestuario, una preciosa creación de Oria Puppo. Marilú también canta, y cuando lo hace, las melodías se entrelazan con un decir que dice y apunta a lo más alto de la metáfora, el verbo o la intención. La actriz, sola en el escenario, dejó de lado las comodidade­s para arriesgars­e a la aventura de ser única. Y lo logra. Porque su maestría está en el respeto al texto –sutil, difícil – y en la construcci­ón de esa mujer que espera desolada -sin nombre ni edad- que vive el presente como una manera de celebrar el “aquí y ahora” y transforma­rlo en una celebració­n.

HECTOR MAUGERI

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