Caras

“QUIERO UNA MUJER QUE SEPA VALORAR QUIEN SOY”

MATIAS ALE, RENOVADO Y SOLITARIO, EN MENDOZA

- Por Gaby Balzaretti

En la inmensidad del paisaje sólo se escucha el rumor del río Atuel que, rebelde y encapricha­do, corre presuroso por su lecho de piedras. Y en su vertiginos­a carrera sólo convive con los sonidos de la Naturaleza. El gran espejo de aguas esmeralda es custodiado en sus márgenes por una verde y frondosa vegetación. Allí, en San Rafael, encontró su mejor refugio Matías Alé (39). La tranquila ciudad mendocina de 120 mil habitantes le dio la paz que durante tanto tiempo buscó en la gran city porteña. Allí también volvió a trabajar y regresó al teatro. Lejos de la vorágine y de la vida apurada, hoy vive una realidad muy diferente.

“Acá volví a ser feliz. Estoy muy tranquilo y me siento bien. Vivo en un hotel; en el que cada mañana me despierto a las 10 y me traen el desayuno a la cama. Tomo mis pastillita­s, hago un poco de fiaca, leo o miro tele y me vuelvo a acostar hasta el mediodía. Después voy a la pileta de un hotel que está a la vuelta del que yo vivo y allí paso muy ‘tranqui’ la tarde. Hago muchas notas para medios de acá y, algunos días, cumplo con mis rutinas de ejercicios. Ya que debo recuperar la motricidad que perdí por estar durante tanto tiempo estático. Por eso hago un poco de máquinas para ir volviendo a poner en forma mi físico. Y luego vuelvo a hacer una siestita, la que yo llamo ‘la siesta de las Cocotte’ —que eran las que hacían las mujeres de vida licenciosa, en París, para estar descansada­s a la noche para recibir a sus amantes—, hasta la hora de ir, caminando las seis cuadras hasta el teatro, durante las que hago un pequeño descanso para tomarme un yogurt y hablar con la gente. Porque eso es lo más terapéutic­o... El amor que me da la gente que se me acerca, es mi mejor remedio. Y era lo que más extrañaba en mi ostracismo. Sentía la gran necesidad

de volver a estar en contacto con la gente”, cuenta un Matías tranquilo, muy relajado. Se muestra disfrutand­o de este presente que siente como una “segunda oportunida­d” que le brindó la vida. En el teatro “Roma” cada noche se presenta junto a Alejandra Majluf, Belén Francese y Alvaro Navia, con GRG Produccion­es, la obra “Mr. Amor, casi casi un Galán”.

“Regresar a trabajar, y en este teatro, fue maravillos­o. El productor, Gabriel García, tenía esta obra para mí desde el año pasado. Pero yo tuve mi recaída y él y el elenco me esperaron todo este tiempo. Por eso les estoy inmensamen­te agradecido. Además, a este teatro, increíblem­ente, yo venía con mi papá y mi hermano, cuando éramos chicos y pasábamos para ir a esquiar al sur. Parábamos un par de días acá y en el cine Roma veíamos las películas de Disney. Por eso también tiene una gran carga emotiva. Aquí me volví a encontrar con aquel niño que fui y con mi papá que ya falleció. Y, como si fuera poco, en el mismo lugar tuve mi debut teatral, el 18 de agosto de 2005, con la comedia ‘Fifty-Fifty’, con Graciela Alfano y el ‘Tano’ Ranni. Son demasiadas ‘causalidad­es’ que las vivo con mucha emoción y alegría”, cuenta con voz pausada pero con el mismo brillo de aquel torbellino que supo ser. Hoy sus días transcurre­n dentro de una tranquila rutina en la que, cada quince días, debe viajar a Buenos Aires para mantener una entrevista de control con su siquiatra y su sicólogo. En San Rafael está solo. Su madre (“¡Esa sí que es una loca linda!”, confiesa con una gran carcajada), su hermano y sus incondicio­nales amigos lo visitan pero el amor, asegura, aún sigue teniendo una gran deuda con él.

“¡Estoy solo! Sin ninguna mujer a mi lado. ¡Muy solo, de verdad! En realidad estoy cien por ciento abocado al laburo. Pero tengo unas enormes ganas de estar bien con alguien. El tema es que, después de tanto tiempo, ya me acostumbré. En todos estos meses solitarios también aprendí a estar solo. Cosa que antes no sabía. Yo era muy enamoradiz­o, entonces no pasaba ni un día solo. Siempre estaba acompañado por alguien. Aunque, si soy sincero, nunca se aprende a estar solo. Uno viene a este mundo para estar con alguien, junto a alguien. Es un estado natural del hombre y, cuando no lo lográs, te engañás un poquito diciendo que estás muy bien solo”, asegura ref lexivo, íntimo, casi como desnudando su alma.

Orgulloso del éxito que está protagoniz­ando en Mendoza, a la que cuenta ya posicionar­on como la “tercera plaza teatral del país”, y feliz por también haber retomado sus movidas solidarias ayudando, con el teatro por ejemplo, a un Centro Odontológi­co para niños carenciado­s, siente que su escandalos­a separación de María del Mar Cuello Molar (25) ya es parte de su enterrado pasado.

“Con María ya estamos divorciado­s desde hace un largo tiempo. Para mí es una historia que pude terminar bien. Fue muy buena. Con mucho amor pero cada uno hizo lo que pudo con ella. Fue una situación que se nos escapó de las manos. Estábamos muy felices pero a los dos nos desbordó la situación. Tardé un tiempo en restablece­r mi estado emocional pero ya todo es parte del pasado. Hoy ya siento que no tiene ninguna trascenden­cia. Ella es chica y tiene que seguir adelante con su vida. Es una mujer muy bella y tenía que rehacer su vida. Por eso estoy contento que haya encontrado lo que buscaba en Lucas Velazco (24) —quien paradójica­mente, según aclara con humor, también fue novio de Silvina Escudero cuando se separó de él—. Hoy con todas mis ex mantengo una muy buena relación. Con María yo no tengo ningún resentimie­nto. Simplement­e quiero encontrar una mujer que sepa valorar quién soy y lo que doy… Cosa que hasta ahora no logré evidenteme­nte”, concluye un nuevo hombre llamado Matías Alé.

“Con todas mis ex tengo buena relación. Y con María no tengo ningún resentimie­nto”.

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A los 39 años se instaló en San Rafael para allí retomar su trabajo en el teatro “Roma”. Solo, lejos de su pasado y de su enfermedad, el actor pudo reflexiona­r sobre su presente y planificar una nueva vida y hasta algún nuevo amor.
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Firme, en lo alto del Canón del Atuel, Matías Alé dice que siente que la vida le dio una segunda oportunida­d y asegura querer aprovechar­la para hacer las cosas bien.
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