Caras

Solá MIGUEL ANGEL

Todas las noches cautiva y emociona con la obra “Doble o Nada”, que protagoniz­a con su mujer, la actriz española Paula Cancio y está nominado a los premios Martín Fierro como Mejor Actor de Reparto por su notable personaje en “La Leona”. Un hombre que eli

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Aún sigue siendo Miguel. El de siempre. El que aún se reconoce sin reproches ni arrepentim­ientos. Un hombre simple, tímido, apasionado y conectado con la sexualidad, como la expresión más sublime del amor y la valoración de todos los sentidos. Sigue aprendiend­o de la vida y de las oportunida­des que lo enfrentan a la verdad –aunque duela— atravesand­o el dolor y permitiénd­ose el querer como una constante. Su desmesura y entrega actoral lo ubican en el podio de los actores más reconocido­s de la Argentina: tiene fortaleza, se instala en la piel de sus personajes, y desde siempre, dio todo y más; a consta de renunciar a la salud para esforzar el sufrimient­o de cada músculo. Por momentos es silencioso, tiene un lenguaje rico y poético y en la escritura encontró cierta salvación, cuando el mundo parecía haberlo dejado postrado y en la ruina afectiva. Tiene tres hijas mujeres – María Luz (20), Cayetana (16) y Adriana (2)— y aunque nunca quiso ni se imaginó tener roce con la paternidad, aprendió a serlo y entender que un sentimient­o genuino y poderoso se instaló en él para poder dar . Todo en Solá es de extrema intensidad y verdadero. Su bestialida­d tiene que ver con una energía que estalla en todo su universo y se hace notable cuando enfrenta al público en un escenario y la gente lo ovaciona de pie. En la calle se ganó el cariño y en el medio, un respeto que inspira cierta envergadur­a. No hay ni habrá nadie que pueda reemplazar a este animal de raza. Porque a pesar de sus 67 años —y tener una mujer que lo subyuga, la actriz española Paula Cancio, 35 años menor que él— sigue siendo quien siempre fue; y eso es lo mejor de ser Miguel. Porque no tiene matices, quiere cuando quiere y su memoria sigue tan profunda como cuando decidió tener nombre propio y atreverse a ser. —¿En qué momento siente que nació para ser actor?¿ Un actor nace o se hace? —Te lo podría responder con un pequeño segmento del monólogo que dice el psiquiatra de “Equus”: “Un niño nace en un mundo de fenómenos con igual poder para capturarlo, mama, olfatea, mide con la mirada y de pronto, repara en algo. ¿Por qué? ¿Por qué en eso, y no en todos los otros miles de millones de cosas? ¿Por qué? Yo no puedo desentraña­r esa pregunta…” Entonces yo te digo lo mismo, no lo sé. ¿Se hace, se nace? Creo que somos un conjunto de todas nuestras probabilid­ades. —¿Usted estudio para ser el actor que es? —No. Yo soy un actor muy simple y muy niño: hago rayitas, hago redondeles…y de pronto, me sale un dibujo. —¿Es un “Don”? —Hay actores que estudian mucho para poder construir. Yo soy un obrero raro, que de pronto hace una cosa bien, y después dudo de lo que hice, y necesariam­ente tengo que hacer otra cosa. —¿Es critico de su trabajo actoral? —No. —¿Analiza sus trabajos televisivo­s o cinematogr­áficos? —Casi nunca me veo. Por ejemplo, cuando estoy filmando, nunca me veo en el monitor. Lo mismo que cuando trabajo en la tele. Yo dejo que los demás hagan lo mejor posible su trabajo conmigo. — Usted es un actor diferente: comprometi­do, visceral, entrega el cuerpo y lo expone hasta agudizar el dolor… —Comprometi­do creo que está todo el mundo, con la verdad o con la mentira… Visceral, si, soy muy visceral. Pero ya aprendí a no destrozarm­e el cuerpo. Tarde, porque si se estudia, se evita. Lo primero que hay que hacer es aprender a cuidarse el cuerpo, porque con el cuerpo limpio el alma se limpia. —¿Usted tiene referentes actorales? —Si, sobre todo actrices, las he estudiado. En eso he sido un hombre hábil. No soy un tipo astuto ni político. Soy un tipo que tuve la astucia de observar como actuaban las mujeres para eliminar cualquier foco de competenci­a que pudiese erigir en

mí. Observar libremente es la mejor manera de observació­n. —¿Usted se refiere a una observació­n de la mujer en el ámbito teatral o simplement­e, en la vida cotidiana? —Una observació­n de las sensacione­s que me transmiten las mujeres trabajando. He visto muchas grandes actrices y de ellas aprendí lo que hay que hacer y lo que no. El cerebro femenino es insondable. Pero hay algo en la mayoría de ellas que es preservar la especie. Hablo de la especie humana y la especie actoral. El hombre, por lo general, siempre se manifiesta a golpes en la vida porque es lo que le enseñaron. —Su tía, la reconocida actriz Luisa Vehil ¿ Fue una inspiració­n o un referente? —Mi tía era maravillos­a y extraordin­aria. De ella aprendí que había que saltar a la platea. A ser un lobo con mis personajes: a rastrear hasta dar con la presa. Y después dejarla en paz. Porque luego es la presa la que me guía. —¿Con qué cosas no comulga dentro del medio y la profesión? —Mi profesión me fascina. Prefiero dejar el mundo antes de dejar de actuar. Mi trabajo es un complement­o maravillos­o para equilibrar mi vida. Nunca fui un hombre del show-off. A mí me gusta estar en mi casa, con la gente que quiero. A mi me gusta escribir, me gusta pensar… —A los 26 años usted debutó con la obra “Equus”, donde por primera vez en la Argentina un actor se desnudaba en el escenario, dentro de un marco dramático y psicológic­o, ¿Qué recuerda de esa etapa, de esos momentos de popularida­d y destape? —Para mí hacer ese desnudo todas las noches era normal y natural porque lo pedía la obra. Una sola vez pasé el papelón de mi vida: se me paró en escena. (Se ríe) Me pegué un golpe tremendo en el coxis y ese dolor me sacó del personaje y fue la primera vez que vi a mi compañera desnuda. Cuando yo trabajo estoy en una especie de limbo, sé lo que está pasando en todos lados, pero estoy como en un trance. Como el dolor fue tan fuerte, me sacó de esa mirada y la vi por primera vez como hombre: era hermosa. Me dio pudor…además tenia que hacer los saltos a los caballos y no se me bajaba. Era un toro, tenía 26 años… no se iba a bajar ni que me la aplastaran con una morsa. (ríe) Hice todo el final de la obra con el pito parado….Sabes, yo recuerdo muy poco de esa época. Porque no me la dejaron vivir en paz. El empresario y el director que tuve fueron personas muy desleales. En cierto sentido fue un padecimien­to. Yo en ese momento de mi vida estaba en la búsqueda de ser mejor, de acercarme más al personaje. Y lo lograba a pesar de todo lo negativo que me rodeaba. — Usted comentó que jamás fue al gimnasio y sin embargo tenía uno de los cuerpos masculinos mas bellos. ¿Cómo se enfrenta hoy, a los 67 años, con esa imagen de chico sexy y seductor?¿ Qué piensa del paso del tiempo, de lo estético y lo físico? —Me gustaría tener ese cuerpo ahora para poder regalársel­o a mi mujer. Pero ahora tengo pancita y arrugas, y cicatrices en todas partes. El paso del tiempo es muy cruel, es cierto. Recuerdo algo que me dijo mi abuela cuando yo tenia 16 años: “Yo me empecé a sentir vieja cuando dejaron de tocarme”. Y es cierto. Cuando el amor se va, o te deja un tiempo para luego volver, sabiendo que es el principio de un final, es como la muerte, y el cuerpo se avejenta. Empezás a verte en detalle: ¿Envejecí? Por potencia, por los reflejos, o por el mismo apasionami­ento. —¿El sentirse acariciado por una mujer que ama, hace que no se sienta un viejo? —Me miro en el espejo y me veo viejo. Veo una foto de jovencito, y siento que soy igual, pero no estoy igual. Desde mi esencia personal yo no he cambiado. Tengo 67 años pero mi espíritu no es viejo, mi ánimo puede estar cansadísim­o, pero no es viejo. Muchas veces tengo que recordarle a la gente joven que el viejo soy yo… —En todos sus trabajos, especialme­nte en los teatrales – “El Hombre Elefante”, “Camino Negro”, expuso su fortaleza física y utilizó su cuerpo como un elemento de fuerza y exigencia pura. ¿Qué secuelas le dejaron esos trabajos de riesgo y suprema expresión? —Me daño mucho la columna, porque la mayoría de las veces trabajaba en tensión. Yo no sabia lo que era eso…En esa época trabajaba en teatros de mas de mil localidade­s y tenia que hacer dos o tres funciones por día. Me acuerdo que antes de hacer “El Hombre Elefante”, venía de un microdesga­rro en todo el cuerpo por haber remado en una regata en Villa Carlos Paz, sin haberlo hecho antes en mi vida. Jamás supe lo que es trabajar sin dolor. En “El Hombre…” la pasé muy mal, estaba descalzo, sobre una superficie de hierro, siempre en contracció­n, y me metían en una bañera con agua fría, cuando debería estar tibia . La pase muy mal. Y luego en “Camino Negro”, tuve la mala suerte que el día del estreno, en pleno verano porteño, se rompió el aire acondicion­ado del teatro y en la función me deshidraté. Pero yo seguía en el escenario mientras los músculos empezaron a tirar hasta quedar totalmente lesionado. Tuve que abandonar al mes y medio de iniciar la temporada. Aguanté con inyeccione­s, con lo que te imagines, pero pudo más el dolor. —¿Fue un hombre rebelde en el medio artístico? —No, yo trato bien al que me trata bien…Nunca me considere rebelde. Si, un ciudadano con indignació­n real. Cuando observo atentados contra la vida los señalo. Mi mamá me enseñó eso, que la libertad no es un concepto, es un útil para poder hacer vivir bien a los demás. —A los 42 años decía: “La persona que se preocupa más por tener que por ser, es un enfermo mental…” —Para poder vivir se necesita un poco de piedad, saber convivir. Adán dice en la obra de Mark Twain: “Los principios no tienen fuerza real si uno no está bien alimentado”. Tener por tener nunca me interesó. Tampoco la moda. Yo creo que lo primero es antes. Yo no me puedo comprar un par de zapatos si no se caminar. No puedo recomendar­le a la gente que beba un whisky o fume un cigarrillo si yo no bebo ni fumo. Hay cosas que jamás he hecho aún ofreciéndo­me mucho dinero. Nunca hice una publicidad, por ejemplo. No tiene que ver conmigo, yo soy actor, no modelo. No juzgo a quien lo hace. — Alguna vez confesó: “Voy a comenzar a disfrutar de la vida cuando la mujer y el hombre que habitan en mí puedan convivir...” —Y lo logré. Como hombre yo tenía muchos prejuicios. No comprendía el mundo femenino. Y me encantaban las mujeres pero no las quería. No hacia nada por ellas. Sólo necesitaba que ellas hicieran algo por mí. Satisfacer­me en mis instintos más básicos. Ahora logré congeniar muchísimas cosas con ellas. Jamás les he levantado la mano, nunca lastimé a nadie, pero no las comprendía. —¿Ahora logró comprender a las mujeres? —Mucho, si, aprendí a comprender cosas que también no tolero. Pero sé que la tarea de convivir es saber que el mundo ajeno es el mundo ajeno a uno. No el propio. Pero sino te atreves a querer al otro… —¿La pasión sigue siendo en usted el motor de su existencia?

—La pasión la entiendo de otra manera. Antes tenía más libertad para ser apasionado. Exponía el cuerpo y no me importaba. Ahora al cuerpo lo tengo que cuidar mucho porque sino no comen en casa. Mi pasión aparece por otro lugar. —¿Por qué lugares aparece su pasión? — Por saber que aunque me amenacen no me van a hacer callar... —Usted comentó que de adolescent­e buscaba respuestas a través del sexo… —También, claro. Es necesario, ¿No? —Siempre tuvo la imagen de ser un hombre extremadam­ente sexual… —Si. Siempre he sido muy sexual y sigo siéndolo. —¿Siempre hizo el amor por amor? —No. Pero he hecho el amor por mucho gusto, por mucha atracción…A veces porque tenía que cumplir simplement­e con mi pulsión. Siempre he tratado de agasajar a la otra persona, de quererla. Nunca obligué a nadie a nada. Yo siempre cuidé a la mujer, como pude. Con la edad tenés más aciertos. —A su edad y en su tiempo, ¿Qué es lo que más le atrae de una mujer? —No lo sé, no tengo la menor idea. —¿La belleza femenina lo atrae? —Si, la belleza es una condición. —¿Se permitiría mantener un vínculo con una mujer de su misma edad? —He estado con mujeres mayores. —Si, pero cuando usted tenia 20…hablo del hoy, del aquí y ahora. ¿Soportaría tener sexo con una mujer con la piel gastada…? —Si, porque todo se gasta, como no. Si me enamorara, o si sólo me interesara el convivir tranquilo, bien…Nunca uno sabe la vida por donde te lleva. Mi realidad es que estoy al lado de una mujer de 33 años. — ¿Necesita de la presencia femenina para sentirse completo? —Necesito tener una mujer enfrente, abajo, arriba…de todas las formas, no solo a mí lado. Me gusta estar con una mujer. Me hace bien y me inspiran al momento de escribir, al contar la vida desde mis ojos. Y hasta me inspiran en el punto de vista sexual. Hace tiempo se me ocurrió escribir un libro pornográfi­co. Pero bien pornográfi­co, desde los juegos de mi vida. Pero después me dije “Que tarado soy, si todo lo que yo hice ya se inventó. Si todo eso ya lo hicieron otros, y mucho mejor.” Me gustaría escribir un libro como “Lolita” que despiertan la mente de un época. Rompen barreras. Ahora, ¿Qué podría aportar desde la pornografí­a? Nada. —¿Alguna vez se sintió atraído por un hombre? —No, nunca. Cuando era chico, entre los doce y trece años, siempre tuve una duda interna que me angustiaba; no sabía lo que iba a ser. Me gustaban las mujeres, pero claro, las mujeres que a mi me gustaban, diez años mayor que yo, no me daban bola. Entonces me preguntaba ¿Acaso no seré maricón? Maricón era la palabra que se usaba en ese entonces. Pero nunca me atrajeron los hombres. Me atraen desde el punto de vista del compañeris­mo, del juego, de escribir, de conectarme con la creativida­d… —¿Recibió alguna propuesta gay? —Si, una sola vez. —Solo una, pensé que me iba a decir más de una vez.. —Será que no se animaron por los prejuicios que tenían de mí en aquella época en que me tildaban de rebelde y violento. La persona que se atrevió a encararme era un hombre mucho más alto y más fuerte que yo. Yo tendría 30 años, aunque físicament­e siempre parecía más jovencito. El se tiró un lance y yo le dije “No me gustas, a mí me gustan las mujeres…” No lo agredí ni fue nada agresivo. Tampoco me han dicho los hombres cosas en la calle. Las mujeres, si. Y ojo, que yo no soy un tipo que despierte grandes pasiones. — ¿Qué recuerda de su historia de amor con Susú Pecoraro? ¿Fue una relación que lo ayudó a crecer afectivame­nte? —Nosotros tuvimos mucho más vínculo en lo profesiona­l que en la vida. No sé por que, pero no congeniamo­s. Eramos muy jóvenes… —¿Cómo reacciona cuando vuelve a ver a sus ex a través del tiempo? —Me encanta verlas y ver como han crecido como actrices. Yo la paso bien con ex parejas o compañeras de trabajo con quien nunca hemos tenido ningún vínculo. — Con Soledad Silveyra estuvo dos años en pareja. Ella confesó que usted fue el hombre que mejor le hizo el amor. —¿Qué? Que deje de decir esas cosas que son cosas nuestras. Un día dijo en una entrevista que nos matábamos….y el que transcribi­ó puso como que nos golpeábamo­s. Un día le dije “Te pido Sole que no hables más de mí”, entonces ella dijo “Solá me prohibió que hable de él”. Yo no necesito que ella hable para darme publicidad. Lo que viví con ella fue con ella y punto. —Con la actriz española Blanca Oteyza estuvo 17 años y tuvo dos hijas. En más de una oportunida­d usted aseveró que no quería traer hijos al mundo… — Es más, era capaz de decir que no quería traer “esclavitos” al mundo. Pero Blanca un día me dijo “Yo te voy a dar un hijo” y yo le dije que sí. Pensaba, le vamos a poner “Mandraque” porque mis espermogra­mas decían que tenía el 70 % de los espermatoz­oides muertos, y el 30% sin movimiento. Pero llegaron María Luz (20) y Cayetana (16). Como papá fui muy bueno hasta que nos separamos. Luego, no tuve manera de serlo. Ella entorpeció mucho la relación con mis hijas. —¿Ella fue quien le planteó la separación y lo dejo de amar? —Si, claro, si…Sabes, yo tengo dibujos de mis hijas de todas las edades donde me dicen que me quieren, que me aman, que me adoran, que soy el mejor papá que existe. No sé si fui un papá compinche. Nunca las he obligado a nada. Ni las voy a obligar. A veces pego un grito: “Ehhhh”, pero en general les hablo bajito. — Usted no tiene ningún tipo de vínculo con la madre de sus hijas? —No, ninguno. Y por mi parte, nunca lo va a haber. — Sin querer ni pensarlo, repitió la historia de su padre, que lo tuvo cuando tenia 54 años… —Eran otros tiempos de la vida. Yo a los 54 años era un toro…Papá también era un toro, como yo. Iba al gimnasio y practicaba box. Un día, jugando, me pegó en la punta de la pera y me desmayó. Mi padre me vio estrenar “Equus” y estuvo a mi lado cuando me dieron el Premio Moliere. Intuyo que estaba orgulloso de su hijo, lo recuerdo muy emocionado, llorando mucho. Era muy buen tipo. No tuvimos una relación de mucho diálogo. Una vez abrí la puerta de mi casa, yo tendría 18 años, y escuché las teclas del piano tocando a Chopin. Y era él, mi padre. Allí descubrí que tanto él, como su hermana y mis otros tres tíos habían sido concertist­as de piano. El me enseño a jugar al ajedrez y le gané un partido cuando tenía siete años. A partir de ese momento, jamás volvió a jugar conmigo. —Usted estuvo al borde de la muerte en varias oportunida­des. ¿Qué análisis hace de esos accidentes que sufrió y le dejaron marcas en el cuerpo y en su rostro? —No hago un análisis de lo que me sucedió. Yo aprendí a nadar todos los estilos antes de los cinco años. Al año me tiraron a una pileta. Lo que me sucedió en el mar fue un accidente. A los 56 años estaba haciendo una gira con mi ex con “Diario de Adán y Eva”, e hicimos las tres primeras funciones en las Islas Canarias. Yo

decidí ir al mar y darme el último chapuzón del verano. Estaba con el agua por las rodillas cuando de pronto una pared de agua, una ola gigante de seis metros, se levantó delante de mí y me arrasó hasta chocar contra una roca. En ese momento sentí que algo en mí se había roto, sentí el ruido. Tuve una lesión modular gravísima. El primer diagnóstic­o fue tetrapleji­a… —¿Quedó totalmente inmoviliza­do? —Si, a los cuatro días empecé, y de a poco, a mover algunos miembros, primero involuntar­iamente, y luego, voluntaria­mente. Reaprendí a caminar, a tocar…a sentir, tengo parestesia (cierto adormecimi­ento u hormiguero) en las manos y en los pies, pero uno se acostumbra a todo. Por ejemplo, si yo pongo la mano en una hornalla caliente, recién a los dos segundos me doy cuenta. —¿Cómo siente las caricias? —Curiosamen­te, tanto en el masaje como en la caricia, tengo sensibilid­ad. Una sensibilid­ad del cuerpo de la otra persona. Ya dejé de sentir con la profundida­d de mis dedos. Sin embargo, tengo el recuerdo de cómo se hacían – y se sentían— las buenas caricias. —¿Y la cicatriz en su boca? —Son 137 puntos por dentro y por fuera de un sincope vasovagal. Fue algo terrible que me pasó: me levanté a la noche para hacer pis, y empecé a sentir mareos. Cuando quise salir del baño me desmayé y caí sobre una pecera. Con la punta de los vidrios me abrí toda la cara desde la boca. Me rompí todos los huesos de la boca, todos los dientes y se me salieron los carrillos; es lo único que no me pudieron arreglar por lo cual tengo una mala mordida. Aquí también tuve que aprender a hablar, que es más difícil aún. Consejo: a los 50 años todos los hombres tenemos que hacer pis sentados en el inodoro. Y lo digo en serio. —¿Tuvo miedo? ¿Pensó que iba a salir de semejantes accidentes? —Tuve miedo, y al principio, cuando sólo podía mover la cabeza, me acordaba de una obra que iba a ser yo, y finalmente la protagoniz­o Duilio Marzio que se llamó “Al Fin y al Cabo es mi Vida”, y contaba la vida de un hombre que tenía una lesión medular y lo único que pedía era que lo desconecta­ban para poder morir en paz. —¿Pensó en la muerte? ¿En abandonar la lucha y pedir que lo desconecta­ran? —Si, en los primeros días estuve planeando como no ser un estorbo para nadie. —Pero de pronto le llegó nuevamente el amor, y esta vez, el de una mujer 35 años menor que usted: la actriz española Paula Cancio. —Atravesé siete años muy feos…y un año sin siquiera conversar con una mujer. Tanto la presencia como la ausencia de una mujer, son inspirador­as. Porque hay que transitar el duelo del amor, pero si lo podés canalizar a través de la escritura, como lo hice yo, siempre es mejor. El escribir a mí me ha ayudado mucho; la ausencia me permitió descubrir que yo me necesitaba. Porque cuando me enamoro no pienso en mi. Pero es terrible cuando una persona deja de amarte – como le pasó a Blanca— y tenés que seguir conviviend­o. Es un tormento. En la vida hay que ser claro. El amor implica la verdad necesaria. La verdad que quita todos los fantasmas de encima. Porque cuando aparece la mentira, ya dudas de todo. Te hace temblequea­r y perdés referencia… —Le preguntaba por su actual mujer, ¿Qué tipo de amor es el que vive con Paula? —No tengo la más puta idea. Es muy sexual, sensual, muy artístico y muy raro. —¿Qué es lo que le parece raro de la relación entre ustedes? —No me habitúo a estar con una persona tan joven. Creo que algo falla. Siento que a mí me correspond­en mujeres de otro tipo de edad. Pero estar con ella es un milagro. —¿Ella lo eligió a usted? —Siempre la mujer elije, siempre. El hombre ya no “caza” tanto…Con Paula me pasan cosas todos los días. A toda hora. —¿Qué cosas le pasan estando cerca de una mujer tan joven? —Me gusta mucho, pero mucho, me gusta verla, sentirla. —¿Le provoca celos la mirada hacia su mujer de hombres más jóvenes que usted? —No es un problema de celos sino de inmadurez. De impotencia. Yo sé que mis herramient­as son otras, por la edad. —¿Paula en que lo transformó? —En nada, yo soy Miguel. El mismo que conociste hace 30 años. No soy distinto, quizás cambiaron algunas formas. Yo siento un amor enorme por ella. —¿Podría explicar de que se trata ese amor enorme del que habla y siente? —El amor no se explica, no tiene explicació­n. De pronto, apuro el paso para ir a verla, pienso en ella, estando ella a mi lado; y cuando imagino cosas lindas y siento cosas maravillos­as, aún estando juntos, a medio metro del otro, es un signo muy particular. Uno es un convalecie­nte de si mismo. Paula no me da insegurida­des. Ella me plantea la vida desde otro punto de vista. Todo depende de los dos. La insegurida­d esta en el hecho de que ella me deje o yo la deje de querer…pero es una insegurida­d que te transmite la mente. Porque cuando los cuerpos se encuentran, porque se sienten y se necesitan, no dejo de ver la belleza que está a mi lado, pero tampoco pienso en mi decrepitud. Quiero decir, en mi decrepitud dentro de cinco, ocho años. Con Paula tenemos una verdad única: cuando nos amamos, nos amamos en ese momento. Y es único y sublime. En ese instante no hay tiempos, se borran las arrugas. Es la cueva mas segura, es el lugar que siento que me pertenece. Y eso es lo único importante. Después, es lo cotidiano lo que te hace observar la belleza de un hombre. Y darte cuenta que lo que correspond­e a la belleza de Paula es esa belleza, y no la mía. La mía hace 30 años, hace 25, sí, pero no esta. Pero Paula debe ver algo de eso en mí… —¿Usted se preguntó que pudo ver ella de usted, en este tiempo de la vida? —Ella no gasta mucho tiempo en explicar, me hace, directamen­te. Le gusto, me quiere…Esta a mi lado porque quiere, yo no la obligo a nada. No soy un potentado; alquilo. No tengo recursos económicos ni le ofrezco viajes. Soy un hombre muy sencillo y elemental. —Es notable la admiración que ella siente por su excelencia artística… —Y la mía. Es muy raro que una actriz, sin nunca haber hecho teatro, se suba arriba del escenario conmigo y esté a la altura del juego que planteo. Paula es muy audaz y vale la pena ser así….Además es muy buena compañera de trabajo. Aprende por etapas y esas etapas son de crecimient­o muy claras. Yo no arraso con la persona que comparte un escenario conmigo, soy solo un complement­o para el otro. —¿Es un hombre territoria­l de la mujer que ama? — Soy posesivo domado. Y soy absolutame­nte cordial en el mapa, en el territorio es otra cosa. Soy abierto como persona, pero no me gusta que me invadan. Por las buenas, los calzones, pero por las malas…. —Usted se declara una persona abierta, ¿Soportaría un tercero en la relación de pareja? —No lo sé…Con Paula no lo hemos planteado, por lo cual no puedo pensar en una pareja abierta.¿ Sabes que pasa? Lo que te jugás es el corazón. Lo que te jugás es que las pulsacione­s del corazón se te van al carajo. Que te desequilib­ras. Soy de otra época, y crecí con prejuicios y necesidade­s de otra época. Nuestra formación es de otra época. —¿De qué manera convive con los nuevos códigos de ciertas parejas y la for-

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