“DOBLE O NADA”: UN JUEGO DE RIESGO EXTREMO CON RESULTADOS NOTABLES
MIGUEL ANGEL SOLA Y PAULA CANCIO, UNA PAREJA QUE REAFIRMA SU CONEXION CON EL ARTE
Cuando el poder sobrevuela los sentimientos y la codicia se inunda de ambición, los resultados suelen ser catastróficos. Sobre todo, cuando uno de los involucrados intenta atreverse a la verdad, exponiendo el cuerpo y los deseos más nobles. Aquellos por los que peleó toda la vida y que hoy, cuando las horas lo exponen a su última voluntad, un laberinto de dudas y traiciones, lo enfrenta a su propio fracaso. Una presencia machista se entrelaza con lazos feministas que van por todo, y más. La trampa y las dobles lecturas impactan en un texto escrito por Sabina Berman, cuya versión original llevó el título “Testosterona”. Miguel Angel Solá no sólo reafirma con su trabajo que estamos frente a uno de los grandes maestros del arte, sino que se redime de su propia brutalidad actoral para acentuar sus zonas más sensibles y vulnerables. En sus palabras hay verdad, matices y sabe silenciar a la platea provocando ese vacio –oscuro y profundo– que sólo se encuentra cuando el dolor se hace carne y la carne duele. Su caminar por el escenario del teatro De la Comedia provoca ovaciones de admiración y placer. Y en este placer – tan hormonal como orgásmico- se ubica la actriz española Paula Cancio, quien se atreve a enfrentar “al monstruo” (por Solá, en la mejor de sus versiones) y apuntalar a un personaje que navega por ambiguedades extremas. Su abanico de posibilidades artísticas es muy amplio y concreto: tiene belleza, estudio, preparación, y sobre todo, talento para poder transmitir emociones y una certeza –que al igual que su marido, fuera de la ficción– amplifica su potencial como actriz. La dirección de Quique Quintanilla permite que los actores investiguen sus zonas más oscuras para exorcizar los momentos de mayor pulsión. Con inteligencia supo conjugar diálogos con acciones para lograr un lenguaje de excelencia. Tanto el diseño de luces de Manuel González Gil y Matías Canony y la música original de Martín Biancchedi le aportan identidad construyendo un arcoiris de colores que revalorizan la puesta. La escenografia de Jaime Nin Uría tiene la simpleza de lo grande: aprovecha cada espacio para darle singularidad a un entorno que contiene y no apabulla. La meticulosidad de la pareja deja interrogantes que movilizan al espectador. Sensaciones que sólo se logran cuando las palabras se dicen con la intención correcta, como navajas que despedazan el alma. HECTOR MAUGERI