“SOY BOSTERA Y 'ETOILE' EN PARIS”
LA BAILARINA LUDMILA PAGLIERO
Cuando habla, también parece danzar: con sus ojos, sus gestos, sus manos. Devota del instante presente, piensa cada palabra con la misma excelencia que demuestra en los escenarios. Cada vez que vuelve a su Buenos Aires natal, Ludmila Pagliero (33) redobla su utoexigencia. “Cuando vengo a bailar acá tengo muchos nervios, expectativas, me exijo mucho. No quiero decepcionar a nadie. En Francia vieron mi evolución, tienen otra mirada hacia mí, sienten respeto por la adaptación que hice para crecer en una cultura diferente. Hace 18 años que me fui de la Argentina, tenía quince años, así que ahora se puede decir que estoy redescubriendo mi país. Para mí es como volver a mis orígenes. De a poco me van a ir conociendo, y yo los voy a ir conociendo”, explica la primera bailarina latinoamericana en acceder a la categoría jerárquica Étoile de la Opera de París, quien se presentará el 28 y 29 de julio en el Teatro Coliseo.
La argentina que viene de presentarse en Japón y Viena, tomó su primera clase de baile a los ocho años, y más tarde se puso bajo la guía de la mítica Olga Ferri (maestra de otras Primeras Figuras como Paloma Herrera y Marianela Núñez). Ludmila acaba de ganar el Premio Benois de la Danse, en Moscú, y ahora presentará en Buenos Aires, La Sylphide, junto al Ballet del Sur.
Convertida en una “mujer de mundo”, Pagliero se crió en el barrio de Palermo, junto a su padre electricista y su madre masajista. “Claro que sufrí un desarraigo familiar, me fui sola a los 15 años. Mi familia se quedó acá, y entré en el mundo adulto de muy jovencita. Primero viví en Chile tres años y después me mudé a París—confiesa Ludmila a CARAS—. Durante mucho tiempo, mis papás sintieron culpa por haberme dejado ir. Sufrieron bastante cuando me firmaron la autorización para que pudiera viajar al otro lado del mundo, sola. Hace poco me escribió mi mamá, porque vio en las redes sociales una foto y una frase que puse donde agradecía lo que me estaba pasando. Me dijo que en esos momentos en los que me veía tan feliz, sentía que había tomado una buena decisión. Eso cura aquellos momentos tan difíciles”, agrega.
Refiriéndose a La Sylphide, Ballet Romántico en dos actos creado en el 1800, dice que fue la primera obra en donde “la danza se ha elevado y estilizado. El público observó a una bailarina saltando y deslizarse en puntas de pies por primera vez, fue una verdadera revolución”.
Afirma que así como vive en París, podría hacerlo en Buenos Aires, Estocolmo, Moscú, porque ha viajado desde muy chiquita, y le encanta descubrir culturas y nuevas formas de pensar.“Tengo un hermano en Suecia y una hermana en Buenos Aires, nos acostumbramos a las distancias, siempre y cuando sepamos que el otro está feliz. No tuve hijos y estoy en pareja, pero no es una relación estable. Es solo un amor. Pero no se si me siento tan enamorada (Risas). Mi carrera no jugó en contra para que forme una familia, pero no podía dedicarme a ser una 'Susanita' y tener hijos, porque iba a interrumpir bastante mi carrera—dice la bailarina que se resiste a desconectarse de sus raíces argentinas—. Siempre fui y seré hincha de Boca Juniors, soy bien bostera. Ahora estoy en proceso de dejar de comer carne, pero cada vez que vuelvo a Buenos Aires me cuesta un montón resistirme a un buen bife. No puedo controlarme (Risas)”, agrega.
A Ludmila Pagliero le queda un largo recorrido en el mundo de la danza, pero aún así afirma: “Antes que bailarina, soy mujer. Cuando no baile más, seré directora, viajaré o enseñaré por todo el mundo. Amo la naturaleza, la fotografía y hacer caminatas. Me gustaría ser alpinista, he ascendido cerros en Bolivia. Realicé caminatas de cinco días en una isla de Japón llamada Yakushima. En Córcega, recorrí la isla a pie durante quince días. Me encantaría escalar el Himalaya—confiesa apasionada, sin eludir la pregunta de porqué no tuvo hijos—. Ahora a la maternidad se puede acceder de diferentes formas, eso hace que me sienta más tranquila, sin que me corra el reloj biológico”, afirma.
Eufórica, respira su Buenos Aires natal y aclara su definición actual de “bailar”. “Es la misma que tenía inconscientemente cuando era niña, época en la que me impulsaba la emoción. Después vino la etapa intelectual, del estudio de la danza, y hoy vuelvo a sentirme atraída por el mero hecho de representar una historia, viviendo intensamente cada instante. Danzar es un sentimiento puro, sin maquillaje”, concluye.
“Cuando me fui sola a París, a los 15 años, sentí desarraigo, y cada vez que bailo en mi país me pongo bastante nerviosa.”