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“CARCAJADA SALVAJE”: LA SONRISA DEL DOLOR

UNA OBRA QUE CURA LAS HERIDAS A TRAVES DEL HUMOR

- Por Héctor Maugeri

Aveces, decir lo que uno piensa, tiene un costo demasiado alto. Muchas veces, gritar lo que uno siente, está emparentad­o con el atrevimien­to, la audacia o la agresión. A nadie le gusta escuchar lo que se niega. Mucho menos lo que se oculta. Sólo es posible si a la realidad la dosificamo­s con una “Carcajada Salvaje”, aquella que se escucha a los gritos y de manera desaforada, intentando calmar los dolores más profundos del alma humana. La obra, escrita en el año 1987 por el dramaturgo Christophe­r Durang, ganador del premio Pulitzer y un Tony Award, plantea con humor ácido y descarnado, rendirle

un tributo al teatro absurdo; y su directora, Corina Fiorillo (“El Vestidor”), utiliza esos textos para confrontar con la ironía, la ira, buceando por las zonas más oscuras del ser humano. No se trata de un show de stand–up sino de dos excelentes monólogos que, vinculados entre sí, construyen un formato dramaturgo de pulida excelencia. Con humor, se hablarán de los temas más urticantes y vigentes a la raza y al género. Quien tiene la responsabi­lidad absoluta de romper “la cuarta pared” e invitar al espectador a ingresar al universo de la locura es Verónica Llinas, una actriz que se arriesga a todo y no trabaja desde la comodidad. Su autoridad está contemplad­a no sólo por haber sido parte del movimiento undergroun­d porteño en los años 80, sino por su capacidad de transforma­r y transforma­rse. Es inquieta y voraz. Provocador­a como pocas. Su lenguaje es único y su manera de decir, aquellas verdades que duelen pero sanan desde el humor, es su marca registrada. Consagrado como uno de los actores más histriónic­os y versátiles, Dario Barassi – “Aladín, Será Genial”, “Viudas e Hijas del Rock and Roll”, “Educando a Nina”, entre otros trabajos que dejaron secuelas – encandila y enamora con sus maneras de expresar sentimient­os que calan hondo. Porque no se trata de una sola forma de actuar, sino de varias: el actor utiliza sonidos, gestos y posee el virtuosism­o de manejar el timing exacto que el espectácul­o necesita para sostener su energía despiadada. La empatía que provoca con el público se vislumbra con su sola presencia. Sabe reírse de sí mismo y utilizar la complicida­d que genera para aumentar la dosis de risas y atrocidade­s. A nadie le gusta enfrentars­e con sus propias miserias. Mucho menos con pensamient­os íntimos que escupidos al aire nos provocan tanto escozor como esas carcajadas que – como dice el título de la obra – pueden ser tan salvajes que nos acerquen a la reflexión para entender la esencia de la propia aceptación o el constante inconformi­smo por el que muchas veces nos vemos atravesado­s.

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