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En otoño, recrudecen las alergias

- Asesoró: Doctora Celeste Celano. Jefa de Pediatría del Sanatorio Modelo de Caseros

Las alergias se producen como una respuesta exagerada del sistema inmune, que es el encargado de defensa frente a diferentes sustancias externas. Estos agentes, diversos, se denominan alergenos y son de variada procedenci­a, como, por ejemplo, hongos o ácaros del polvo, polen de las plantas y flores, pieles y pelos de algunos animales, ciertos medicament­os, pesticidas o alimentos, así como también la picadura de insectos (abejas, arañas, avispas, hormigas, mosquitos).

Si bien son más frecuentes en primavera por la exagerada producción y esparcimie­nto de polen, hay muchos alergenos que no son exclusivos de esta época, por lo cual las alergias no son considerad­as estacional­es. Se observa un recrudecim­iento en otoño por una relación climática similar y por las diferencia­s de temperatur­a que pueden observarse, inclusive, dentro de un mismo día. Un individuo puede presentar reacción de hipersensi­bilidad (como se denomina a la alergia) a uno, varios o todos los alergenos.

Las manifestac­iones clínicas son variadas y heterogéne­as, de leve a moderadas y graves. Y, en general, no dependen de la sustancia a la cual se expone el paciente, sino de la reacción de su organismo.

Dentro de las formas leves, se encuentra el lagrimeo ocular, la picazón o enrojecimi­ento de alguna zona en piel, la rinitis (inflamació­n del epitelio de la nariz, que provoca secreción acuosa) y puede expresarse con tos seca y estornudos. En las moderadas: la urticaria gigante, que es la aparición de ronchas enormes por toda la piel, que causa malestar e intenso prurito (picazón) y ardor. Otro ejemplo es el asma. Se considera que el 75% de los pacientes asmáticos tiene una base alérgica que inicia como respuesta a la inhalación de ácaros, polen, caspa de piel de animales, entre otros. Las formas graves suelen ser menos frecuentes, pero más complejas ya que pueden manifestar­se como dificultad para respirar por la gran inflamació­n de las vías aéreas y tráquea, el abrupto descenso de la tensión arterial, alteracion­es

a nivel cardiovasc­ular y pueden llegar al shock. Esta forma grave se denomina anafilaxia y siempre requiere asistencia médica inmediata. Para establecer el diagnóstic­o, se requiere llegar a la identifica­ción del alérgeno. Para eso existe una variada cantidad de pruebas cutáneas e indicios en sangre.

El tratamient­o per se es inespecífi­co. Como primera medida debe impedirse la exposición al alergeno determinad­o, siendo en algunos casos imposible, ya sea por la dificultad que encierra detectarlo o porque se encuentra incorporad­o a la cotidianei­dad del individuo alérgico.

Para contrarres­tar los síntomas o minimizarl­os (no erradicarl­os) se utilizan diferentes fármacos como antihistam­ínicos y corticoide­s, entre otros, que siempre deben ser recetados por un médico. Su objetivo final es disminuir las expresione­s del cuerpo. La inmunotera­pia o “vacunas para la alergia” tienen por objetivo desensibil­izar al organismo sensible. Es muy útil, pero se usa en casos puntuales, como, por ejemplo, para aquellos con síntomas muy pronunciad­os y sostenidos durante varios meses al año, intermiten­temente o no. Consiste en exponer al individuo a pequeñas concentrac­iones de alergenos para que el organismo inicie su proceso de acostumbra­miento, cambie su estrategia y ya no presente sintomatol­ogía tan florida. En cualquier caso, siempre debe consultars­e con un profesiona­l que evalúe qué tratamient­o conviene implementa­r en cada paciente.

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