Caras

Isabel

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Esta fue su última entrevista y la última vez que recibió a un periodista en su residencia de Martínez. A través de su confesión, sus palabras aún siguen vivas y es la mejor manera de homenajear­la. De saber quien fue esta mujer, tímida y solitaria, con un pasado tan pobre como doloroso, que se transformó en un ícono nacional; diva indiscutib­le del cine criollo y estrella erótica de los años 70. Un tributo escrito en primera persona que le desnuda el alma y le amplifica el corazón, que aunque hoy haya dejado de palpitar, seguirá latiendo en todos los argentinos; como el tango, el fútbol o la bandera nacional.

Al ingresar en su residencia de Martínez, de inmediato uno reconoce su propio universo. Así vive Isabel Sarli. Como si todo se hubiera detenido en el tiempo; precisamen­te, cuando Armando Bó y su madre, dejaron de respirar. Ella aún habla de ambos como si estuvieran vivos. De hecho, en la entrada principal, colgados sobre el perchero del living, asoma una corbata de él y un saquito de ella, doña María, de lana color tiza. Como si aún estuvieran en la casa, esperando... O fuera de ella, a punto de regresar. También conserva el último habano que Armando no terminó de fumar y fotos de ambos, por todos los rincones del salón principal. Convive con sus animales a los que ama y defiende. Durante la entrevista evitó el contacto con ellos y los mantuvo alejados de su dueña. “¿Vos tomás whisky?”. “¿Vos hiciste las preguntas que me vas a hacer?”, “Hablá fuerte...”, apunta Isabel. Tímida y cariñosa. Así es ella. Pide ayuda para caminar. Dice estar dolorida de la cadera, y se acomoda en uno de sus sillones con cierta dificultad. Coqueta y detallista. Está maquillada por su hija, Isabelita; tiene unas pequeñas pestañas postizas, base y rubor. La boca roja contrasta con la blancura de su piel y de su cabello renegrido. Tiene un vestido de seda, verde estampado y lo que fue un pronunciad­o escote, emblema de Isabel, lo transformó en un delicado cuello en V con un broche de oro. Zapatos con hebilla y taco bajo. Las uñas prolijamen­te pintadas. “La Coca” invita con una copita de licor. Ella tomará unos sorbitos para controlar la ansiedad y apaciguar sus nervios. Siempre fue vergonzosa en extremo. La misma mujer que hizo suspirar a generacion­es de argentinos mostrando sus pechos y bañándose desnuda, dice ser solitaria y pudorosa. Pero ella es mucho más que eso... —Su madre le inculcó el odio hacia los hombres ¿cómo hizo para revertir esa situación tan traumatiza­nte y convertirs­e en objeto de

deseo —Yo bailar. me crió sentía masculino? Siempre con esas aprensión decía costumbres. que hacia no me Toda los gustaba hombres, la vida abrazarme fui de solitaria. muchachita con No extraños. tenía nunca amigas. Mamá iba a Lo que tuve pasó su picana después, encima. es que Fueron yo soy un muchos producto éxitos, de Armando uno detrás Bó, de y otro. siempre Y no pude parar. Le cuento algo, precisamen­te un día como hoy debutaba con el estreno de “El Trueno Entre las Hojas”. Pasaron 54 años. Él me decía: “Coca, hacé ésto, hacé lo otro... Coca, tenés que hacer tu bañito. Porque si Sandro o Palito, en una película no cantan, defraudan a sus admiradore­s. Vos no tenés que defraudar a la gente. Vos te tenés que sacar la ropa y mostrar lo que todos quieren ver...”. Yo soy una obra de él. Siempre hice lo que él me dijo... —¿Cuándo se desnudó por primera vez para Armando?

En el Paraguay, filmando “El Trueno Entre las Hojas”, en diciembre de 1956. Y fui engañada. Armando me dijo que me tomaba de lejos, que nada se iba a ver. Yo le creí. No sabía nada de acercamien­tos. Mucho menos de zoom. Pero me vi totalmente desnuda y en primer plano el día del estreno. Recuerdo que Valentina, una periodista muy famosa de esa época, me paró en la calle, y me dijo: “Nena, qué escándalo hiciste, ¡por Dios!!. Yo estaba desesperad­a. No podía creer lo que había hecho Armando. Al día siguiente, corrí a su oficina, entré como una loca, y le tiré un cenicero. —¿Como la Giménez? —Exacto, por eso siempre yo le digo a Susana, que la primera que tiró un cenicerazo fui yo... (Se ríe). —¿Cómo reaccionó su madre cuando se enfrentó con las escenas de su hija desnuda? —Enfurecida. Pero ella se enteró que yo me había desnudado para Ar

mando en plena selva paraguaya. En aquella película yo usaba botas de montar. Entonces, mamá, enloquecid­a por lo que había hecho, me empezó a pegar en todas partes con las botas largas. En la cabeza, en los brazos. Todavía tengo unos huevos de lo fuerte que me dio aquel día del primer desnudo. Después, mamita decidió abandonar la filmación. Se fue en un tren que recorría toda la selva. Se llevó a mi perrito Caniche blanco. Menos mal, porque los indios de la zona se pensaron que era una ovejita y me lo secuestrar­on para comérselo. —Su romance con Armando, ¿Se inició con el rodaje del primer filme S que realizaron juntos? í. En cuanto acepto trabajar con él, es precisamen­te porque ya habíamos iniciado el romance. —¿Qué fue lo que la atrajo de Armando Bó? —No sé... —Usted fantaseaba con hombres como Burt Lancaster. —Sí, hombres recios. Deportista­s. Armando era un hombre muy elegante. Y súper seductor. —¿Qué fue lo primero que vio en él: Seducción, seguridad, dinero o protección? —Un poco de todo. Vi al hombre de mi vida. Pero a pesar de estar locamente enamorada de él, yo sabía que jamás me iba a alejar de mamá. Por eso ella siempre estuvo a mi lado. Incluso cuando me querían llevar a Londres, mamá decía: “Qué voy a hacer yo allá, si no sé hablar inglés y siempre llueve”. Tampoco acepté ir a París con Dior. Es que nunca me quise separar de mi mamá. En aquel momento yo era una gran modelo pero más chiquita, con los pechos más pequeños. —¿Y qué pasó?¿Se agrandaron solos?¿O se sometió a algún tipo de cirugía estética? —Yo nunca me hice cirugía, ¡por favor! La única cirugía que me hice fue de cerebro, y me la hizo Matera. ¿Está loco? ¿Cirugía, yo? Jamás. Era más menuda cuando salí Miss Argentina, tenía 90-60-90. Después, con los años, fui adquiriend­o más... ¡Más fortaleza! (Risas). Es más, yo lucía modelos para una tienda de categoría. La dueña, siempre me obligaba a ponerme unos chalecos que me apretaban las lolas. Al tiempo dije: “A la mierda...”, que crezcan sanas y libres. Yo de jovencita era muy retraída. No tenía amigas. Y era tan solitaria de niña, que jugaba solita con los árboles. Tiraba serpentina a las ramas de los árboles. El paseo más preciado era ir al cementerio con mi abuelita. Mi mamá visitaba la tumba de mi abuelo, y yo le ordenaba todas las rosas sobre la lápida. Esos eran mis entretenim­ientos. O robaba una magnolia del árbol que había en el cementerio. Por eso quería tener en mi casa el mismo árbol en flor. —¿Cómo era Armando fuera del set de filmación? —Era muy buena persona, un hombre muy noble. Nunca olvidó sus raíces. Todos lo querían. Ayudaba a los técnicos. Armaba camaraderí­a. Tenía un corazón humilde. Por eso me enamoré de él. Fue el padre que no tuve. —¿No tuvo padre? —No, no lo tuve nunca. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía 3 años. Se fue al Uruguay por trabajo, y nunca volvió. Ni cuando falleció mi hermanito de pulmonía. Mi mamá estaba en una situación económica muy crítica. Sólo tenía plata para comprar 12 claveles. Y el ataúd donde fue enterrado mi hermanito, era tan delicado, que se quebraba con los palazos de tierra. Por eso nunca le quise ver la cara a mi padre. Le gustaba mucho la música y las mujeres. Sé que murió en Canadá. Una vez quiso verme. Estábamos filmando “Carne”. Yo me negué. “No quiero conocer a ese hijo de puta que nos abandonó...”, dije. Mamita siempre me contaba que cuando yo nací lo tuvieron que buscar por el barrio, porque estaba tocando el violín rodeado de mujeres. Mi madre, doña María, se hizo cargo sola de todo. Era una mujer que de una sábana vieja me confeccion­aba un delantal para ir al colegio. —¿Cómo definiría a Armando como director ? —Era supremo, rápido, cámara aquí, cámara allá...Y si no encontraba una vaca para una escena, se arreglaba con una mosca. —¿De qué manera dirigía las escenas eróticas con sus desnudos en primer plano? —Echaba a todos del set. Sólo quedaban el iluminador, el maquillado­r y el cameraman. —¿Usted prefería que la tomaran de algún ángulo en particular, para mostrar N sus pechos? o, al principio yo no decía nada. Pero después, me fui poniendo más exigente. Cuando no me gustaba algo, le decía: “No, esta toma no va...”. Lograba imponerme. Nunca tuve problemas con ninguno de mis perfiles. —¿Se maquillaba los pechos antes de sus escenas? —Sí, pero para lograr continuida­d en las escenas. Empecé a maquillarm­e el cuerpo entero en “Lujuria Tropical”. Para no salir en algunas escenas más colorada, en otras menos bronceada... —¿Siempre tomó sol desnuda? —No, sólo hice desnudos para las películas. Incluso, las únicas fotos en las que posé desnuda, me las hice con la fotógrafa Olga Massa, la preferida de Sandro. El resto, son escenas de películas que se llevaron al papel. —Por aquellos años en que todos la deseaban y soñaban con sus pechos. ¿Cuándo se enfrentaba al espejo, con qué tipo de mujer se encontraba?

—Nunca me miraba al espejo. Jamás pensé si era linda o fea. Era coqueta, le dedicaba mucho tiempo a mi cara y a estar prolija. Pero jamás me veía ni pensaba en si tenía o no belleza. —¿Y cuándo se veía en la pantalla grande? —Qué sé yo... Hasta el día de hoy, cuando me miro, sólo atino a agradecer a Dios por haber sabido nadar. Siempre fui una gran nadadora. O montar a caballo. Me gusta recordar las escenas y lo bien que la pasábamos en el set. —¿Cómo enfrentaba esa timidez frente a esos desnudos que para la época resultaban escandalos­os y prohibidos? —Dicen que los tímidos son extremista­s. Yo era tan tímida, que de chiquita, en las clases de canto, me escapaba. —Cuando se desnudaba frente a las cámaras, ¿se sentía incómoda y avergonzad­a? —Sí, sí, me sentía muy molesta. Y siempre quería dejar las escenas de desnudos para el final. Armando me apuraba. —¿Alguna vez contó las veces en las que la han desnudado, violado, humillado y tuvo que hacer el amor en el agua ? —Muchas, no las conté. Nunca pensé en eso. Aunque, las otras noches pensaba en cuántas veces había muerto en las películas de Armando. He muerto cinco veces y me he casado en ocho oportunida­des. Y nadé hasta pasarme por agua. —¿Y siempre nadó de pecho, para lucir las lolas? —De todo un poco, me he movido bastante. Siempre fui una buena nadadora. —¿Prefería nadar o tocarse desnuda frente a las cámaras? —¡Por favor!, siempre nadar. —¿Usted diseñaba cómo y dónde tocarse? —Jamás. Siempre Armando. Él me indicaba todo. Tenés que tocarte acá, así, y allá. —¿Lo ensayaba previament­e? —No, no, pero me gritaba: “Acariciate, hacé esto, hacé lo otro...”. Por ejemplo, en “Fuego” yo estaba desnuda tirada sobre la alfalfa, y Armando me decía: “Coca, comé pasto y sentite yegua...”. ¿Sabe una cosa?, muchos han comparado a Armando con Almodóvar. Pero Armando hacía sus locuras cuando nadie se animaba. Ya van a cumplirse 31 años de su muerte... S —¿Lo sigue extrañando, Isabel? í, con locura. Extraño todo, cómo no lo voy a extrañar. He sufrido mucho cuando él se enfermó de cáncer en los EE.UU. Estuvimos un mes juntos. Lo operaron del colon en Santa Monica, pero ya el cáncer se había diseminado, estaba todo tomado. Le dieron siete meses de vida. Fue terrible. Pero yo no se lo dije. No quería hacerlo sufrir más de lo que estaba sufriendo. —¿Pudo despedirse de Armando antes de su muerte? —Sí, lo hice. Una vez, sentados en el living, él me dijo: “Me voy a morir...”. Yo le contesté: “Y qué va a ser de mí”. Armando me miró fijamente y me contestó: “Y vos vas a seguir con tu cruz. Algunos vienen a este mundo con una cruz, y vos sos una de ellas”. —¿Comprendió el mensaje, qué quiso decirle? —No sé, qué sé yo.., quizá se refería a que tuve una vida dura desde chica... Fue muy traumático para mí quedarme sola. Armando murió a las tres y cuarto de la madrugada. Yo estaba con él, en su casa. Su mujer le tomó el pulso, y dijo: “Se nos va...”. Luego me quedé a solas con él. Hasta las diez de la mañana que lo pusieron en un cajón. Permanecí sentada en el suelo, al lado de su cama. —¿Es verdad que en el ataúd, y junto al cuerpo sin vida de Armando, usted puso una foto suya con los perritos y un mechón de su pelo en la mano? —Sí, y con un ramito de rositas rococó rosadas que mi hijo Martín cortó del jardín para Armando. Y mi mechón de pelo, para que lo enterraran con una parte de mí. Armando fue el hermano que no tuve, mi guía, mi director, mi padre, todo. —Tras la muerte de Armando, y en estos 31 años de soledad, ¿Jamás N pensó en la posibilida­d de reiniciar su vida afectiva? unca más... Habré tenido pretendien­tes, pero los ignoré. Cuando murió Armando no quise saber más nada de la vida. No quería trabajar, y me encerré en mi propia tristeza. Por eso me vino el tumor en el cerebro. Luego, con el tiempo, Jorge Polaco me convenció para volver al cine con “La dama regresa” (1996). —¿Alguna vez imaginó que una frase como: “Qué pretende usted de mí” se iba a convertir en su sello personal? —La dije dos veces, en una de mis primeras películas, filmada en el Uruguay, y en “Carne”. Pero la otra frase que dicen que me pertenece, no existe. —¿Cual? —“Chupe no más, que es trabajo...”. Eso jamás lo dije. Me lo preguntaro­n en un programa cultural. Y dicen que lo dijo Romualdo Quiroga. Me extraña, porque él siempre fue muy buen compañero y buena gente. No sé quién inventó eso. —¿Antes de filmar una escena en la que era manoseada por los actores, usted hablaba con ellos e imponía sus condicione­s? —No, yo no. El que hablaba de todo eso era Armando. Yo siempre tuve compañeros muy respetuoso­s. Eran escenas muy violentas, pero a mí nadie se atrevía a besarme en la boca. Sólo una vez me besó el galán mexicano Francisco Rabal, en “Setenta Veces Siete”. El quería salir conmigo. Y Armando estaba muy celoso. Rabioso. Fue todo un escándalo. —¿Alguna vez se sintió tentada por el deseo? —Jamás. —¿Nunca engañó a Armando? —Nunca, fui muy perseguida por los hombres, pero nunca lo engañé. —En su vida sexual, ¿Fue tan fogosa como en sus películas? —No, no, era muy tranquila. —¿Fue importante el sexo en su vida? —Para nada, yo era muy tranquila. Era otra mujer. La que veían en el cine era una mujer inventada por Armando. —¿Y la otra, la verdadera Isabel? —La Coca siempre fue muy nena de mamá. —¿Usaba baby doll en su casa para esperar y seducir a Armando? —No, para nada. —¿Dormía desnuda? —No, en pijama.Y andaba por mi casa en batas largas. Cuando fue la época de los escándalos por mis desnudos, un cartero del barrio decía que yo recibía mis cartas desnuda y con tacos altos. Mis admiradore­s me espiaban por la ligustrina. Y mi madre, para que se retirasen, los mojaba con la manguera. Esa foto de mamita salió en la revista “Life”, de EE.UU.

“La mujer de Armando siempre supo lo nuestro. A unque yo nunca me sentí “la otra”. F ui su gran amor. Y esto dicho por el propio Bó.”

—¿Su madre, finalmente, logró aceptar su trabajo e ir a ver sus desnudos en el cine? —Nunca en la vida. Jamás le gustó. Cuando yo viajaba se quedaba muy sola. Y me lo reprochaba. Era tremenda "la tana". Me fajaba. Típica napolitana. —¿Armando era un hombre violento? —Tenía carácter. Era recio. Un hombre muy dulce, pero terminante. —¿Alguna vez le pegó? —No, pero una vez, recuerdo que durante la filmación de “La Mujer del Zapatero” , yo estaba muy nerviosa, lloraba y no quería seguir filmando porque me habían criticado en un programa. Discutimos con Armando y él me tiró una trompada. Con tanta mala suerte que golpeó con el puño en la pared y tuvo que estar enyesado. Era alto, elegante. Cabrón, pero de una intuición e inteligenc­ia supremas. Murió a los 66 años. Cuando actuaba en sus propias películas siempre decía: “No seré el mejor actor, pero soy el más barato...”. —Cuando filmaba las escenas eróticas con Armando Bó, ¿Se sentía libre y relajada? —No, para nada. Cuando estaba en el set, no pensaba en otra cosa. Ni aún con él. —¿Permitía en las películas que Armando S la besara? í, con Armando sí. Y nos besamos muchas veces. Pero una vez, el niño mimado de México, Julio Alemán, en una escena, me metió la lengua y yo le di una bofetada. Fue un escándalo. Abandoné la filmación. —En muchas de las escenas de desnudo se la ve con el pubis sin depilar. —Es que no se usaba. Y siempre fui muy natural en todo. Ahora todas se depilan el pubis ¿no? En esa época creo que las mujeres no se depilaban... —Armando le dijo: “No te muestres mucho y no aparezcas en televisión. Que el público te extrañe. Las demás, son cotidianas. Vos, exclusiva”. Fue consecuent­e con su consejo? —Él siempre me decía: “No muestres lo que luego quieres vender”. Y tenía razón. Hoy todas se muestran desnudas en televisión. Todo ha cambiado. Estamos hablando de películas de hace 50 años. Yo fui la primera en desnudarme en el cine. Después, vinieron muchas otras. —¿Como, por ejemplo, Libertad Leblanc? —Ella vino enseguida después que yo. Hizo una película en el Tigre. Siempre copiando lo que hacía Armando. Libertad siempre buscaba lío y provocaba mucho a Armando. —¿Y usted lo celaba y le armaba escándalos? —No, porque no daba motivos. He sido celosa, pero no por culpa de Armando. —¿Usted se permitió amar a Armando sabiendo que él estaba casado y tenía una familia? —Yo nunca me sentí “la otra”. Fui su amor. Su gran amor. Y esto dicho por el propio Armando. —¿Usted conoció a la mujer de Armando Bo y madre de sus hijos? —Sí, la conocí. La vi sólo en dos oportunida­des, cuando leímos el primer libro de nuestra primera película y cuando falleció, fui para estar a su lado. —¿Alguna vez la llamó para reprocharl­e por la relación que usted mantenía con Armando? —Jamás. —¿Siempre supo del romance que usted tenía con su marido? —Siempre lo supo, claro. Hasta el periodismo sabía lo nuestro, pero nadie lo comentó. Todos respetaron nuestra relación. Cuando cerraron el cajón de Armando, ella no estuvo presente. Tampoco en los momentos en el velatorio. Con ella jamás nos dirigimos la palabra. Nunca. —¿Qué relación mantuvo con los hijos de Armando? —Con Víctor siempre trabajé. Y con respecto a las dos hijas, cuando viajábamos por el mundo con Armando, me llenaban de listas enteras para que les trajéramos cosas del exterior. Una vez que murió, adiós. Y mejor ni hablar. —¿Filmaría con el nieto de Armando como un tributo al cine de los Bo? —¡Nooo! No quiero saber nada del nieto, nada (enojada). Yo le regalé a él todo el equipo de filmación de su abuelo, y si te he visto, no me acuerdo. Perro viejo y andá a la mierda. Nunca más, ni buen día. Además, ¿Qué sabe él de Armando y mi amor por su abuelo? Nada. Alguien me comentó que él dice que fui la amante de su abuelo. Pero cómo se atreve. Jamás fui la amante de Armando Bo. Fui “su amor”, con mayúsculas. Atrevido. Pelotudo —¿Fue por soledad que decidió adoptar a sus hijos, Martín e Isabelita? —Sí, por soledad y por amor. Muchas veces me encontré muy triste y pensé en suicidarme. Quería morirme. Deseaba cualquier cosa.., y no pasó nada de nada. Seguí con vida. Fue horroroso. ¿Sabe una cosa? El otro día estaba viendo el final de una de mis películas, donde nos reencontra­mos con Armando después de la muerte. —¿Y qué pensó? —Me preguntaba si realmente será así. Creo que sí, que me van a venir a recibir. Pero antes de Armando, la que me va a tomar de la mano para ir al cielo, va a a ser mi mamá. Luego me reencontra­ré con Armando. A veces, cuando me pasa algo, o siento miedo, la llamo en voz alta: “Mamá, ayudame”, y mi mamá me ayuda. O calma mis dolores. No es fácil estar sola. —Hablábamos de su hijo Martín.. —Desde que nació vivió en esta casa. Fue al primero que adopté, después vino Isabelita. Todos dicen que se parece mucho a mí. Es mi heredera. Y Martincito ya tiene 40 años, vive en Temperley y está en la Prefectura. No se casó, pero tiene una gran compañera y un nene, Lucas, que ya tiene 12 años.

—¿Es abuela de un nieto de 12 años? —Sí, pero soy mala abuela. Como viven lejos, a Lucas lo veo muy poco. Pero los quiero mucho. Igual que a Isabelita, quien se crió conmigo en esta casa. Tiene mis modales, y todos hablan de lo iguales que somos. Ya cumplió 31 años. Yo siempre me sentí muy acompañaba por su presencia. Como también me siento acompañada por mis bichitos. —¿Con cuantos animalitos convive?

Tengo diez perros, uno se llama Pirata, porque le falta un ojo. Tengo cuatro papagayos, que ya deben de tener más de 50 años, y un loro que me regaló Susana Giménez. Tengo tortugas y gatos. Ahora son menos, pero llegué a tener 35 gatos en mi casa. Me sentaba con ellos en el jardín y parecía Gatúbela (se ríe). —¿Cómo es un día en su vida? —Son tranquilos, me duermo tarde porque veo una telenovela mexicana hasta las doce y media de la noche. Me levanto después de las once, pero desde las ocho de la mañana que empiezo a tomar remedios. Tomo 14 pastillas por día: Tres para la cabeza, tomo para la presión y el corazón. Estoy poco en el jardín. Y duermo con dos perritos, Pirata y Pipo, y dos gatos. Yo los quiero mucho. —¿Es coqueta, Isabel?

—Por cábala siempre tengo un espejo. Pero no soy tan coqueta como dicen... Mi pelo siempre fue oscuro, pero cuando tuve pulmonía se me empezó a caer. Ahora está creciendo. Ve que está medio inflado (muestra la parte de la nuca), es porque está creciendo de nuevo. Antes tenía mucho pelo. —¿Qué recuerda de su encuentro con Perón? —Fue maravillos­o. Yo había sido selecciona­da para representa­r al país como Miss Argentina, y él me dijo: “Usted vale más que veinte embajadore­s argentinos. Porque representa­ba la belleza argentina y la hermandad entre los pueblos”. Fue cautivante. —¿Tuvo oportunida­d de conocer a Eva Duarte? —No, pero quien trabajó con Evita, y fueron muy amigos, fue Armando. Ellos se iniciaron en el cine trabajando de extras. Y todos los días juntaban monedas y se preguntaba­n: “¿Para qué juntaste hoy?¿Para chorizo, huevo y papas fritas?”. Eran amigos y comían eso. Después fueron pareja en la famosa película “La Cabalgata del Circo”. —Donde el mito dice que Libertad Lamarque le dio una cachetada a Evita... —Y es verdad, la cachetada se la dio. Me lo dijo Armando. Eva llegaba siempre muy tarde a la filmación, y un día, Libertad advirtió: “Ahora, cuando esta mujer venga (por Evita) yo me voy...”. Entonces, cuando llegó Eva, ella le gritó: “¿Vos te creés que porque te acostás con un par de botas me vas a tirar años de profesión por la borda?”. Y mierda, le dio la bofetada. Una sinvergüen­za. Muchos dicen que esa cachetada nunca existió. Con Mirtha Legrand hemos discutido por eso. “¡Ay Coca, no es cierto...”, me dijo más de una vez. Y yo le respondía: “¿Sabés, Mirtha, por qué no es cierto? Porque se mueren los testigos...”. Libertad Lamarque lo negó. Pero Armando y mi maquillado­r de toda la vida fueron testigos. Armando me decía: “Esto que sucedió y he visto, es parte de la historia...”. Hay otra anécdota maravillos­a de Evita. Una noche, Paco Jamandreu, quien me hacía mis famosos vestidos, decidió salir a la calle con un tapado de astracán de la madre y una capellina. Se le quedó el auto en Belgrano y vino la policía a llevarlo preso. “¿Qué miras? –les dijo–, ¿Nunca viste un marica vestido de mujer? Fue preso. Él tenía el teléfono privado de Evita. Y como eran amigos, la llama:“Señora, me metieron preso”. Ella le preguntó qué hora era. “Señora, las tres de la mañana”. Y Eva respondió: “Jodete por puto”. Y le cortó. Claro que a la mañana temprano lo hizo sacar de la cárcel. Estoy llena de anécdotas. Mi vida es una vida simple. Siempre fui una mujer muy distinta a las de las películas. Sufrí mucho por la censura, fui perseguida por la Tripe A. Han dicho que tanto Sofía Loren, como Brigitte Bardot y yo, éramos mujeres vulgares, del fango. Sobrevivim­os a todo y hoy sobrevivo junto a mis recuerdos. —¿Le gusta vivir de los recuerdos? —Se vive de recuerdos, claro. Pero ¿sabe algo?, tengo mucho pasado, pero poco futuro. Después de la entrevista nos seguimos comunicand­o telefónica­mente. Ella me llamaba para las Fiestas o yo, simplement­e, lo hacía para saber cómo estaba su salud. Isabel tenía miedo de operarse. Pero estaba dolorida y cansada. Ni el dolor, ni el cansancio hicieron de ella otra mujer. Porque siempre, y hasta el final, su singularid­ad, su sentido de la vida y del humor (porque lo tenía y mucho) permanecie­ron intactos. A veces le gustaba retarme, lo hacía como se retan a los que se aman, y otras, me hablaba de su cariño y agradecimi­ento. Siempre fue una señora. Una DAMA. Un ser de luz que supo iluminar la vida, entendiend­o que vivir era una tarea de todos los días. Cuando me habló de la muerte imaginó a su madre estrechánd­ole la mano para conducirla al cielo, donde se reencontra­ría con Armando. Esto lo dijo. Y siento que esto ya sucedió. Amada Isabel; que disfrutes de tus seres celestiale­s y descanses siempre en paz.

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Por Hector Maugeri, Vicedirect­or Revista CARAS.

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