Enfermedad renal: el olvido de la salud pública
La enfermedad renal (ER) afecta a más de 750 millones de personas en todo el mundo. Su carga, detección y tratamiento varían a lo largo del planeta. Sin embargo, es una enfermedad descuidada en la agenda global de políticas de salud
Esta situación es preocupante ya que, según el Estudio Global de la Carga de Enfermedad, en 2015 murieron 1.2 millones de personas en todo el mundo y más de 2 millones en 2010 debido a que no tuvieron acceso a diálisis. Es posible, incluso, que pueda contribuir a más muertes que las 4 principales Enfermedades No Comunicables (enfermedad cardiovascular, cáncer, enfermedades respiratorias crónicas y diabetes). La naturaleza compleja y costosa de la atención de la enfermedad renal está relacionada con las políticas públicas y la situación financiera de cada país. Entonces, es imperativo lograr un lugar preponderante en las agendas de salud pública global, y en Argentina en particular, destinando los recursos necesarios para su atención integral. Así, las naciones más solventes, que destinan un porcentaje mayor del PBI en salud mejoran la proporción de diálisis-a-trasplante, aumentando las tasas de trasplante de riñón. Además de los factores genéticos, ambientales y clínicos ligados a la enfermedad renal, las personas de bajo estatus socioeconómico llevan la mayor carga. ¿Cómo está Argentina en ese contexto? En el año 2016 el gasto público en sanidad disminuyó casi un 30%, alcanzó el 5,62% del PIB, una caída de 1,2 puntos respecto a 2015. (datosmacro.com), esto en un contexto de pobreza que alcanza a un tercio de la población. Paraguay, Brasil y Uruguay invierten un porcentaje mayor del PIB en salud que Argentina. En nuestro país, actualmente hay más de 30.000 pacientes en tratamiento dialítico y el 11% de la población tiene algún grado de enfermedad renal. Según el Registro Argentino de Diálisis Crónica (INCUCAI), durante el año 2017 (último registro publicado) ingresaron menos pacientes que en el lapso 2013-2016, en peores condiciones y con menor contacto previo con el nefrólogo. Asimismo, son cada año más jóvenes, llegan muy anémicos, desnutridos y sin control médico previo y afirma que esta situación se debe a que los pacientes no tienen acceso a la diálisis o llegan en tan malas condiciones de salud que no alcanzan a ingresar al tratamiento. La escasez de financiamiento lleva a dos fenómenos alarmantes: un aumento en la aparición de enfermedad renal en la población y a una mayor mortalidad por las condiciones de enfermedad no controlada. La marcada disminución de centros especializados para su tratamiento empeora el cuadro. Esto último se acentúa y ha sido denunciado en múltiples oportunidades. En 2008, anticipábamos estos desenlaces para la población afectada si no se corregía el presupuesto para la salud. En 2018 advertíamos sobre el cierre inminente de centros de salud. Hoy, seguimos reclamando un presupuesto acorde a la magnitud de la enfermedad que enfrentamos. Así las cosas, los individuos vulnerables que sufren la enfermedad, están sin diagnóstico y sin posibilidad de acceso al diagnóstico ni al tratamiento y mucho menos al control evolutivo, aumentando su morbimortalidad. Aquellos que aún conservan cierta capacidad económica tampoco cuentan con centros especializados para su atención. Lo avisamos hace años, ahora está ocurriendo.