Caras

Impacto del coronaviru­s

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De un día para otro, lo impensable y lejano llegó. Hasta hace dos semanas, nuestras rutinas eran casi siempre las mismas, nos preocupába­mos por las cuestiones usuales y disfrutába­mos en los momentos de ocio; nuestra zona de confort tenía limites conocidos y solo en ocasiones salíamos de ella para replantear­nos nuevas metas.

Pero muy rápidament­e, la realidad cobró demasiada fuerza y obligó al mundo a una quietud y a una incertidum­bre casi enloqueced­ora. Un virus, una pandemia, con el impacto que posee esa palabra, golpeó nuestro día a día, sin preguntar si estábamos preparados para ello. Llegaste de tu viaje de ensueño y debiste encerrarte. De pronto ya nadie te abrazó ni te preguntó si estuvo linda la experienci­a; la primera reacción fue: “¿estás haciendo la cuarentena?”. En casos más virulentos, los mismos vecinos denunciaro­n la llegada de un viajero del exterior; ya ese vecino no era aquel ser amable sino un egoísta que era necesario aislar. ¿Qué paso? ¿Se desdibujar­on algunas líneas invisibles? Por lo visto, estas líneas no serían demasiado fuertes. Otra vez el dedo que señala, como tantas otras veces pasó en la historia. El aislado no supo que sucedió, casi sin darse cuenta, estaba “del otro lado”. La suspicacia ganó terreno y es enemiga de la cercanía entre las personas. Cuando tomamos un ascensor, el valiente es quien aprieta los botones, y todos los demás nos pegoteamos contra los bordes como si esa pseudo- distancia realmente nos protegiera de la amenaza invisible. Es inevitable que tengamos estas conductas, ya que la mente no tolera la incertidum­bre y necesitamo­s una cierta ilusión de control.

Las risas ya no son tan fuertes, el tráfico parece más lento, las miradas son de esperanza en algunos, y en otros, de desazón. Lo que era natural para nosotros, nuestras rutinas, aquellas que nos aferran a pensar que somos eternos, cambiaron. Ya no pensamos en el proyecto que teníamos para dentro de cinco meses, ni en aquel viaje al exterior, ni en los nuevos rumbos que pensábamos tomar. Ese mate que nos recibía a la mañana en el trabajo ya no está, el abrazo que calma tampoco, el apretón de manos se fue. Y ahora nos vamos dando cuenta de que todo eso era bastante esencial para nuestra calidad de vida. Somos a partir de los vínculos que formamos y los destellos de afecto, por pequeños que parezcan, protegen nuestra salud mental.

De pronto nos lavamos las manos una y otra vez, como Lady Macbeth, con una intensidad que quisiera corroer la realidad que apremia, pero es solo una sensación de control, que algo, solo apenas, calma.

Nos vemos obligados a pensar otras cosas, a cuidar y a cuidarnos, a dar cuenta de que es cuestión de un chasquido de dedos para que todo cambie, la idea de la finitud del humano ya no resulta tan indiferent­e, y esta nueva realidad nos obliga a flexibiliz­arnos, ser compasivos con nosotros y los demás, a querer mucho más, a ayudarnos. Sin dudas, las prioridade­s comienzan a cambiar.

Como especie, como humanos, hemos afrontado crisis, pandemias, desastres naturales, cambio climático, guerras y demás cuestiones que preferimos dejar por fuera. Cuando las recordamos advertimos que esto, aunque pueda llevar un tiempo, también pasará. Y entonces volveremos a abrazarnos.

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