China Today (Spanish)

La caracola dorada

- Ilustracio­nes: Jiang Weiyu Texto: Ruan Zhangjing

Había una vez un joven que vivía cerca del mar y quien no tenía padre ni madre. Era huérfano. Cada mañana de los 365 días del año, sin importar si subía o bajaba la marea, el joven se levantaba más temprano que el sol. Durante las cuatro estaciones, y sin faltar un solo día, se iba cantando a pescar.

Una vez al mediodía, el joven recogió su red de pesca llena y se dispuso a emprender el camino a casa. De repente, vio un pez dorado varado en la playa.

El sol calentaba como un horno y la arena de la playa parecía una sartén. Un viejo cuervo glotón llegó batiendo las alas. Justo cuando el pez dorado estaba a punto de ser comido por el cuervo, el joven cogió al primero y se fue apresurada­mente hacia el mar.

El joven dejó al pez dorado suavemente en el agua. Poco a poco el pez empezó a mover su cola. Poco a poco de su boca plateada salieron burbujas. El pequeño pez había sido salvado.

Pasó un día y volvió a llegar la mañana. El joven se levantó de madrugada como siempre y se puso a cantar mientras reparaba su red de pesca rota.

Se fue a la orilla del mar y echó la red, pero no consiguió nada, salvo una caracola dorada. Arrojó la caracola de vuelta al mar y volvió a redar. Lo hizo muchas veces, pero no atrapó ningún pez ni camarón, sino únicamente aquella caracola rara.

El joven se acostó desanimado en la playa, mientras la caracola escalaba en silencio hasta su mano. Inadvertid­amente la sostuvo y descubrió estupefact­o su belleza: la caracola brillaba en su mano como un arco iris en el cielo despejado tras la lluvia.

El joven la llevó a casa y la colocó en una tinaja llena de agua dulce. Luego, tomó una aguja y sogas y se fue a reparar su red bajo un sauce. El sol se puso y su estómago estaba vacío. ¿Con qué lo podría llenar? El joven mo-

ría de la preocupaci­ón.

Al cruzar la puerta de su casa percibió un agradable olor. Vio una mesa llena de platos tan deliciosos que le hacían agua la boca. “¿ Quién se equivocó de lugar e hizo aquí un banquete? ¿ O me equivoqué yo de casa?, se preguntaba. El joven se sentó en el umbral de la puerta esperando a quien había puesto todo eso en la mesa.

Esperó hasta avanzada la noche, pero no vio a nadie presentars­e. La comida despedía más olor con el paso de las horas, y su estómago se removía como si tuviera una rueda adentro. El hambre no le permitió ser más cortés, así que el joven decidió comer.

Al día siguiente, el joven salió a pescar. Después de reparar la red volvió a casa y vio nuevamente la mesa llena de platos. Pasó lo mismo al tercer día. ¿ Qué cosa estaba pasando? El joven pensaba mucho en esta extraña situación, pero no le encontraba ni pies ni cabeza.

Después de comer tres días y no pagar nada, el joven se sintió incómodo. Al cuarto día recogió la red muy temprano y trepó sigilosame­nte el gran olmo que había detrás de la casa para ver por el tragaluz qué estaba pasando allá adentro.

Vio que un nimbo multicolor envolvía a una muchacha bonita, quien arreglaba su casa, doblaba su ropa, lavaba los vasos y platos, y cocinaba.

El joven entró corriendo a la casa y le preguntó cortésment­e a la muchacha: “¿ De quién es hija usted? ¿ De dónde viene? Si se equivocó de casa, puedo acompañarl­a a donde necesite ir”.

La hermosa muchacha sonreía delicadame­nte y le dijo con una voz como agua de manantial: “Mi casa se encuentra más allá del mar. Me llamo Hailuo ( caracola en chino). Quiero ser tu amiga y que me enseñes a cantar. Deja que me quede aquí. No me botes”.

El joven la aceptó con alegría. Fue a recoger flores silvestres y a cortar hierbas aromáticas para tenderlas y hacer una cama de flores. Tejió también un velo para ella. El joven se acostó dulcemente en su cama de madera, mientras que Hailuo dormía en medio de un aroma floral.

Así pasaron tres prósperos años. Una noche, el joven se despertó por el llanto de Hailuo. Le preguntó apresurado a la chica por qué se sentía triste.

(Continuará)

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