Un hito en Doha
Un mundial de confirmaciones. Así podría etiquetarse, haciendo honor a la brevedad, la cuadragésima octava edición del campeonato mundial de gimnasia artística, un evento que desde inicios de este siglo se celebra anualmente, excepto en los calendarios olímpicos, y que figurará en los libros de récords tanto en lo deportivo como en lo organizativo.
Del 25 de octubre al 3 de noviembre, Doha, capital de Catar, se convirtió en la primera ciudad del Medio Oriente en acoger el certamen de mayor relevancia en este deporte, después de los Juegos Olímpicos de Verano. La designación de esta sede no respondió a un capricho de la Federación Internacional de Gimnasia (FIG), considerando que las autoridades cataríes calientan motores de cara a la magna cita del fútbol en 2022.
El capitalino Aspire Dome, la instalación multideportiva techada más grande del planeta y diseñado por el renombrado arquitecto francés Roger Taillibert, fue escenario del regreso triunfal a la competición de una de las más grandes gimnastas de todos los tiempos, la estadounidense Simone Biles, y de un cambio en la correlación de fuerzas entre las potencias masculinas: en ausencia de la mejor versión del japonés Kohei Uchimura –de vuelta tras una grave lesión en Montreal 2017–, el principal rival de China fue el equipo de Rusia y no el de Japón.
Liu Tingting da la sorpresa
En suelo catarí, la estadounidense Biles atrajo todas las miradas al subir al podio en todos los ejercicios, algo que ninguna gimnasta había podido lograr desde que la soviética Yelena Shushunova lo hiciera en Róterdam 1987. Con una Biles imperial, la delegación de las barras y las estrellas acaparó el mayor número de premiaciones (4-2-3), superando a la de China (4-1-1).
El pleno de victorias de Biles en Doha fue impedido por la belga Nina Derwael, su verdugo en las barras asimétricas, y la china Liu Tingting, en la viga de equilibrio (Biles fue tercera por detrás de la canadiense Ana-