Una nueva forma de concebir la vida
al mismo tiempo que daba clases de español. Una vez que obtuvo el nivel necesario, comenzó a hacer trabajos de traductora e intérprete. Fue precisamente en este periodo –a través de la investigación en danza– que Estel Vilar se interesó nuevamente por el qigong. Estaba buscando un marco conceptual para lo que estaba experimentando su cuerpo y el qigong se convirtió en su respuesta, cuenta la catalana.
Descubrió el Instituto de Investigación de Qigong de Shanghai (SQRI, por sus siglas en inglés), perteneciente a la Universidad de Medicina Tradicional China de Shanghai, en 2013, cuando se abría la primera promoción del programa de formación internacional de qigong. Allí pasó los siguientes cinco años, primero en calidad de alumna y luego como profesora.
“El enfoque de SQRI me gustó mucho desde el principio porque todos los profesores son excelentes y tienen una gran profundidad en su práctica. Trabajan en equipo dentro de un marco académico riguroso y en una institución con más de 30 años de experiencia en la investigación del qigong”, relata.
Estel Vilar define el qigong como una herramienta teórica y práctica para adentrarse en el conocimiento de la vida y de uno mismo. Como otras corrientes tradicionales del Este de Asia, concibe al ser humano como una unidad indivisible conformada por tres partes: la forma tangible, la fuerza vital y la consciencia intangible, una trinidad que en chino se conoce como xing- qi- shen. Asimismo, el qigong presta un gran énfasis a la percepción interior del cuerpo y al estado de la mente durante la práctica, que se resume en las Tres Regulaciones del Qiqong (del cuerpo, de la respiración sutil y del estado mental).
Pero los doce años en China no solo le entregaron a la catalana los fundamentos prácticos y teóricos del qigong, sino que también le enseñaron importantes lecciones de vida. Por un lado, le sirvieron para desechar muchas “creencias y patrones inútiles” y, por el otro, para darse cuenta – al observar constantemente los contrastes sociales y culturales de Shanghai– de que existen infinitas maneras de ver la vida, sin que ninguna sea mejor o peor que la otra.
“Una de las cosas que admiro de la sociedad china, al menos de las generaciones mayores, es la naturalidad con que bailan, cantan y practican ejercicios, solos o en grupos, sin ningún reparo ni vergüenza. Esto me hizo dar cuenta del gran miedo al ridículo que yo tenía y que prevalece en mi sociedad natal”, cuenta Vilar.
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