China y América Latina en la pospandemia
La dirección en la que deben orientarse con urgencia las múltiples vías de cooperación entre ambas partes
La pandemia de COVID19 está conduciendo a una recesión económica de magnitud solo comparable con la Gran Crisis de la década de 1930. En regiones de elevada desigualdad, como América Latina, ello se está reflejando, además, en un incremento brusco en la pobreza, en elevadas tasas de desempleo y en la masiva destrucción de millones de pequeñas y medianas empresas.
La elevada informalidad de la fuerza de trabajo, la debilidad de los sistemas públicos de salud y niveles preocupantes de hacinamiento en barrios populares restan eficacia a las cuarentenas, pues un alto porcentaje de la fuerza laboral se ve obligado a salir a la calle a buscar su sustento diario, en la medida que los gobiernos no han reaccionado con prontitud para otorgarles ingresos de emergencia que les permitan quedarse en casa y así evitar más contagios.
En el plano internacional, la lucha contra el COVID-19 inevitablemente asoma como un nuevo escenario de la disputa entre EE. UU. y China. En algunos años más, cuando la historia empiece a escribir el balance inicial de la lucha contra la pandemia, seguramente entre los criterios de éxito aparecerán al menos los siguientes: 1) eficiencia en el control de los contagios; 2) rapidez en la recuperación de la economía; 3) menor tiempo en conseguir la vacuna contra el virus; 4) buena coordinación interna; y 5) activa cooperación internacional en el combate a la pandemia y en apoyar con recursos financieros a los países más pobres. La historia medirá, pues, el desempeño relativo de EE. UU. y de China en cada una de estas variables y emitirá su juicio. El juicio inmediato es menos válido, pues está muy teñido por la campaña por la reelección de Trump, campaña que se ha focalizado en atacar a China.
Cooperación internacional para combatir el COVID-19
A nivel global, los países examinan con atención el despliegue de la ayuda internacional que proveerán las principales economías al combate global contra la pandemia. Es evidente que si EE. UU. persiste en cortarle el financiamiento a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en plena pandemia, la reacción internacional sería bastante adversa, tal cual ya se ha apreciado en comentarios de la diplomacia europea y de otros países industrializados.
China, por su parte, una vez controlada la epidemia, al menos en su primera fase, ha llevado a cabo sucesivos envíos aéreos y marítimos de cooperación a países europeos (millones de mascarillas, miles de respiradores mecánicos y de vestimentas especializadas para el personal sanitario), a varios estados norteamericanos y a varios países latinoamericanos.
Hemos visto que el epicentro de las in
fecciones transitó desde China a Europa, luego a EE. UU. Posteriormente se dirigió a América Latina y, más temprano que tarde, ese epicentro migrará hacia África. En estas zonas, por cierto, la fortaleza y calidad de los sistemas públicos de salud son bastante más críticas que en Europa o EE. UU. Si los países más ricos no se anticipan a gestar un masivo programa de cooperación internacional destinado a proveer de importantes recursos frescos para combatir el COVID-19 en los países más pobres y en desarrollo, en ese caso lamentablemente la humanidad podría vivir no solo eventos dramáticos en el tercer mundo, sino que también viviría una segunda ola de infecciones que volvería al primer mundo. Por cierto, si no existe ese apoyo, sería bien probable que, en esa lamentable eventualidad, las economías de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se cierren drásticamente frente a las del tercer mundo, precarizando y segmentando aún más la globalización, tan afectada ya por la expansión del COVID-19.
La urgencia de un programa financiero
Para evitar ese fatídico escenario, los países industrializados deberían estar en condiciones de apuntalar un programa financiero de dimensiones históricas, equivalente a varias veces el Plan Marshall, para apoyar a los países en desarrollo en desafíos tales como: 1) fortalecer la infraestructura sanitaria ( mascarillas, respiradores mecánicos, hospitales de emergencia, camas de atención crítica); 2) eliminar la deuda de los países más pobres y eliminar el pago de servicios de la deuda externa de países en desarrollo mientras dure la pandemia; y 3) emisión de derechos especiales de giro (DEG) de al menos 500 billones (terminología española; trillones norteamericanos) de dólares para fortalecer la liquidez de los países en desarrollo, evitando que la crisis sanitaria coincida con catástrofes económicas y sociales. Es urgente que un plan global de estas características sea promovido por EE. UU. y por China. Como es obvio, el país que lidere esta iniciativa será ampliamente reconocido en el resto del mundo.
Lamentablemente ese programa internacional requiere liderazgo, el mismo que no puede ser aportado por EE. UU., como sí aconteció en la crisis subprime de 2009. Tampoco se puede pensar en una coordinación del G20, en tanto EE. UU. y China no encuentren un espacio de entendimiento. La tarea clave es que China y EE. UU. cambien la confrontación por colaboración. Si ello se concretase, el G20 podría establecer una suerte de Comité Ejecutivo del G20, el que, además de estos dos países, podría incluir a Alemania, Japón e India.
Dicho Comité Ejecutivo del G20 debería definir un programa global que permita frenar la pandemia y detener la gran depresión económica. La coordinación de estos cinco ministros de salud debería promover el intercambio preciso de datos, el apoyo material, tecnológico y de conocimientos a los sistemas de salud pública más débiles, maximizar testeos/aislamientos y generar condiciones de seguridad sanitaria para la recuperación económica. A su vez, los ministros de economía y las autoridades de los bancos centrales de estas cinco economías deberían coordinar un estímulo fiscal masivo, global y coordinado, un estímulo monetario y crediticio similar, y un apoyo financiero a los países en desarrollo (afectados, además, por una histórica salida de capitales). Asimismo, como ya se indicó, el Fondo Monetario Internacional debería emitir al menos 500 billones de dólares de DEG y debería impedirse el proteccionismo, en particular en los productos sanitarios y médicos. También es recomendable que mientras dure la pandemia, se levanten las sanciones económicas a Cuba, Irán y Venezuela. No es ético que estos países no puedan acceder a insumos y maquinarias médicas para combatir la pandemia, por razones políticas.
En este sentido, la cooperación de China con América Latina debería subrayar medidas que apunten a: 1) un rápido control de la pandemia; 2) que mejoren la infraestructura sanitaria y hospitalaria de la región; 3) que apuntalen la recuperación económica, favoreciendo proyectos de inversión en infraestructura física (caminos, trenes, red de banda ancha); 4) líneas de financiamiento para pequeñas y medianas empresas; y 5) programas de capacitación y reentrenamiento para millones de trabajadores que se verán desplazados por el impacto económico de la pandemia. Las múltiples vías de la cooperación que hoy existen entre China y América Latina podrían orientarse –y con urgencia– en esta dirección.