Newell’s y Central, con poca ambición y casi nada de juego
El equipo local no supo capitalizar su momento. El visitante acentuó su retroceso futbolístico: quedó lejos en el torneo.
Ni Central y su obligación de triunfo para no ceder terreno en el torneo, ni Newells y su necesidad de sacarse la espina ante su eterno rival. En Rosario, no pasó nada de nada. Fue un clásico de los de antes. Mucha cautela y fricción. Poca ambición y casi nada de juego asociado. En la chatura general, Newell’s ganó, esta vez, la pulseada táctica. Pero cuando apretó el acelerador se topó con las manos de Sebastián Sosa. El uruguayo estuvo impasable debajo del arco.
Se habló mucho en la previa del escenario externo, de amenazas, aprietes y de una pasión aplacada por una violencia enquistada. Sin embargo, ayer el público estuvo a la altura del evento deportivo más trascendente de esta ciudad. Cancha llena y un comportamiento ejemplar. Quienes fallaron fueron los encargados de jugar al fútbol. La pelota rodó muy poco. Algunas pinceladas de Franco Cervi y no mucho más. El resto de las individualidades no dieron la talla de un partido que despertaba muchas expectativas desde lo deportivo.
Ahora bien, el partido táctico fue de Newell’s. Diego Osella revirtió un karma de los últimos seis clásicos: la superioridad de Central en el pizarrón. Ayer, ese duelo lo ganó el entrenador local. Entendió cómo se podía ganar el pleito. Superpobló la mitad de la cancha para cortar todos los circuitos ofensivos de Central. Con ese esquema en mente (pocos espacios), lo mandó a Mauro Formica a jugar a las espaldas de Damián Musto, un acierto táctico que no dio más frutos por los altibajos del volante.
El gran déficit de Newell’s estuvo en la soledad de Lucas Boyé. Y en la ineficacia a la hora de pisar el área. Las chances de gol no abundaron, está claro. Pero Newell’s pudo ganar el clásico en el complemento. No lo logró por un manotazo descomunal de Sosa (excelente volada ante un remate a quemarropa de Maxi Rodríguez) y por el yerro de Ignacio Scocco (ingresó por Formica en el segundo tiempo), quien se durmió cuando tenía el gol a pedir de boca. Esperó un segundo de más y Víctor Salazar le arrebató la conquista con el arco vacío, a su merced.
La anemia futbolística de Central se agudizó ayer en el Parque Independencia. El equipo sufrió un evidente retroceso en la creación de juego, su principal arma, su sello distintivo. Eduardo Coudet pensó una estrategia que no funcionó. Buscó nutrir a Marco Ruben con un abanico de volantes ofensivos. Pero el equipo nunca se apoderó del balón. Los dos más pensantes, Gustavo Colman y Giovanni Lo Celso, jamás gravitaron.
Sólo Cervi lastimó con su vértigo cuando encaró de la banda derecha al centro del campo. Entonces, sin tenencia y sin juego periférico (bandas clausuradas), Central rifó su peso ofensivo. Los cambios de Coudet tampoco funcionaron. Puso a Germán Herrera, otro delantero, aunque nada cambió. Mandó a la cancha a Walter Montoya para romper por afuera, pero el volante externo nunca llegó al fondo. Nada le salió al Chacho.
Tan magro fue lo de la visita, que se volvió a Arroyito sin patear al arco. Un remate desviado de media distancia de Lo Celso en el primer tiempo y una volea de Mauro Cetto en la segunda etapa tras un centro que cayó desde la derecha. Muy poco para un equipo que late, respira y vive a partir del vértigo y de la agresividad, y ve cómo pierde terreno en la Zona 1 del campeonato.
Pasó un clásico que, seguramente, se olvidará rápidamente. Escaseó el fútbol y faltaron las emociones. El derby de abril de 2016 quedará registrado en la fría estadística, pero difícilmente se grabará en la memoria de los hinchas.
Más aún si se tienen en cuenta que los dos se fueron masticando bronca. Newell’s, por no haber aprovechado su momento en el partido y por no haber traducido su superioridad táctica en el resultado. Y Central por un retroceso futbolístico que se agudiza y por un torneo que quedó muy lejos.