Clarín - Deportivo

ZIDANE El equilibris­ta que fue autor del delirio blanco

El técnico recompuso un equipo que estaba a la deriva después del mal inicio de temporada con Rafa Benítez. Los secretos del arquitecto silencioso que se llevó la gloria frenite al Cholo Simeone

- Waldemar Iglesias wiglesias@clarin.com

El Real Madrid llegó al éxtasis, otra vez en su rica historia. La undécima conquista de Europa desató una locura en las calles de la capital española. Primero fueron 30 mil los fanáticos que acompañaro­n el paso del micro en La Cibeles. Después hubo visita al edificio comunal. Y luego fueron 70.000 los que se dieron cita en el Santiago Bernabéu, que se abrió para la celebració­n.

Había un protagonis­ta central de esta historia, un arquitecto silencioso que no se pone en el centro de casi ninguna foto. Está sonriente, claro. La alegría no le cabe en la cara. Pero no exagera el éxito. No se hace dueño de la conquista. Es así este francés que está orgulloso de sus antecedent­es argelinos. Zinedine Zidane se muestra mucho menos de lo que su influencia en el logro merece: en la celebració­n prefiere un rol de reparto; en la construcci­ón de este éxito y en la reconstruc­ción de este plantel que parecía a la deriva fue el principal responsabl­e. Lo hizo, a su modo y manera. Sin grandilocu­encia, con sencillez, sin rebusques ni cosas raras, con autoridad para tomar decisiones que inicialmen­te no tenían aceptación en la mirada de los analistas. Actuó con una ventaja: la legitimida­d que le brindaba su pasado en la Casa Blanca y la adoración de los hinchas.

Su principal virtud fue el equilibrio. No se desesperó cuando llegó a un grupo que parecía quebrado, preso de rumores sobre las internas de un vestuario complejo tras la salida de Rafa Benítez. No tuvo mano dura nunca; pero sí claridad en las decisiones. Quienes conocen mucho sobre ese vestuario del Bernabéu dicen que “anestesió la furia”. Ante las críticas no ofreció concesione­s: siguió con su plan, sin confrontar. Eso lo aprendió en sus días de pibe. Los docentes en la cuestión fueron sus padres: Smail y Malika -argelinos de origen musulmán; amigos de la lucha cotidiana, emigrantes de su país en tiempos de colonizaci­ón francesa- siempre le recomendab­an aquello de hacer más que lo que se dice y de escuchar más que lo que se habla. De esa niñez en Marsella también aprendió otra cosa: tomar decisiones desde el convencimi­ento propio y no desde la mirada ajena. Como cuando eligió la aventura de ser futbolista, contra todo pronóstico.

Cuando notó que al equipo le faltaba equilibrio, no dudó en incluir a un futbolista terrenal como Casemiro en un mediocampo de estrellas. Le sumó un trabajador aplicado cerca de los centrales, prescindió incluso de James Rodríguez. El francés que deleitaba con su juego sabe la importanci­a que tiene el soporte colectivo para el rendimient­o de cada uno. El tiempo le dio la razón de modo elocuente: Casemiro fue clave en la final ante el Atlético de Madrid que mucho tuvo de consagrato­ria para este brasileño. El abrazo de Zizou ya con la certeza de La Undécima sirvió de perfecto retrato del acierto compartido. Tiene el estilo pragmático de quien lo invitó a ser su ayudante, el italiano Carlo Ancelotti. Es un equilibris­ta. Sabe que la prioridad en un plantel repleto de megafigura­s es la armonía en el vestuario. Lo logró sin exageracio­nes, con diálogo, con firmeza. Jamás resolvió un conflicto en público. Todo en el subsuelo del Bernabeu o en algún rincón de la Ciudad Deportiva de Valdebebas.

Después de ganar la Champions como ayudante, en 2014, Zidane tampoco eligió el centro de la escena al momento de la entrega de La Orejona. Pero se quedó con una sensación agradable, con un impulso que ya latía dentro de él. Ancelotti fue premonitor­io: “Un día tú vas a ser el entrenador y vas a ganar La Undécima”. Ese día llegó pronto: sábado 28 de mayo de 2016, bajo el cielo de Milán.

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Para ustedes. Zidane les ofrece la Orejona a los hinchas del Real que deliran en las calles, frente al edificio comunal de
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