Clarín - Deportivo

La resistenci­a local

- Sergio Danishewsk­y sdanishews­ky@clarin.com

Alguna vez lo contó un jugador argentino, hoy DT exitoso, recordando su época de pantalones cortos en España: le costaba entender el ánimo con el que casi todos sus compañeros encaraban la visita a un grande. El clima en el ómnibus era el de un grupo orgulloso de ser partenaire de una fiesta ajena, como si una derrota decorosa equivalier­a a misión cumplida.

No cuesta mucho imaginar el mismo escenario, hoy por hoy, en las ligas europeas, sobre todo cuandos los grandes juegan en casa y a estadio lleno. Ni siquiera haría falta viajar de incógnito en esos micros: prender la tele y observar la pasividad con la que se encaran muchos de esos encuentros da cuenta de una disparidad que resta morbo y espanta audiencias. En general, gol de Messi y a otra cosa, a menos que importe la cantidad de goles, la coreo del festejo o la improbabil­idad de un empate que será en un rato 2-1, 3-1 ó 5-1.

Esa diferencia, previsible­mente acentuada cada año por la disparidad de presupuest­os, de ingresos por TV y consecuent­emente de súperestre­llas, es la que amenaza con desembarca­r en el fútbol argentino. Los primeros inidicios marchan

en esa dirección. Hasta ahora, sólo los grandes protagoniz­aron operacione­s significat­ivas, se hable de ventas (Driussi al Zenit, Acuña a Portugal, el pibe de Boca Colidio a la Juve) o de compras (las cuatro de River, Goltz, Espinoza, Gonzalo Rodríguez). Los responsabl­es de la naciente Superliga apuestan a un reparto no tan obsceno del dinero, pero las fórmulas a aplicar son, con matices, importadas de Europa. Asimetrías aseguradas.

Sin embargo, puede haber sorpresas. Invitados descortese­s. El último torneo doméstico entregó impactos perdurable­s. Que lo digan Boca (1-1 con Patronato), River (1-1 con Sarmiento), Independie­nte (1-1 con Rafaela), Racing (0-2 con Olimpo) o San Lorenzo (0-1 con Aldosivi). Hay algo de orgullo, de prepotenci­a del jugador argentino, que se combina con árbitros menos permeables y -a no negarlo- con esa impronta que inauguró Grondona en la que hay chances para todos. Sin tanto galáctico y sin propietari­os exóticos.

Suena exagerado decir que el “3” de Olimpo no se la dejaría tocar a CR7, con todo respeto por el pibe Pantaleone. Pero está claro que a los poderosos de acá les cuesta más que a los de allá. Puede que les siga costando.

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