Es kiosquero... y también ajedrecista
Cuberli cumplirá el sueño de un aficionado: enfrentará a grandes maestros en el Campeonato Argentino
Sencillo y tímido. Así se lo ve a Emiliano Cuberli detrás del enrejado blanco del kiosko que atiende en González Catán, donde el kilo de pan cuesta 36 pesos. Incrédulo de la situación que le toca vivir. Sorprendido ante la entrevista de Clarín. Agradecido, sobre todo. Es que la ansiedad se lo come porque no ve la hora de que llegue la final del Campeonato Argentino de ajedrez, a la que se acaba de clasificar tras vencer a rivales de mucho mayor nivel que él, incluidos tres maestros internacionales. “Ya quiero que llegue octubre para toparme con las bestias”, confiesa este aficionado, quien no tiene título de maestro pero es pura pasión. Y vive un sueño increíble.
No le teme a lo que le deparará el torneo. Al contrario, disfruta. “Con el sólo hecho de saber que me enfrentaré con Sandro Mareco, quien además de ser el número 1 de Argentina y el 90° del mundo es amigo mío desde chico, estoy realizado”, admite. “El es mi ídolo; primero por cómo es humanamente. Sigue siendo como yo lo conocí y nada lo cambió. Y después porque es un genio con el tablero adelante”, cuenta.
Cuberli no es un improvisado en finales. “En 2008 salí campeón argentino Sub 18 en Gualeguaychú y cumplí un objetivo enorme porque venía participando de muchos torneos y no se me daba”, explica. Esa primera consagración fue siete años después de haberse iniciado en el ajedrez. Pero luego de aquella coronación la vida le cambió en 2009 y se fue a vivir a San Luis para trabajar como instructor en algunos colegios de esa provincia. Pasó el tiempo y hoy, ocho años después, recuperó el terreno perdido.
“Llegar hasta las semifinales y jugar contra grandes maestros y maestros internacionales ya era un triunfo para mí. Son enfrentamientos que venía deseando desde hacía mucho. Fue un esfuerzo enorme, ronda tras ronda poniendo huevo”, reconoce.
Aunque aquellas semifinales comenzaron un tanto esquivas, con una anécdota que quedará en su memoria para siempre. “Me pasó algo insólito. Yo me tenía que tomar el colectivo 86 para ir a Congreso, al Club Argentino, donde jugábamos, y tardó como dos horas. No iba a llegar. Nunca me avivé de irme hasta Sáenz y de ahí tomarme un tren y hacer más rápido. Así que llamé al árbitro para que me quitara del emparejamiento y me pusiera un bye. Arranqué muy mal, muy bajón”, recuerda entre risas. Y agrega: “Igual no sé cómo hubiese sido el desenlace si asistía a esa primera ronda. Mirá si me cambiaba el puntaje y no accedía a la final”.
Pero se clasificó. Se clasificó y festejó. Y vaya si ello tuvo repercusión en su entorno. “José Uncal, mi primer profesor, junto a mis compañeros de entrenamiento en la infancia organizaron un asado para agasajarme por la clasificación. No los veía desde hacía mucho. Fue muy emotivo”, destaca.
Cuberli tiene 27 años y desde que nació aquel 2 de febrero de 1990 vive en González Catán, partido de La Matanza. Salvo ese año y medio que se fue a vivir a San Luis, claro. Luego, a su regreso, formó una familia. “Tuve a mi hijo Owen. Mi rey, como lo defino yo. En él me inspiro antes de cada partida”, suelta.
De pibe, como la gran mayoría de los varones, jugaba al baby fútbol en el club de su barrio, Deportivo González Catán. Sin embargo, a los 11 años cambió el rumbo de su vida deportiva y eligió una disciplina que muchos miraban de reojo. “De un día para el otro me incliné por el ajedrez. Ya tenía a mi abuelo, Antonio Scalise, como antecedente y él me inició. Y después el que me incentivó y perfeccionó fue Uncal”, cuenta. Allí, en el club, donde cambió la pelota número 3 y los botines por las piezas y los tableros, fue el comienzo de este “loco” presente.
Aunque se autodefine como un “colgado”, sabe que ésta es no es una oportunidad más en su vida. “Me voy a preparar como nunca. Es algo único y aunque voy a disfrutarlo, tampoco lo quiero desaprovechar. Desde que terminaron las semifinales no toqué ni vi más nada de ajedrez. Es más, al otro día de haberme clasificado me dolía todo el cuerpo de la tensión por la que había pasado. Seguramente a partir del 1° de agosto empezaré a armarme un repertorio”, avisa.
A sólo dos meses de las partidas más importantes de su vida, al joven kioskero se lo puede encontrar en Mariano Acosta 4732, entre Tranway y Totoral, donde atiende el negocio familiar que está abierto de lunes a sábado de 11 a 14 y de 18.30 a 20.45 y los domingos de 9 a 14. Ah, y los días que le toca verlo, cuidando del pequeño Owen, que apenas tiene 4 años. “Aprovecho cuando él se duerme para jugar on line. Esos son mis entrenamientos”, confiesa y se ríe mientras sueña despierta y atiende a los clientes.
“José Uncal, mi primer profesor, junto a mis compañeros de entrenamiento en la infancia organizaron un asado para agasajarme por la clasificación”.