Las armas de Federer que Del Potro desactivó para empezar a ganarle
El equipo que conducía al argentino tuvo que pedirle que no hablara más con Roger antes de los partidos.
Como casi todos los que iniciaron una carrera en el tenis en el tercer milenio, Juan Martín Del Potro cultivó durante su carrera una idolatría hacia Roger Federer, siete años mayor que él. Lo vio como número 1 desde sus tiempos de juvenil y la admiración por su juego también se trasladó a su comportamiento dentro y fuera de la cancha. Pero llegó el momento en su carrera en el que necesitó correrlo de ese lugar para que no lo perjudicara deportivamente.
Cuenta Sebastián Torok en su libro “El milagro Del Potro” que cuando Roger empezó a enfrentar a Delpo regularmente, comenzó a repetirse una situación llamativa: el suizo se le acercaba antes de los partidos para sacarle temas de conversación. Según Franco Davin, entonces coach de Del Potro, y Martiniano Orazi, su preparador físico, el objetivo era que entrara a la cancha acobardado.
“Veíamos que cada vez que Federer jugaba contra Juan, que generalmente era en instancias importantes, venía al vestuario cuando ya no quedaba mucha gente, hablaba, jugaba a las cartas con nosotros, hacía chistes con el grupo... Al principio no me llamó la atención, pero después empecé a notar que eso a Juan lo relajaba, lo sacaba del foco de querer ganarle sí o sí”, contó Davin.
“Yo veía que Juan se ponía a hablar con él y perdía ese fuego interno. Hablaban de los relojes, porque los dos comparten el mismo sponsor, o hablaban de la raqueta, de la Argentina, de Suiza o de fútbol, porque Roger es muy fanático -agregó-. Pero en definitiva era como tener una charla agradable con un amigo y después Juan no entraba con el cuchillo entre los dientes”.
Davin y Orazi se dieron cuenta de que Del Potro necesitaba tenerle más “bronca” a su rival (“en el buen sentido”) y entonces tuvieron que hablarle francamente con un pedido: tenía que cambiar la actitud y ya no sentarse a hablar con el suizo antes de los partidos. “Le dijimos: 'Juan, olvidate, a éste hay que ganarle’”, contó Davin. “Le pedimos que no le prestara atención, que con respeto se levantara de su lugar y se fuera para otro lado”, contó Orazi. Fue el primer paso para “bajarlo del póster” al número 1 y poder empezar a ganarle.
Ya en la cancha, Federer también trataba sutilmente de intimidarlo durante la entrada en calor. Golpeaba unas pocas pelotas de fondo y después se iba inmediatamente a volear, como para que Del Potro no tomara ritmo. “Esas cosas Federer no las hacía contra jugadores con los que sabía que no podría perder, salvo que pasara algo raro. Pero contra Juan sí”, aseguró Davin en el libro de Torok.
Con el tiempo, Federer y Del Potro construyeron una relación de amistad, dentro de lo que puede ser ese tipo de lazo en un circuito hipercompetitivo como el de la ATP. En 2011, durante el Abierto de Australia, el argentino recordaba en Melbourne el apoyo que recibió durante el período de rehabilitación por su primera operación en la muñeca: “Roger me llamó cuando estuve muy mal. Fue de los muy pocos que se preocupó por mí en esos momentos, que se cuentan con los dedos de una mano”.
Ayer, en la final del Masters 1000 de Indian Wells, Del Potro tuvo la oportunidad de volver a demostrar que Roger Federer, que dominaba por 18-6 el historial entre ambos, ya no está en el altar de sus ídolos. La admiración estará siempre, pero para dejarla un poco de lado tuvo que desactivar las armas secretas que usa contra él el mejor tenista de la historia. Y lo hizo.