Diego lo vivió como todos y lo sufrió como ninguno
Se lo vio ilusionado en la previa y llorando tras la derrota. En el medio cenó, se sacó fotos y firmó autógrafos.
Instalado en uno de los palcos del estadio, Diego Maradona sufrió la misma transformación que el resto de los argentinos en la tarde rusa: de la euforia a la tristeza.
Tal como lo hizo el sábado en Moscú frente a Islandia, Diego dijo presente ayer contra Croacia. Momen- tos antes del comienzo del encuentro cantó al unísono con los hinchas, revoleando la camiseta. Como uno más. En otro instante, se lo pudo ver tomando una camiseta con la 10, la de Lionel Messi. La besó, y portándola entre sus manos elevó una oración pidiendo la victoria. Que fuese lo que Dios quiera, pareció decir.
En la previa, tuvo tiempo para encontrarse en un abrazo con el mítico croata Davor Suker, compañero suyo en Sevilla y actual presidente de la federación de fútbol de su país.
Ya con el partido en marcha, Maradona fue un fanático como cualquier otro. Se mimetizó con los suyos agarrándose la cabeza en cada situación desperdiciada, aplaudiendo cada buena acción y sufriendo en cada aproximación de los europeos.
En el entretiempo, no sólo tuvo tiempo de cenar sino también de firmar autógrafos y sacarse fotos.
La segunda parte del encuentro fue un calvario. El primer gol se encargó de sustraerle el fervor que venía mostrando. El segundo grito croata fue un cachetazo más, uno duro teniendo en cuenta que faltaban sólo diez minutos para intentar dar vuelta la historia. El tercero fue el golpe de gracia: Diego se sentó y ya no volvió a ponerse de pie.
Cuando la derrota era inminente, Maradona se llevó las manos a la cara y lloró. De bronca, de impotencia, de angustia o de todo junto. Habrá recordado tantos partidos vestido de celeste y blanco. Capitán, orgulloso y ganador. Soplan otros vientos en la Selección argentina.