Un paso firme para soñar
Por funcionamiento colectivo y jerarquía individual pudo disimular la temprana expulsión de Paulo Díaz, anular a los santiagueños y hacer los goles en los momentos justos.
El olfato de Borré y una joya de Scocco le alcanzaron a River para ganarle 2-0 a Central Córdoba y disimular la tempranera expulsión de Paulo Díaz. A cinco fechas del final de la Superliga, el equipo del Muñeco Gallardo se afirma en la punta de la tabla en busca del título que le falta.
Un quiebre de cintura. Otro enganche. La gambeta larga. Tres hombres en el camino. Un gol digno de Messi o Maradona. No es Leo. Tampoco Diego. Es Nacho Scocco que deja su huella en ese final feliz, el que cierra un partido que pudo ser un cuento de hadas para Central Córdoba cuando se encontró con superioridad numérica. Le quedaron grandes los zapatos a la Cenicienta de Santiago del Estero. Y River, este equipo que casi todo lo puede, volvió a mostrar que no tiene techo. Podrá tropezar, como sucedió en la Copa Libertadores ante Flamengo, pero será difícil ponerlo de rodillas. Jugó mejor con diez futbolistas. Nunca sintió el vacío que produjo la prematura expulsión de Paulo Díaz, ni siquiera con una temperatura propia de una tierra tropical. Sacó más ventaja en la cima de la tabla y a sólo cinco fechas del desenlace de la Superliga avanza con decisión hacia el título.
¿Habrá sido el partido del campeonato, más allá de la talla del rival? De entrada era posible imaginar el favoritismo de River. Por presente colectivo y jerarquía individual, claro. Sin embargo, nadie imaginaba ese primer cuarto de hora, cuando Central Córdoba salió a jugar despojado de inhibiciones, a bordo de un 4-4-2 cargado de vértigo. Muchos menos podía esperarse una reacción infantil de Díaz. ¿Qué se cruzó por la cabeza en el momento que decidió pegar esa patada inadmisible? Había forcejeado con Gervasio Núñez, ya no estaba en escena la pelota y sacudió al formoseño a centímetros de Néstor Pitana. El árbitro le mostró una irreprochable tarjeta roja al chileno. Y cuando parecía que el Monumental se venía abajo, el partido cambió. De repente, Central Córdoba se encontró con un billete de lotería y ni siquiera pasó a chequear el premio por la agencia. Con un futbolista más que su ilustre rival, no tuvo plan B. Había llegado a Núñez con la premisa de la presión alta y el desgaste y no supo cómo encarar el resto del encuentro.
River, en cambio, empezó a sentirse más cómodo. Y si la expulsión de Díaz había representado un proble--
ma, la solución estaba sobre el césped. Sobraban defensores y Gallardo armó una línea de cuatro. Y aunque los santiagueños contaban con once, cesaron su intensidad. No asumieron el protagonismo. Y como había espacios para esa triangulación que es una marca registrada en el ciclo del Muñeco, surgían los pelotazos largos para saltar líneas y romper con la movilidad de Matías Suárez, especialmente, y Rafael Santos Borré.
River no brillaba, pero empezaba a exigir al fondo de Central Córdoba. Pareció penal de Oscar Salomón sobre Suárez, justamente, a raíz de un bochazo que ganó el cordobés. Hubo un leve agarrón. Pitana no cobró. A esa altura, los hinchas estaban muy nerviosos, pedían todo. El equipo, no obstante, comenzaba a fluir. Porque arriesgó, a pesar de la prematura expulsión de Díaz. Aunque dejó huecos. El gran nivel de Robert Rojas y las malas decisiones de Lisandro Alzugaray conspiraron contra las posibilidades ofensivas de los santiagueños, que terminaron mal cada una de las réplicas.
Hasta que un bochazo de Nicolás De La Cruz cayó en los pies de Suárez, el cordobés metió el centro atrás y Santos Borré la empujó en tiempo adicional.
Fue un desahogo. Y como Gallardo observó señales positivas, no modificó el esquema en el segundo tiempo. Todos se sacrificaron para que Díaz no brillara por su ausencia. Hubo multiplicidad de esfuerzos. Sobre todo, Nacho Fernández y De La Cruz, habitualmente preparados para la gestación, quienes doblaron esfuerzos. También Rojas, un especialista en los relevos. Gustavo Coleoni estaba furioso y sus modificaciones no pesaron. Cristian Chávez y Joao Rodríguez tampoco pudieron pisar el área de Franco Armani con autoridad.
River sí lo hizo. Con Suárez inspirado. Tuvo tres chances claras. Un tiro cruzado que tapó Diego Rodríguez, un contraataque a puro toque que terminó pinchando por encima del Ruso y chocó contra el travesaño y un bombazo que pegó en el ángulo izquierdo. Después, entraron Ponzio y Scocco, que puso el broche de oro.
Con un gol en el final de cada tiempo, sigue soñando con la Superliga, uno de los pocos pagarés que debe levantar Gallardo. Aunque nadie se lo reclame. Tiene crédito de sobra. ■