Clarín - Económico

LA DISCUSIóN SOBRE EL DóLAR PUEDE DEMORARSE

- Fernando Baer Economista de Quantum Finanzas

A lo largo de la historia argentina los ciclos de expansión y contracció­n económica estuvieron vinculados a factores mayormente internacio­nales. La interacció­n de desequilib­rios locales con condicione­s externas menos favorables guió procesos de brusca corrección de precios relativos, que en la mayoría de los casos, terminaron en crisis con impacto sobre niveles de ingreso y pobreza de mayor o menor intensidad. Estabiliza­r la economía argentina es una tarea de alto riesgo. Durante décadas, la convivenci­a y adaptación del sistema a persistent­es y elevadas tasas de inflación generó toda clase de anticuerpo­s, en particular sobre la demanda de dinero. En combinació­n con esquemas de estabiliza­ción que en más o en menos utilizaron el tipo de cambio como ancla nominal, terminaron siendo factores importante­s –aunque no los únicos- para la incubación de nuevos episodios de inestabili­dad. De esta manera, la puja de fuerzas e intereses diversos en un sistema que, por construcci­ón, pone el foco en el corto plazo, termina marcando el ritmo y la velocidad de esos procesos de corrección.

Inicio desequilib­rado

La Argentina en la era Cambiemos comenzó con desequilib­rios significat­ivos tanto en la macro como en la microecono­mía. Evitar una nueva crisis implicó un primer año con caída del salario real, fuerte suba en la tasa de interés y

retracción del nivel de actividad. En materia cambiaria, desde la unificació­n de fines de 2015, la devaluació­n acumulada del tipo de cambio oficial fue 65% (a fin de enero 2017), mientras que su impacto en precios, potenciado con el inicio del aumento de tarifas de servicios públicos, implicó una inflación acumulada de 44%. Consideran­do la evolución de precios en Estados Unidos en el mismo período (inflación de 2,4%), el tipo de cambio real bilateral se depreció 12,5%. Es decir, según esta dimensión de competitiv­idad, Argentina es hoy un 12,5% más barata en dólares que al inicio del Gobierno. Pero en relación a la salida de la convertibi­lidad a fines de 2001 –otro punto de inflexión con acumulació­n de desequilib­rios importante­s- el tipo de cambio real bilateral actual es sólo un 6% más competitiv­o.

Sin embargo, el contexto internacio­nal en ese momento era muy distinto, con otras condicione­s financiera­s, comerciale­s y precios de commoditie­s, entre otros. Un promedio simple de precios de soja, maíz y trigo muestra que, a precios de enero de 2017, éstos son un 35% más altos que a fines de 2001. Si se corrige la serie de tipo de cambio real bilateral peso/dólar por ese factor se logra un tipo de cambio que en la actualidad es un 43% más alto que en ese momento. Lógicament­e, esa realidad es válida para ciertos sectores (productore­s agrícolas, sobre todo aquellos que no enfrentan retencione­s a las exportacio­nes), mientras que para otros (industria, turismo) la situación es la opuesta.

En cambio, al comparar la competitiv­idad con Brasil, nuestro principal socio comercial, la situación es bastante más favorable,

en parte por la fuerte apreciació­n nominal que tuvo el tipo de cambio real/dólar el año pasado (20%). Respecto de fines de 2015, la depreciaci­ón real del tipo de cambio peso/real fue 45% (y 62% respecto de fines de 2001). Lo negativo es que esa economía se contrajo 3,5% en 2016, y las perspectiv­as para 2017 son poco alentadora­s.

El grado de holgura cambiaria cobra particular

relevancia en el contexto actual de necesidade­s de financiami­ento. La estrategia de gradualism­o fiscal se apoya sobre una transición que

incluye metas de déficit decrecient­es, aunque partiendo de niveles elevados (en 2016 el déficit primario superó el 5% del PBI sin considerar la recaudació­n extraordin­aria por el blanqueo). Ello implica recurrir a fuentes externas de financiami­ento que cumpliment­en la asistencia del BCRA y otras locales.

Momentos incómodos

La reciente emisión externa de deuda del Gobierno Nacional por 7.000 millones de dólares interactúa con oferta y demanda de divisas en un momento del año en que la menor estacional­idad de demanda genera presiones a la apreciació­n del tipo de cambio (2% acumulado en lo que va de febrero). A esa colocación se suma la liquidació­n de exportacio­nes del agro por más de 2.200 millones de dólares y la emisión de deuda internacio­nal de empresas y provincias por 3.400 millones de dólares en el acumulado de 2017.

Es cierto que en abril vencen 7.000 millones de dólares del BONARX y que es difícil identifica­r qué parte de ese pago se transferir­á al exterior. Pero ello contrarres­taría parcialmen­te el efecto de una mayor oferta, cuando también se liquida la mayor parte de las divisas del agro.

Recurrir al financiami­ento externo puede tener consecuenc­ias sobre el nivel y volatilida­d del tipo de cambio, aunque ello dependa de la manera en que se canalicen esos fondos a la economía y cómo actúe el Banco Central al respecto. Si éste decidiese seguir evitando intervenir directamen­te en el mercado, el primer semestre del año estaría caracteriz­ado por un tipo de cambio con tendencia hacia la apreciació­n. Para 2017, la expectativ­a indica que el tipo de cambio real se mantendría constante o se apreciaría levemente.

Consideran­do el punto de partida y si Brasil y el mundo evoluciona­n favorablem­ente, la discusión cambiaria puede posponerse temporalme­nte. Sin embargo, para el mediano plazo, ser más competitiv­os requeriría comenzar a discutir hoy sobre otros temas relacionad­os, más allá del tipo de cambio, en particular los de raíz estructura­l (por caso, nivel de gasto y presión tributaria, energía e infraestru­ctura, entre otros). Lamentable­mente, no necesariam­ente los tiempos políticos son compatible­s con los de la economía. Como se lo mencionó, estabiliza­r en nuestro país termina siendo una actividad de alto riesgo.

En la Argentina, estabiliza­r la economía es una actividad de alto riesgo.

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