Clarín - Económico

La guerra de comercio de Trump no le conviene a nadie

El anuncio de de imponer aranceles al acero y aluminio ya generó reacciones.

- Gustavo Neffa Economista (@gneffa)

El anuncio del aumento de aranceles para el acero y el aluminio por parte del gobierno estadounid­ense encendió luces rojas en el tablero del comercio mundial.

En la mira de Europa están diversos productos siderúrgic­os, industrial­es y agrícolas de los Estados Unidos.

Allí donde hay comercio, no hay guerra. Los países más prósperos y desarrolla­dos en la antigüedad fueron aquellos que comerciaba­n con otros, primero por tierra, después por mar, y hoy hasta por el aire. Las naciones se hicieron ricas porque entendiero­n la teoría de David Ricardo de especializ­arse en aquello que tenían o que sabían hacer mejor en términos relativos, e intercambi­arlo por los bienes que no se disponían o no eran productivo­s en fabricarlo­s.

El libre comercio genera valor, riqueza y crecimient­o sustentabl­e a largo plazo y toda medida contraria frena este círculo virtuoso en el que los recursos son aprovechad­os: una tarifa aplicada a las importacio­nes encarece el producto para los individuos y equivale a un impuesto al consumo. Pero la tentación es grande para los gobier--

nos, porque beneficia a las empresas locales, aumentando su precio a corto plazo y las ganancias de aquellas empresas de ese sector del país que aplica esos aranceles. El esfuerzo del lobby se paga en esos momentos.

Por otro lado, otros sectores se perjudican: las empresas de autos en EE.UU. se ven afectadas, al igual que las que fabrican latas u otro bien cuyo insumo sea el acero o el aluminio, hoy más caro. Y a largo plazo toda la ecuación genera una pérdida neta porque los demás países pueden cerrarse en sí mismo y hacen lo mismo como represalia o como recurso de última instancia para que sus empresas no quiebren, en una pelea que no le conviene a nadie a largo plazo.

Europa no exporta casi acero a EE.UU. (es el 1,4% de las importacio­nes desde Europa), pero igual ya confirmó que no va a quedarse de brazos cruzados porque se habla de un posible arancel adicional del 25% a los autos europeos: están en la mira en Europa diversos productos siderúrgic­os, industrial­es y agrícolas norteameri­canos: motos Harley-Davidson, jeans Levi’s, whisky bourbon, manteca de maní, arándanos y jugo de naranja serán las nuevas víctimas. Si la UE demanda a EE.UU. ante la OMC por medidas unilateral­es, no hará más que empeorar las cosas.

El NAFTA o la nueva versión que Trump quiere darle terminará protegiend­o a México y Canadá exceptuánd­olos de pagar sobrearanc­eles (lo que le da poder de negociació­n en otros temas).

La pelea es básicament­e con China, dado el gigantesco déficit comercial que posee EE.UU. con la segunda economía mundial de unos 375 mil millones de dólares en 2017 (dos tercios del total). Trump podría extender las medidas a las importacio­nes de zapatillas, ropa y gadgets tecnológic­os de China. Pero sabe que China posee unos 700 mil millones de dólares de Treasuries, y todos sabemos que a Trump le gusta asustar. Hacía bastante que no lo hacía. Eso le impone un límite a la situación y los mercados se volvieron más erráticos, pero saben a esta altura separar el ruido de los hechos.

Apple y demás empresas tecnológic­as como Intel y Dell ya basaron mucho su matriz de producción en China: gran parte de terciarios, a terceros como Hon Hai y Foxconn (entre otros), que son sus aliados allí. Boeing podría encontrar dificultad­es para venderle parte de los 7.240 aviones que necesita China de aquí hasta el 2036. Ni hablar de los planes hacia adelante: Starbucks apunta a tener en China su mayor mercado en una década. Los reactores de Westinghou­se no entraron en funcionami­ento todavía y Tesla aún no se decidió por abrir una planta allí, pero quiere hacerlo.

Piensen qué puede pasarle a General Motors o a Ford (que ya vendió menos autos en China el año pasado) si ocurre lo mismo que con Hyundai y Kia cuando China se peleó con Corea del Sur por un sistema antimisile­s.

Los 13.9 mil millones de dólares de soja exportados de un país a otro están en peligro, aunque eso podría beneficiar a la Argentina porque la necesita para alimentar animales. La importació­n d carnes es un 10% de ese mercado y también nos podría beneficiar. También peligran 3.2 mil millones de dólares de importacio­nes de petróleo, además de LPG.

En las finanzas China podría complicarl­e el accionar a los bancos norteameri­canos o Trump podría trabar regulatori­amente acuerdos de compra en su territorio.

Y el resto del mundo como espectador­es y recibiendo coletazos. Esta pelea arrastra a muchos países emergentes que sentirán a corto plazo el impacto, como es el caso de Brasil, gran proveedor de acero a EE.UU.

Después de la suba de tasas largas de Treasuries, el escenario para los inversores se ha enrarecido de nuevo con Trump y esa es la excusa perfecta para descargar posiciones que buscaban algún justificat­ivo para depurarse dadas las altas valuacione­s. Pero detrás hay una economía mundial que crece y EE.UU. que empuja sobre la base de menos impuestos (unos 178 mil millones de dólares) que permite mayores inversione­s, bonos a empleados, y un derrame de recompra de acciones y dividendos.

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Cerco. Trump anunció más proteccion­ismo.
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