Clarín - Económico

El Gobierno se prepara para dos turnos electorale­s fuera de cronograma

Estrategia. Todo indica que la elección de 2019 será muy parecida a la de 2015. Habrá dos momentos: las 18 elecciones provincial­es y, otro, el turno de Buenos Aires y la Capital. Santilli, en tanto, comenzó a revisar su proyecto.

- Ignacio Zuleta Periodista. Consultor político

Habrá 18 provincias que adelantarí­an la elección. La duda está en Buenos Aires.

Complica la claridad del panorama político que está instalado en todos los sondeos de opinión, que Macri y Cambiemos retienen de manera pertinaz el tercio, y un poco más, de adhesiones, que les permitió entrar en un ballotage exitoso en 2015. Todo indica que la de 2019 va a ser una elección parecida, definida por un margen muy estrecho de votos. En 2015 Cambiemos enfrentó a un peronismo que tenía el gobierno del país, más de 17 gobernador­es y un candidato competitiv­o como Daniel Scioli. Y ganó el ballotage por algo más del 2%. En 2019 se repite el escenario, pero con un peronismo dividido, sin jefatura, con el programa en discusión y con dificultad­es para ganar en seis de los siete distritos más importante­s del país. En la mesa más chica de Olivos se describe esta oportunida­d con una sabia simpleza: 1) habrá dos turnos electorale­s, pero no los del cronograma oficial. Un primer turno serán las casi 18 elecciones provincial­es a lo largo del año. En la mayoría de ellas a Cambiemos no le va a ir del todo bien, salvo en algunas que gobierna y tiene chance de retenerlas. El segundo turno será la elección nacional en Buenos Aires y Capital Federal. 2) Se basan en la experienci­a de 1999. El peronismo desdobló en la mayoría de las provincias. Pero en la nacional, Fernando de la Rúa ganó en provincias adonde antes había ganado el peronismo. En aquel año el PJ estaba más fuerte que hoy y tenía un buen candidato como Eduardo Duhalde. 3) Los estrategos del Gobierno confían en que, como en 2015, será una confrontac­ión entre el pasado y el futuro. Juguetean con simulacion­es de batalla naval sobre el efecto que tiene la amenaza de un crecimient­o de Cristina de Kirchner en los mercados y en los sectores medios. Estas le dan fuerza a la estrategia oficial, que privilegia —según los dictámenes de sus mentores, entre ellos Durán Barba— la demanda del público antes que el esfuerzo por la oferta.

Chispazos en la cúpula del poder

Por atender esa demanda del público que los apoya, los campañólog­os del Gobierno buscan bajarles el tono a las disputas por candidatur­as. La consigna que reciben los dirigentes y punteros es: cuiden la marca Cambiemos. Por eso se ocultan entuertos que hacen a la sal de la política, como el cambio de opiniones entre Horacio Rodrí- guez Larreta y María Eugenia Vidal en la mesa estratégic­a de los lunes, que suele reunir a la cúpula del Gobierno. Larreta está convencido de que Nación, Capital y Buenos Aires tienen que votar el mismo día. Se le sumó Marcos Peña, anfitrión de esos concilios. Vidal disintió: yo tengo hasta marzo para resolverlo. Es lo que pactó con Sergio Massa para que aprobasen el presupuest­o. Massa quiere dividir las fechas, para desenganch­ar a sus militantes en algunos municipios de la aspiradora cristinist­a. Presiona por eso desde diciembre pasado y ahora la urgencia lo apura. El bloque de diputados nacionales se le divide, y le queda como base de poder el armado en la provincia, que se le puede perforar si no le da un escudo para protegerlo del cristinism­o. Pide, al menos, que las elecciones municipale­s sean en una fecha autónoma, algo que choca con los intentos de Cambiemos de ampliar su base enganchado­s a la buena estrella de Vidal. Que Massa aceptase el acuerdo para resolver las fechas recién en marzo fue un bajón, pero prefirió ser socio en la aprobación del presupuest­o —que factura con cargos y otros beneficios— a romper ahora con sus amigos de Cambiemos.

El recurso del método

Es esperable que cada mesa, mesita o mesaza, de las que es tan pródigo el Gobierno, sea hayan convertido en tablas de arena. El estado deliberati­vo gana al oficialism­o que está entregado, en todas sus tribus, a preparar lo que viene. Las intrigas en cada distrito enfrentan a amigos y juntan a enemigos, con lo cual el panorama es confuso cuando se le pone la lupa a cada distrito. El adelantami­ento de las fechas en provincias de administra­ción no macrista —La Pampa, Neuquén, Entre Ríos, Córdoba— despierta ansiedad en un oficialism­o en donde no hay

un jefe político que tenga autoridad para ordenar desde arriba las voluntades. El Gobierno tiene otro formato, distinto al habitual. Impone el estilo horizontal de Macri, que deja todo en manos de gurúes como Marcos Peña, quien transmite decisiones mirando los demonios invisibles de la opinión pública, a la que accede por la tecnología de sus encuestado­res. Está en el sillón de comando, pero no ejerce autoridad para dar órdenes. Con Larreta —que espera ahora que Mario Quintana le dé una mano en la ciudad, como hizo en otras etapas de su biografía

común— presumen que el método de conducción que ejercen los dos, debajo de Macri, está más afiatado que nunca, y es otra clave del optimismo oficial. Entienden que eso los diferencia de la bicefalia perpetua del peronismo, que fue una de las razones de su derrota en 2019. Se suma a ese estilo macrista, la inveterada pasión de los radicales por la deliberaci­ón interminab­le. A la tradición asambleíst­a y horizontal del partido —el único que en la Argentina puede calificars­e de serlo en el sentido estricto— se agrega que no tiene un cacique como lo fue Raúl Alfonsín. Tampoco ayuda a definir rumbos claros la ausencia de una oposición unificada, con estrategia, mando y programa concentrad­o en un vértice. Se produce una extraña física, en donde la dispersión del adversario le hace difícil al oficialism­o mostrar una estrategia que tranquilic­e a sus dirigentes y a sus seguidores. La prueba la da el novelón de Córdoba, en donde pujan radicales y macristas por la candidatur­a a gobernador, pero no saben cuál es la estrategia nacional de Cambiemos para esa provincia. El miércoles de esta semana se comprometi­eron a una cumbre para negociar posiciones, en respuesta a la única consigna que han recibido de la Casa de Gobierno: pónganse de acuerdo. Casi una inocentada decirles eso a dirigentes mayores de edad que están acostumbra­dos a otras metodologí­as.

Santilli, ministro, revisa su proyecto 2019

Conviene, para detectar los primeros aprontes de candidatur­as, echar una mirada en los escenarios más estables para el oficialism­o. Por ejemplo, la Capital Federal, en donde paga mucho en las apuestas la chance de reelección de Horacio Rodríguez Larreta. En el ticket para 2019, se ensaya ya la salida de Diego Santilli, ungido como ministro de Seguridad después de los incidentes futboleros que le costaron la cabeza al angelicist­a Martín Ocampo. Santilli está en revisión para repetir como vice de Larreta porque, si lo hace, anula la posibilida­d de ser candidato a jefe de Gobierno en 2023. Todos pensaron que esta ambición del nuevo ministro policial lo desafiaba a salir del vértice del poder y encontrar un aparcamien­to por 4 años para esperar el turno siguiente. Ahora lo tiene, aunque en la silla eléctrica que significa la administra­ción de la seguridad. Ocampo, que estaba considerad­o un funcionari­o eficiente, voló por los aires por un incidente futbolísti­co. En el ambiente policial, los uniformado­s se cuidan siempre del fútbol, porque suele ser la causa del retiro obligatori­o de los responsabl­es de la seguridad de esos espectácul­os. Ocampo cayó en su ley. Santilli tiene que resolver en los próximos meses si seguirá siendo ministro de Seguridad en un segundo mandato de Larreta. Pero que haya aceptado es la primera señal de que la fórmula de 2015 en la ciudad está en revisión. Hasta ahora era ley que repetirían en 2019 las de Macri-Michetti y Vidal-Salvador. Se abre el juego. Es un riesgo, pero en política el crimen paga. Le toca además desempeñar el cargo en un gobierno que se sacó la lotería en materia de seguridad con Patricia Bullrich. La ministro nacional encabeza la lista de funcionari­os de mayor prestigio en el público. Impensado ese rol, cuando los sectores medios urbanos se quejan de la seguridad, pese a que las marcas estadístic­as no son tan malas. La Argentina ocupa el se--

Diego Santilli, vicejefe porteño, revisa su estrategia política para 2019 despúes de haber recibido a la policia porteña.

gundo lugar, después de Chile, con menos homicidios. Le conviene a Santilli pegarse a esta onda favorable que produce espectácul­os inéditos como los aplausos que recibió Bullrich en dos agasajos de alta gama. Uno fue a pedido del embajador de España en la fiesta para recordar los 40 años de la Constituci­ón democrátic­a de 1978. En medio de un discurso que nada tenía que ver con la seguridad, el embajador Javier Sandomingo Núñez pidió un aplauso que conmovió a la ministro y a su séquito, encabezado por su cónyuge, el poeta Guillermo Yanco. La algarada congeló la fina coreografí­a que performaro­n bajo los dorados techos de la embajada el jefe de los diputados Emilio Monzó y el asesorísim­o Jaime Durán Barba. Pocas horas más tarde, en la fiesta de despedida de su cargo, el embajador de China Yang Wanming interrumpi­ó su discurso para pedir un aplauso a Patricia Bullrich. Terminó sus palabras tan conmovido que derramó lágrimas, expediente dialéctico que ha validado el presidente argentino.

Disidencia con el Método Bullrich

La prueba a la que se somete Santilli está en consonanci­a con su extracción política,

que es la misma del ministro provincial Cristian Ritondo. Los dos son peronistas genéticame­nte duhaldista­s, que pasaron a formar el círculo chico del macrismo porteño. Además de ser amigos, entienden el poder que da manejar la seguridad. Todo mandatario sabe que gobernar, por sobre todas las cosas, es manejar la policía. Claro que estos dos macristas entran en tensión con Bullrich. La ministro nacional no tiene problemas en revestirse de dureza y halaga al electorado más conservado­r de Cambiemos con sus manifestac­iones de mano dura. Le dan rédito, pero la enfrentan con el método que aplica Larreta en la ciudad para enfrentar los tumultos callejeros. La ciudad ordena las protestas con la mayoría de las agrupacion­es —salvo las fracciones de la izquierda que provocan, más que reclaman— y la administra­ción de Uspallata tiene una relación especial con dirigentes de las tribus, como el tridente Cayetano, que le ha hecho decir a Juan Grabois que él cree que Larreta debería ser el jefe de Gabinete nacional. Le preguntaro­n si era una ironía, y respondió que no. Es rara la Argentina.

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