El capitalismo en los Estados Unidos según Greenspan
Realiza “innovaciones amigables” con los consumidores. Es, además, el único gran país capitalista sin pasado feudal y el mayor exponente de la destrucción creadora.
Lo que caracteriza al capitalismo norteamericano es su extraordinaria capacidad para realizar la “destrucción creadora”, el incesante traslado del capital y trabajo de las actividades de baja productividad —débil tasa de retorno sobre capital invertido— a las de productividad más elevada.
“EE.UU. es el más grande laboratorio de ‘destrucción creadora’ que el mundo ha conocido (…) porque se funda en una cultura del crecimiento y de la ganancia”, dicen Alan Greenspan y Adrian Woldridge en American Capitalism/A History (Penguin Press/New York, 2018).
“El genio americano” consiste en hacer permanentemente innovaciones amigables con los consumidores y en crear compañías que las comercialicen, desarrollando técnicas gerenciales para conducirlas exitosamente.
Estos rasgos originarios del capitalismo estadounidense están hoy presentes: “EE.UU. tiene 5% de la población mundial, y 25% del PBI global (US$20.9 billones), y dispone de 20% del total de las patentes globales (10% en 1980)”. Tiene más de 400 centros de innovación y de creación de riqueza en su inmenso territorio continental: New York (finanzas), San Francisco (high tech), Houston (energía), Los Ángeles (cinematografía, multimedia), y muchas otras.
“EE.UU. es el único país capitalista sin pasado feudal”, señalaron Marx y Engels en 1858. Sólo crece a partir de sí mismo, con un vínculo absolutamente salarial, e incentivos completamente privados.
El sistema alcanzó su pleno despliegue en 1867, con la construcción de los ferrocarriles intercontinentales, que crearon un gigantesco mercado interno que adelantaba la economía mundial del siglo XX.
EE.UU. se transformó en una superpotencia agrícola, y convirtió al Medio Oeste “…en un vasto océano de granos” en una sola generación. La tierra labrada pasó de 16% del total en 1850 a 39% en 1910; y el valor de las tierras del Medio Oeste se multiplicó por tres. La producción de trigo pasó de 85 millones de bushel en 1839 a 500 millones en 1880, y 1.000 millones en 1915.
Los “farmers” de Medio Oeste encabezaron la innovación agrícola mundial. La productividad del trigo aumentó 70% entre 1840 y 1880, debido a la incorporación de la maquinaria más avanzada. Más de 90% del trigo plantado en 1919 era con variedades no utilizadas antes de 1861. La productividad láctea creció 118% en ese periodo.
Los “farmers” fueron desde el comienzo hombres de negocios, capitalistas avezados. Su tarea esencial era y es ser innovadores y visionarios.
Los ferrocarriles intercontinentales crearon las “Granjas de Abundancia” (Farms of Bonanza), grandes factorías agrícolas con la lógica de la producción
industrial, con una productividad 8/10 veces superior a la de los “farmers”.
Los conocimientos agrícolas surgidos de este periodo se acumularon en los “Colegios de Agricultura” fundados por Abraham Lincoln en 1862. También se establecieron los “mercados de futuro” concentrados en Chicago (“Chicago Board of Trade”), centro logístico y comercial del interior estadounidense.
El despliegue ferroviario hundió los costos de transporte: el traslado de 1 bushel de trigo de Chicago a New York costaba US$0.20 en 1860 y US$0.5 en 2013. Los costos de producción / transporte estadounidenses eran 30% inferiores a los del resto del mundo (salvo los de Argentina, que eran aún menores).
El “genio americano” alcanzó su esplendor en la Segunda Guerra Mundial: el PBI en términos reales se duplicó entre 1939 y 1944; y la manufactura creció 12% por año. Fue la combinación entre el gasto de guerra y las 33 mayores corporaciones estadounidenses (GM sola fue 10% del total). La productividad del trabajo duplicó a la alemana y fue 5 veces superior a la japonesa. A partir de 2004, la productividad
se estancó: aumentó 0,6% anual entre 2010 y 2017, comparada con 2,5% por año entre 1948 y 2010; el alza del producto fue +1,8% anual entre 2000 y 2009, mientras que alcanzó a + 3,2% por año entre 1990 y 2000.
La capacidad potencial (pleno empleo de los factores de producción) cayó a 1,7% anual, con un auge del ingreso per cápita de menos de 1%.
El “shock chino” hizo sentir su rigor en esta etapa: las importaciones de la República Popular explican 21% de la caída del empleo manufacturero entre 1990 y 2007. Las pérdidas se concentraron en los grandes estados industriales del Medio Oeste (Pensilvania, Ohio, Michigan, Wisconsin).
En los últimos dos años (gobierno de Trump), EE.UU. ha experimentado un boom de magnitud global (+5% anual segundo/tercer trimestre 2018), que ha atraído inversiones por US$ 11 billones.
El capitalismo norteamericano experimenta ahora una nueva revolución industrial (informatización completa de la manufactura y los servicios), que no es allí un fenómeno tecnológico, sino organizativo y de “capital humano”: + de 60% de la inversión se realiza en “capital intangible”.
Todo ha vuelto al principio. EE.UU. es nuevamente la expresión más avanzada del capitalismo contemporáneo, y como siempre, ante todo en materia de productividad.