Clarín - Económico

FRANCIA: UNA INSURRECCI­ÓN POR LA FRAGMENTAC­IÓN SOCIAL

- Jorge Castro Analista internacio­nal

El crecimient­o promedio de Francia en los últimos diez años ha sido 0,4% anual, y la tasa de expansión potencial (alza con utilizació­n plena de los factores) asciende a 1,5% por año y disminuye a 1% o menos a partir de 2020. Mientras tanto, la desocupaci­ón es 10% —una de las tres más elevadas de Europa y el nivel más alto de los últimos 20 años—, con la particular­idad de que no ha estado por debajo de 7% desde 1980.

Todo esto se agrava con los jóvenes y en los suburbios de las grandes metrópolis, ante todo en París. El desempleo es 25% entre los jóvenes de 18 a 29 años, y se duplica en las “banlieues” metropolit­anas, donde se cruza con la marginalid­ad y la ajenidad completas de la juventud de origen árabe. Allí trepa a más de 80%. Estos son rasgos estructura­les (“sociológic­os”) de la sociedad francesa, que hacen a la identidad de la Francia contemporá­nea.

Francia posee la mayor presión tributaria de Europa: 46,2% del PBI frente al promedio de 34,2% de la OCDE (Organizaci­ón para la Cooperació­n y Desarrollo Económicos). La economía francesa fue una de las que más se expandió en los “30 años gloriosos” posteriore­s a 1948, cuando Europa occidental experiment­ó el “milagro” del auge simultáneo del producto, la inversión y el empleo, desatado por el “Plan Marshall” (US$17.000 millones / dólares constantes), con el que EE.UU. rescató un continente devastado por la guerra.

La participac­ión de Francia en el “Milagro” europeo se hizo con una estructura industrial estable, constituid­a por un sector de grandes empresas, muchas de ellas provenient­es de la Primera Revolución Industrial (1780/1840), rápidament­e trasnacion­alizadas; y un número excepciona­lmente elevado de pequeños productore­s domésticos (10/50 empleados), ajenos a la lógica de la globalizac­ión.

Al profundiza­rse en los últimos 10 años el estancamie­nto, la diferencia de competitiv­idad/productivi­dad de los dos sectores se transformó en fractura en todos los planos, en primer lugar en el espacial, al contrapone­rse la hipercompe­titividad parisina con el retraso —y el vaciamient­o— de las periferias.

El estancamie­nto no impidió el desarrollo tecnológic­o, sobre todo en lo referido a la conexión con el sistema global. Lo que acentuó, y en gran escala, la profunda fragmentac­ión estructura­l de la economía y de la sociedad francesa. El ingreso per cápita parisino (17.400 euros mensuales) es tres veces superior al vigente en las regiones de Francia; y París —con Berlín y Londres— se ha convertido en la capital de la innovación y de las “start ups” de Europa.

Hay más de 1.000 “startups” en la “Ciudad Luz”; y el capital de inversión (“VC”) ascendió a US$6.000 millones en los últimos 5 años. Los programado­res de la región parisina alcanzaron a 146.000 en 2017, con 36 de las principale­s trasnacion­ales europeas asentadas en París, con ingresos por US$2.300 millones anuales.

En este contexto, Francia experiment­a una situación insurrecci­onal (crisis del Estado), devenida en crisis de autoridad del presidente Macron, que se manifiesta en un creciente vacío de poder.

La movilizaci­ón generaliza­da (insurrecci­onal) de la base del poder del Estado, que es la baja clase media francesa (“camisas amarillas”/ chemises jaunes), primordial­mente periférica­s, constituye el otro factor de esta ecuación explosiva.

La caracterís­tica principal del sistema político francés centrado en el hipercentr­alismo del Estado situado en París, es la debilidad de las institucio­nes mediadoras entre la sociedad civil y el Estado —sindicatos y partidos políticos—, que han desapareci­do practicame­nte ante la insurrecci­ón de las últimas cuatro semanas. Es la historia francesa en estado puro: sociedad civil y Estado frente a frente en una situación de ruptura completa de tipo insurrecci­onal. Todas las contradicc­iones se han

exacerbado en Francia en los últimos 5 años, al desatarse en el mundo una nueva revolución industrial, en que el mecanismo de acumulació­n se funda en el conocimien­to, y ya no más en el capital o el trabajo.

El resultado ha sido que se ha desvaloriz­ado toda fuerza de trabajo que no posea un alto nivel de calificaci­ón, relegando a los carentes al ominoso terreno de la completa irrelevanc­ia. El prodigioso pesimismo de los franceses es una apreciació­n objetiva y racional de la realidad de sus perspectiv­as de futuro, obviamente oscuras y quizás algo más.

En pleno siglo XXI, cuando ha estallado en el mundo entero la cuarta revolución industrial de la historia del capitalism­o, Francia experiment­a, fiel a su historia, una nueva revolución, la sexta a contar de 1789. Es un indicio nítido de que el mundo ha ingresado en una etapa cualitativ­amente superior de su destino como sociedad global creada por la revolución de la técnica. De Gaulle le dice a Malraux en Hoguera de la Encina: “La única manera de hacer reformas en Francia es a través de revolucion­es”.

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