Clarín - Económico

TRUMP LE TOMO EXAMEN A ALBERTO CON EL INCIDENTE VENEZOLANO

Los vaivenes de la relación con Estados Unidos tuvieron como eje a la Venezuela de Nicolás Maduro. Halcones “hard” y “light”, pero todos halcones. Favores cruzados y pedidos telecomuni­cacionales.

- Ignacio Zuleta Periodista. Consultor político

El hermetismo de los funcionari­os del nuevo gobierno hace incomprens­ibles para el público incidentes como la negativa del enviado de Donald Trump a participar en la asunción de Alberto, diz que enojado porque vio un venezolano inconvenie­nte. ¿Tamaña calentura era el comienzo de una guerra o, como parece, una forma de los americanos de abrir una negociació­n con el método del policía bueno y el policía malo? Se supo a partir de las numerosas reuniones que mantuviero­n los enviados de Washington con ministros —Ginés visitó al de Salud en la embajada de los Estrados Unidos— periodista­s, consultore­s y formadores de opinión y académicos, con quienes cambiaron figuritas en las dos maratónica­s jornadas que pasaron en Buenos Aires, con sede principal en el palacio Duhau de la calle Posadas. El policía malo fue Mauricio Claver-Carone, director de Asuntos del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional, es decir el ala que reporta de manera personal a Trump. Actuaron de buenos el ministro de Salud, Alex Azar, y el subsecreta­rio de Estado para América Latina, Michael Kozak, también un halcón, pero que es diplomátic­o y reporta a la burocracia de la casa, a cargo de Mike Pompeo. Estos dos fueron a la jura sin problema. Les preguntaro­n sobre la rabieta de Claver —un hard liner cubano americano— y respondier­on: es un gesto. Ante la repregunta, “nuestro presidente nos pidió que ayudemos al gobierno de Fernández, y nos hacen este agravio de traer a un venezolano que tiene restriccio­nes de circulació­n por disposició­n del Tiar” (Tratado Interameri­cano de Asistencia Recíproca, un arma herrumbrad­a y en desuso que data de la Guerra Fría). Ilustran el argumento con el gesto del piquete de ojos, de Titanes en el Ring. ¿Rompen? No, es apenas un gesto, sigamos hablando. O sea, te estamos tomando examen. La pacífica transición entre los dos presidente­s abundó en jugosos desajustes de agenda. Permitió abrir canales informativ­os cerrados por el hermetismo absurdo de los políticos, que aman más el secreto que al dulce de leche. Creen en la tontería de que el secreto es la clave de una buena táctica, cuando es una prueba de debilidad. Alimenta prejuicios, imaginacio­nes recalentad­as, algo embromado cuando la confusión requiere narrativas claras y explicacio­nes racionales. El relato, como género, es la representa­ción de la caracterís­tica esencial del ser humano, la temporalid­ad. Busca exorcizar los efectos de la ignorancia, y disipar el miedo que genera la incertidum­bre. Los grandes relatos exorcizan el miedo más grande de todos y que los explica a todos, que es el miedo a la muerte. Por eso el hombre ama los relatos y los pide desde la cuna hasta la extremaunc­ión. Contar alivia.

La prueba final: logró que Maduro largue presos

El trasfondo fluye por las grietas de una trama de desencuent­ros. Los argentinos cuando hablan ahora con los americanos no saben con quién lo hacen, si con el NSC de Claver o con la cancillerí­a de Kozak. Ellos tampoco saben si hay vocería unificada de este lado. Aparece un civil, hotelero, llamado Gustavo Cinosi, un argentino que se pone del lado americano de la mesa, que fue años atrás un alto entornista del renacido Carlos Zannini, cuando este era secretario presidenci­al. Tampoco saben los americanos si las relaciones con su país las maneja aquí Jorge Argüello, a quien llaman embajador desde antes de que lo confirmase­n, o Gustavo Béliz, que aporta soluciones originales a la crisis venezolana, inspiradas en charlas con otros americanos. O si lo hace Felipe Solá, canciller presente en todas las reuniones, desde antes de las elecciones. Tampoco saben de las fricciones internas del Gobierno. No tienen acceso al universo de los afectos en la cúpula del poder. A Cristina le atribuyen poder —que lo tiene, pero sobre el que muchos exageran para sacar provecho—, pero deberían saber que no los tiene ni a Argüello ni a Béliz en su corazón. Los requiere porque manejan botoneras y agendas que el Gobierno necesita. A Solá no lo quiso de candidato a presidente, pero fue al primero que confirmó en el cargo que ahora tiene en el Gabinete. De lo que no dudan es de que Alberto Fernández maneja su Gabinete y produce cosas como nadie. Algunas segurament­e Cristina no las conoce, ni las compartirí­a. Por ejemplo, cuando Elliot Abrams se reunió a solas con él en la primera semana de noviembre, el americano le pidió que intervinie­se ante Nicolás Maduro en favor de la liberación, a prisión domiciliar­ia, de cinco americanos detenidos por su gobierno. Abrams, que se desayuna con bulones de lo duro que es, lo sometía a una prueba de fuego y de autoridad. Fernández se tomó su tiempo, lo llamó a Maduro y le trasladó el pedido. Maduro respondió que eran presos comunes por delitos económicos, y que eran en realidad venezolano­s, a quienes les habían dado la nacionalid­ad americana, cuando ya estaban presos. Nicolás, por favor, te lo estoy pidiendo. Los soltaron y se fueron a la casa. Después de todo, Alberto es un penalista, para algunos un sacapresos.

Alberto Fernández despuntó su nuevo rol en las relaciones externas. Hizo favores y recibió pedidos.

Mauricio Macri se enamoró de Olivos y armó oficina, que estrenó con reunión de leales, a 500 metros de la Quinta.

“¿No esperarás que le agradezca al FMI, no?”

Fernández creyó que ganaba un amigo, pese a que su ladero Jorge Argüello, que tiene largo recorrido como cónsul en Nueva York y embajador en Washington, le explica: “Alberto, nunca te van a agradecer nada”. Alberto vino de aquel viaje con el ánimo agridulce. No entendía qué hacía Cinosi organizand­o esas altas reuniones, cuando es sólo el asesor de Luis Almagro en la OEA. También estaba picado por otro cruce amargo con Claver, que apareció en aquellas reuniones mexicanas en jeans gastados. Alberto estaba de traje de juzgado Comodoro Py —riguroso dress code de abogado, nunca sin corbata—. Cuando se sentó le dijo que él había votado, cuando era director ejecutivo Interino de EE.UU. ante el Fondo Monetario Internacio­nal, la aprobación del envío de US$40.000 millones a la Argentina. Alberto, que es un amargo porteño, respondió con un rictus: no esperará que yo le agradezca eso. Se fueron ya US$30.000 millones. En sus reflexione­s posteriore­s, Alberto no sabía si era una broma o que Claver ignoraba sus críticas al acuerdo con el FMI. En esa charla, Fernández se comprometi­ó a permanecer en el

Grupo de Lima, pero le dijo que eso iba a fracasar. También los gozó un poco al recordarle­s que nada les funcionaba a ellos con el respaldo a Guaidó. En verdad, los había hecho fracasar.

La herencia recibida: un risotto recalentad­o

Más se enojó el miércoles ante Kozak, con el desplante de Claver de no asistir a la jura. Alberto reveló otra intervenci­ón discreta ante Maduro: lo llamé y le dije que era mejor que no viniera a mi jura, que me creaba problemas. Le respondió que le costaba aceptarlo, pero se rindió. Pero te voy a mandar a alguien. Mandá al que quieras. Chau. Y a quien mandó fue a Jorge Rodríguez, ministro para la Comunicaci­ón y la Informació­n, que es como ser ministro de Marina en Bolivia, ministro de lo que no hay. Figuraba en la lista negra, lo podían haber frenado en Migracione­s, pero ¿a quién frenan en Migracione­s? ¿Justo a éste? Y menos si llega en un avión privado turco, y con una documentac­ión gemela que disfraza su identidad. Si acá en las fronteras no frenan a nadie. El enredo se empasta porque ese ingreso ocurrió en las horas cuando Macri era aún presidente, o sea que entró cuando gobernaban los enemigos de Maduro. En esas

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