Clarín - Económico

¿Vuelve la inflación alta a la economía estadounid­ense?

Riesgos. La política de estímulos fiscales y tasas de interés bajas impulsaron algunos precios. Por ahora, los beneficios parecen superar a los riesgos.

- Análisis José Siaba Serrate Economista. Docente universita­rio

La inflación dice presente en EE.UU. Resurgió tras un cuarto de siglo de ostracismo. ¿Será la herencia del shock pandémico, quizás su legado económico más importante? Irrumpe no como una consecuenc­ia directa del COVID, sí como fruto del empeño por retomar lo más rápido posible la salud de la economía y el empleo globales. ¿Se trata de un error de política mayúsculo a la manera del que cometió la banca central con la respuesta pasiva a los shocks petroleros de los años 70?

Los precios minoristas subieron 0,6% en mayo y, los últimos doce meses, 5%. Los mayoristas, 0,8% y 6,6%, respectiva­mente. El último año, los precios del comercio exterior crecieron a una velocidad de doble dígito: los de importació­n, 11,3%, y los de exportació­n, 17,4%. El termómetro arde de fiebre. ¿Enfermedad pasajera? ¿O es el inicio de una nueva era? Como para atizar la polémica, el banco central de EE.UU. —la Fed— ratifica que la política monetaria no mudará de rumbo. El pleno empleo está lejos, y no prevé aumento de tasas de interés antes de 2023. El rebrote de los precios, a su juicio, es una espuma circunstan­cial. Con expectativ­as estables no habrá contagio duradero. La inflación, según su definición predilecta, será 3,4% este año pero bajará a 2,1% el próximo.

La Fed abrazó la política de metas de inflación en 2012. Nunca logró cumplirlas. No por exceso, siempre se quedó corta con respecto al objetivo de 2%. Es por eso que la institució­n que preside Jerome Powell se atreve a jugar con fuego. Su experienci­a —y la de sus predecesor­es más cercanos, incluyendo a Janet Yellen, quien hoy conduce el Tesoro— es lidiar con una inflación civilizada que Paul Volcker domesticó cuando era salvaje en los años 80, con un apretón legendario de la cantidad de dinero, dos recesiones sucesivas entre 1979 y 1982, y el rebenque de tasas de interés que llegaron a superar 20%. Recién en la segunda mitad de los 90, Alan Greenspan se animó a soltarle un poco las riendas.

Era otro mundo, con reglas estrictas como la de John Taylor y magro espacio para la discreción. Esa realidad sucumbió con el colapso de Lehman Brothers en 2008/2009, las tasas de interés en cero y la Fed forzada a comprar bonos y aumentar su crédito a destajo. La inflación salió del radar. La amenaza pasó a ser una deflación que nunca ocurrió.

¿Exceso de confianza? ¿Miopía? En aras de rehabilita­r la normalidad, la política económica impulsa la inflación con una expansión monetaria y fiscal persistent­e a una escala que no tiene antecedent­es (más el recurso de la vacunación masiva). La Administra­ción Biden no titubea. El Tesoro (no la Fed) es el ariete que empuja abriendo camino. No fue Powell, sino Yellen quien decidió el grueso calibre de la artillería. Y el déficit fiscal, 14,9% del PBI el año pasado, llegará a 16,7% en el ejercicio fiscal a septiembre, después que el Congreso convirtier­a en ley un megapaquet­e de 1,9 billones de dólares.

La Fed, que es independie­nte, consiente y acompaña, despliega lo suyo y sobre todo se compromete a no arruinar la fiesta en el clímax (como prescribía la antigua norma). Los bonos que compra suman 120.000 millones de dólares mes a mes, pero si se hacen bien las cuentas esa liquidez es un símbolo.

No tiene aplicación crediticia, termina depositada en la propia institució­n a una tasa irrisoria (0,10%, que ahora subirá a 0,15%) y se reabsorbe deprisa. La Fed se encarga de velar por la inflación, y posee un atributo crucial, la agilidad de la que carece la política fiscal como para dar respuesta veloz en caso de accidente.

¿Cuáles son las prioridade­s de la política económica? Dos: apuntalar el crecimient­o y la creación de empleo. El nuevo enfoque flexible de la política monetaria (a estrenar) conserva la meta de inflación de 2% pero tolera los desvíos como los que comienzan a registrars­e. En tiempos de Greenspan la prevención cortaba de cuajo cualquier desequilib­rio monetario incipiente. Temía perder luego el control. Eso cambió. La inflación puede hoy enervarse y la Fed permanecer impasible. El banco central elevó el miércoles sus proyeccion­es económicas, estima un crecimient­o del PBI de 7% y una inflación de 3,4% (70% en exceso de la meta). Pero no prevé intervenir. No solo no se quiere correr el riesgo de abortar una recuperaci­ón, tampoco quitarle fuerzas. ¿Imprudenci­a? ¿No es una invitación a un eventual desastre? Nadie puede negar la osadía.

De Volcker al presente nunca la política monetaria jugó tan a los flejes,

y cuando se hizo antes de Volcker — cuando Arthur Burns quiso acomodar el primer shock petrolero—hubo que traerlo para que apagara el incendio. Lo que se logró al costo de una tremenda estanflaci­ón. ¿Esta vez es diferente? No hay cuatro palabras que sean más peligrosas. Es cierto, el experiment­o Biden-Yellen nunca se ensayó antes. ¿Y cuáles son los resultados hasta el momento? La economía de EE.UU. creció 6,4% en el primer trimestre (con la demanda interna avanzando a dos dígitos) y transita a una velocidad de entre 9 y 10% en el trimestre en curso.

Así, pronto recuperará su nivel prepandemi­a. ¿Será el fin de la cruzada? No. El mercado de trabajo aún no se recompuso, con 7,6 millones de empleos menos que en febrero de 2020. La Fed no piensa aplicar paños fríos hasta recuperarl­os. ¿Y podrá contener la inflación? ¿Cuál inflación? Si la medición promedio trepó 5% el último año, la mitad de los componente­s de la canasta minorista aumentaron 2,1% (o menos). Exactament­e lo mismo que un año atrás. La suba de precios es fuerte y visible pero está concentrad­a en un conjunto de bienes y servicios, no es un fenómeno generaliza­do y quizás tampoco sostenido. La tendencia central de la dinámica apenas se desplazó. En 2007, el barril de petróleo se disparó a 130 dólares y el costo de vida escaló 5,5%. ¿Y qué? Fue una golondrina fugaz. Una inflación de commoditie­s es flexible. Los precios de la madera treparon 122% desde fin de año hasta el 7 de mayo. Pero ni bien la demanda de viviendas mostró signos de aflojar, cayeron casi a la mitad.

Muchos saltos abruptos reflejan escaseces y cuellos de botella que mermarán con el tiempo. Y en ese sentido, el mercado de bonos le da la razón a Powell & Cía. Las obligacion­es del Tesoro a diez años —una promesa de pago que carece de toda protección ante la erosión inflaciona­ria — rinden 1,5% cuando solo la inflación acumulada entre marzo y mayo se devoró la meta anual de 2%. A los bonos no los espanta el futuro. Es

Hasta el momento, los resultados del experiment­o de Yellen-Powell: la economía creció 6,4% en el primer trimestre.

más, por diseño el estímulo se volcó frenético en este trimestre, pero declinará el próximo y será muchísimo menor hacia fin de año.

Si ya hemos visto el pico del salto del crecimient­o, como lo sugiere la caída de las ventas minoristas de mayo, la primera desde febrero, ¿no habremos asistido también el techo de las tasas de inflación? La clave anida en las expectativ­as de inflación. Si permanecen ancladas en 2%, la Fed tendría las de ganar. A esta altura, sin embargo, es temprano para emitir una condena y también para cantar victoria.

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Compañía. Jerome Powell acompaña, desde la cúpula de la Fed, la política expansiva.
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