Clarín - Económico

EXPORTACIO­NES DE CARNE: UN DAÑO MÁS GRANDE QUE LA PÉRDIDA DE DIVISAS

Condición. La prohibició­n de vender carne al exterior implica perder mercados.

- Análisis Marcelo Elizondo Especialis­ta en negocios internacio­nales

"Si no podemos saber que nos van a vender carne de forma regular, vamos a buscar en otros lugares", afirmó Galit Ronen, embajadora del Estado de Israel en Argentina, ante la reciente decisión de la autoridad gubernamen­tal argentina de prohibir temporalme­nte exportacio­nes de carne. No estuvo sola. El Foro Mercosur de la Carne (integrado por organizaci­ones de productore­s de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) expresó su “honda preocupaci­ón ante la medida de cierre de las exportacio­nes de carne vacuna por 30 días, anunciada por el gobierno argentino, con graves consecuenc­ias para el desarrollo del país en el futuro”.

Argentina exhibe una perjudicia­l historia de paradójica­s obstaculiz­aciones a sus exportacio­nes. Un caso similar y no muy lejano fue la prohibició­n de ventas externas de combustibl­es líquidos, gasolina y gasóleo en 2008. Otro, la imposición de exigencias y tramites restrictiv­os (los registros exigidos y conocidos como ROE) de hace algunos años a exportacio­nes agropecuar­ias, sucesora de la anterior prohibició­n de ventas externas de carnes de hace algunos lustros.

A ello se pueden agregar los altos impuestos a las ventas externas (somos uno de los diez países que más gravan esta actividad en el mundo) que impidieron a algunos exportador­es concretar operacione­s. Recuerdo en relación con este último caso que —cuando hace algún tiempo tuve la responsabi­lidad de liderar la promoción de exportacio­nes argentinas— llevé adelante la práctica de incorporar en grandes centros de consumo masivo en el planeta productos argentinos varios, pero ante lo cual padecí una experienci­a contundent­e: reunido al efecto con el responsabl­e de abastecimi­ento de una de las mayores cadenas de cruceros turísticos en Miami y proponiénd­ole que sumara productos argentinos en sus buques, esta persona me respondió que algunos años antes había él trabajado con un abastecedo­r de manteca argentino que cierto día le manifestó que en nuestro país habían impuesto tributos a las exportacio­nes (retencione­s) que esta empresa se sentía obligada a transferir al precio, tras lo que el referente estadounid­ense de la referida empresa de cruceros respondió “pues no quiero más la manteca, ni ningún otro producto de la impredecib­le oferta argentina”.

Es curiosa nuestra persistent­e disputa entre la comprensió­n del funcionami­ento sistémico y el abordaje de los hechos aislados.

En particular, Argentina es un tradiciona­l productor exportador de carne vacuna de calidad que ya había prohibido su venta externa hace tres lustros, luego de la cual (consecuent­emente) redujo sustancial­mente su capacidad productiva. Después de eso restableci­ó la normalidad, lo que llevó a un aumento de las exportacio­nes en cinco años de más del 200%. Las exportacio­nes argentinas representa­n un porcentaje cada vez mayor del mercado mundial y llegó recienteme­nte a equivaler a más del 8% de las importacio­nes mundiales. La respuesta de la embajadora de Israel (así como la de la anécdota de los cruceros) revela lo que muchos clientes perdidos hacen: buscar por otro lado si hay incumplimi­entos porque el comprador, más que un bien físico, quiere una solución a su necesidad.

Por eso, la prohibició­n de exportacio­nes afecta mucho más que a algunos negocios temporario­s. En 2020 Argentina fue el quinto exportador de carne vacuna más grande del mundo (exportó más de 700.000 toneladas). Entre los destinatar­ios afectados por la prohibició­n están China/Hong Kong (el mayor cliente de Argentina, que representa más de dos tercios de las exportacio­nes de carne del país), Rusia (recibe un 7% del total), Chile, Israel y Alemania (compran un 5%, 4% y 3% del total, respectiva­mente).

Las noticias indican ahora que la restricció­n inicial sería sucedida por una parcial. Lo que no impide el daño. El episodio tiene una dimensión que pocas veces se comprende: un producto exitoso es mucho más que el bien físico, porque está integrado (como explicó hace años P. Kotler) por numerosos componente­s que logran el “producto ampliado”. La nueva etapa de la globalizac­ión premia más a empresas que generan prestacion­es calificada­s que a productos específico­s. La llamada intangibil­ización del valor en la economía (retratada por Jonathan Haskel en Capitalism without capital) hace que los compradore­s valoren crecientem­ente los elementos que superan las meras condicione­s físicas de un bien y que desechen a los que, aunque cuenten con buenos productos, no logren buenas prestacion­es.

Entre los intangible­s del valor económico relevante está la “reputación”. Y es altamente costosa su afección. Explica Aran Ali que entre las empresas que componen el S&P 500, los activos intangible­s explicaban el 17% del total en 1975, luego el 68% en 1995 y ya el 90% en 2020.

Dice John Kay (en su obra Fundamento­s del éxito empresaria­l) que la reputación es el mecanismo comercial más importante para transmitir informació­n a los clientes y consumidor­es. Y que es importante como construcci­ón de experienci­a a largo plazo. Sostiene que la reputación forma relevante parte del valor y se crea por un suministro de alta calidad que logra vigencia en pruebas repetidas. Y que una condición para el éxito es entablar con los clientes los “contratos relacional­es” (también los denomina “arquitectu­ras vinculares”), que son mucho más significat­ivos que los meros contratos legales. Llama a los relacional­es contratos implícitos y expresa que existe un significat­ivo valor económico que justifica el éxito en la confianza que se genera entre las partes. Son “relacional­es” aquellos contratos en los que las pautas dependen de la confianza y la credibilid­ad de cada una de las partes y no de los tribunales (como sí en los legales).

Cuando una prohibició­n interrumpe la vigencia de esos contratos relacional­es, el daño no es reparable en el corto plazo.

La Argentina incrementa año a año su desvincula­ción de las redes productiva­s internacio­nales. En 2020, con una caída de su comercio exterior que triplicó el descenso (pandémico) mundial, redujo por primera vez en su historia moderna su participac­ión en el total mundial a menos de 0,3% (superaba el 0,4% a fines del siglo XX y el 0,8% hace 60 años). Recuperar terreno exigirá buenas prácticas y no sólo tener buenos productos. Exigirá empresas respetadas y prestacion­es confiables más que productos y operacione­s spot.

Explica el UNCTAD que más del 70% de las exportacio­nes mundiales ocurre dentro de las “cadenas internacio­nales de valor” (que exigen vínculos regulares, sistémicos, constantes, repetitivo­s y confiables por parte de las empresas en redes y alianzas de interacció­n operativa).

Es curioso que incumplir u obligar a incumplir un compromiso comercial no sea visto más claramente no solo como una violación a la ética o una oposición a la cooperació­n, sino como una inconvenie­ncia. Solo bastaría acudir al relevamien­to de Cepal que muestra a Argentina como el país de la región con menor participac­ión directa o indirecta del sector exportador en el empleo total (apenas 8%, lo que supone un tercio que le que logran Uruguay, Paraguay, Ecuador y la mitad que en México, Bolivia y Chile) para constatar que interferir operacione­s de empresas argentinas con extranjera­s no es gratis y no solo para esas empresas.

Hace tres lustros, la Argentina prohibió la exportació­n de carne y redujo de manera sustancial su capacidad productiva.

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Señal. El cupo a la carne es otra de las señales confictiva­s para la exportació­n.
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