SOBRE LAS ATROCIDADES QUE FORMARON A UNA ECONOMISTA
un recuerdo patente de mí misma en tercer grado cantando en el recreo de la escuela “El día que las vacas vuelen y que en la Argentina baje la inflación”. Justamente, en uno de esos días, tal como le pasó al Tadeo Isidoro Cruz de Jorge Luis Borges en una sola noche, se definió mi destino: mi madre llegó a casa con una caja con un radioreloj, toda una revolución tecnológica para la época, comentando: “Teníamos
plata ahorrada para un auto y me alcanzó para esto”.
Mi perplejidad fue absoluta. Creo que en ese momento definí mi carrera; tenía que entender cómo semejante atrocidad había tenido lugar entre mi mundo de muñecas.
Hasta un niño de 8 años sabe la diferencia entre un auto y un radioreloj. De vez en cuando, todavía indago fervientemente a mi madre para conocer detalles sobre dónde estaba la plata, si hay algún resumen de cuenta o algo que me ayude a comprender lo que pasó.
Poco tiempo después ocurrió un despido. Horacio, mi segundo padre, obtuvo un dinero ante el cierre del establecimiento donde trabajaba, y fue invertido en un fondo común de inversión (FCI). Recuerdo a Horacio buscando el valor del fondo en el diario del domingo y comentar las pérdidas.
Recuerdo escuchar: “Perdimos todo; ya no nos queda nada”. Todavía, cada tanto, hago todo tipo de preguntas específicas sobre en dónde estaba invertida la plata, en qué instrumento, en cuál administradora. Si bien solo obtengo respuestas vagas en lo financiero, no me quedan dudas sobre el ánimo rotundo a no confiar en el sistema financiero.
Ya habían pasado muchos años del Plan Austral, y mi destino como economista dedicada a los mercados ya estaba forjado cuando conocí a mi suegro, quien pudo ahorrar unos dólares y compró un departamento. Mientras yo intentaba convencerlo de que abriera una cuenta en una administradora de fondos, me acuerdo que él se paró, tocó las paredes y me dijo tajantemente: “solo invierto en verdes y en ladrillos”.
No pude convencerlo, aun acuñando una frase de mi autoría: “Al fondo común no se le rompe el termotanque”, tratando de encontrar
Mi madre llegó a casa con un radioreloj comentando: “Teníamos plata ahorrada para un auto y me alcanzó para esto”.
ventajas superadoras a sus alternativas “seguras” de inversión: como cuando te llama un inquilino desesperado porque se queda sin agua caliente o le llueve en el comedor.
Hoy tengo la oportunidad de conversar con empresas y personas, y confirmo cada día que la hiperinflación y las sucesivas crisis económicas y financieras que ha vivido el país quedaron plasmadas en la retina de muchos. La historia ha “deconstruido” financieramente a los argentinos.
La educación o “reconstrucción” financiera debe estar vigente en la agenda de quienes nos gobiernan y de los que conformamos el mercado financiero. Porque la educación financiera es fundamental y debe hacer mella en los argentinos de hoy y del mañana. Pero por sí sola no basta: debería de estar acompañada por gobiernos que empleen programas económicos que lleven al país a un sendero de crecimiento sostenido, lejos de las frecuentes crisis económicas.
Mi hijo tiene 8 años y está ahora en tercer grado. Como yo a su edad, tiene muy claro el concepto del aumento de los precios. El otro día, con palabras menos técnicas, pidió un ajuste por inflación al “valor” de su diente al ratón Pérez. En cuanto a su futuro, todavía no parece interesarle la economía. De momento, parecería ser un “youtuber” en potencia. Sin embargo, ojalá le pueda contar a sus hijos una historia diferente a la mía.