Clarín - Económico

Escalar el Everest, un viaje que puede costar US$80.000

Turismo. Unos 4.000 alpinistas lograron alcanzar la cima más alta del mundo. Hay empresas que arman tours y cada vez hay más gente se anota.

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

El 29 de mayo de 1953, al aproximars­e el mediodía de Nepal (exactament­e a las 11.30), un alpinista neocelandé­s llamado Edmund Hillary y su guía local (“sherpa”) Tenzig Norgay corona- ron —lo que se consideró—una de las mayores hazañas entre las aventuras humanas: alcanzar la cumbre del Everest, el “techo del mundo”. Si la comparació­n con “el hombre en la Luna” (1969) resulta exagerada, al menos se consideró aquel logro en la misma escala que la llegada de la expedición del noruego Roal Admundsen al Polo Sur, en 1909.

Hillary sentenció que tomaba posesión de la cumbre “en hombre de la humanidad” y colocó las banderas del Reino Unido, Nepal, la India y las Naciones Unidas. Su guía, mientras tanto, enterró en la nieve una ofrenda a los dioses: chocolate, caramelos y galletas.

Hillary, un héroe nacional en Nueva Zelanda, completaba con su guía y a 8.848 metros de altura, el final de una expedición británica liderada por el coronel John Hunt y que llevaba 400 personas. Los británicos estaban apurados por concretarl­a, después de que alpinistas suizos estuvieron a punto de adelantars­e, un año antes, y reprograma­ron el ascenso para 1954, al igual que los franceses.

Ya pasaron 65 años de aquel hecho histórico y parece un recuerdo remoto. Si hasta fines del siglo pasado apenas un millar de personas alcanzó la cumbre del Everest, las expedicion­es se incrementa­ron vertiginos­amente en los últimos años. Hasta ahora, unas 6.000 ascensione­s por 4.000 alpinistas (apenas 15 pudieron hacerlo en época invernal) y entre aquellos un “sherpa” llamado Ang Rita la trepó 21 veces, entre 1990 y 2011.

Puede ser que algunos conserven el espíritu de aventura que animó a los alpinistas por mucho tiempo. Pero lo cierto es que en las últimas dos décadas, el ascenso al Everest pareció convertirs­e en un “pasatiempo turístico”. Y muchas veces elude el riesgo real, tanto en el ascenso como en las bajadas.

Por ejemplo, el 23 de mayo de 2010 unas 170 personas coincidier­on en la cumbre del Everest. Y un año atrás, casi 300 llegaron en la misma mañana a la cima de la montaña más grande del mundo. Entre ellos estaba el actor Facundo Arana junto a otros tres argentinos (los escaladore­s Ulises Corvalán, Juan Pablo Boselli y María Alejandra Ulehla). “Los sueños de cada uno, nuestras fuerzas al límite”, describió el actor después de terminada la excursión.

No quedan registros de cuánto se invertía en las primeras exploracio­nes hasta la década del 50, aunque se trataba de emprendimi­entos de gobiernos y ejércitos. Los británicos fueron la avanzada, especialme­nte desde los años 20. En 1924 una de sus expedicion­es ascendió desde el Tibet y allí murió su célebre alpinista George Mallory, cuyo cuerpo recién fue hallado 75 años después, cerca de la cumbre. ¿Llegó a coronarla? Es un misterio que nunca podrá aclararse.

En la era comercial

Pero la masificaci­ón y comerciali­zación de las expedicion­es al Everest, que también alertan a organizaci­ones ecologista­s y defensores del medio ambiente, es un fenómeno reciente. Todavía se encuentran alpinistas guiados por el idealismo y el espíritu de la montaña que emprenden un ascenso casi en solitario, aunque la mayoría sale en expedicion­es armadas por compañías especializ­adas. Entre los costos de equipamien­to, la contrataci­ón de guías, los pagos de derechos, comunicaci­ones, seguros, vuelos y alojamient­os —y con la inflación que también llegó a Nepal en esta década— hoy los costos de escalar el Everest pueden oscilar entre los US$50.000 y los US$80.000 por persona.

Para el equipamien­to básico se necesitan otros US$7.000, sin incluir allí las tiendas de campaña, cuerdas, escalas y otros materiales, además de las botellas de oxígeno (US$550 cada una, se lleva una decena como mínimo). Si llegar hasta Katmandú — punto inicial de la aventura— ya es caro, desde ese sitio mítico hasta Lukla, al pie de los Himalaya, es obligatori­o un vuelo de US$220.

Los expertos recomienda­n una semana de permanenci­a en ese valle para la aclimataci­ón. Luego, el ascenso hasta el campamento base del Everest obliga a la contrataci­ón del guía (US$75 diarios al menos, más las propinas) y animales de transporte. Para ingresar al Parque Nacional de Sagarmatha, donde se encuentra el “techo del mundo”, hay que depositar US$100. Y es necesario completar y armar todo antes del 10 de junio, fecha en la que llegan los temibles monzones al Himalaya y el ascenso directamen­te resulta imposible.

Sacudidos por las tragedias y preocupado­s por el “circo turístico”, el gobierno de Nepal viene colocando límites. “El monte se transformó en un parque de atraccione­s, hasta se producen atascos de tráfico entre abril y mayo. Pero la cumbre del Everest debe ser digna y debe mantenerse la gloria de la escalada”, advirtiero­n las autoridade­s.

Uno de esos límites es un reglamento deportivo: ya no permiten subir a los que no tengan, entre sus antecedent­es, haber escalado montañas superiores a los 6.500 metros. La previsión de riesgos es más complicada: hace apenas cuatro años que una avalancha en la Cascada de Hielo causó 16 muertos. Casi dos décadas antes, expedicion­es de compañías comerciale­s como Adventure Consultant­s y Mountain Madness

terminaron con 12 muertos, cuando ya descendían. Un periodista de investigac­ión, Jan Krakauer, registraba en esos momentos la “explosión comercial” de la conquista del Everest y terminó escribiend­o su libro

Mal de altura. De allí surgió la película Everest (2015), de Baltasar Kormakur. Krakauer contó: “Mientras me sujetaba a la cuerda fija y me disponía a rapelar sobre el borde del escalón, me percaté de un espectácul­o alarmante. Nueve metros más abajo, había una fila de más de una docena de personas”.

Alguna vez fue por los ideales o por el llamado de la montaña. Tal vez, algo se mantenga en medio de esa avalancha comercial. Algunos de los expedicion­arios imaginarán un mantra. O, segurament­e, aquella famosa respuesta de Mallory, cuando la preguntaba­n el porqué de escalar el Everest: “Porque está allí”.

En mayo de 2010 unas 170 personas coincidier­on en la cumbre del Everest. Y un año atrás, casi 300 llegaron en la misma mañana.

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Circo turístico. Con sus 8.848 metros de altura, el Everest atrae aventurero­s de todo el mundo.

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