Clarín - Mujer

DOMADORA DE OLAS

“ME ENAMORE DEL SURF Y TERMINE VIVIENDO EN HAWAII”

- T. Lucía Vázquez / Especial para Mujer

En el 2007 fue nominada por primera vez en el torneo XXL BIG WAVE Awards ( el campeonato de grandes olas XXL) como una de las tres mejores mujeres de esa disciplina a nivel mundial. La nominación se repitió en 2010 y 2011. “La primera vez que me subí a una tabla sentí que un haz de luz me iluminaba, dándome una sensación de absoluta felicidad”. Así fue. Mercedes Maidana (32) pasó de no tener la menor idea sobre el surf, a ser una de las grandes figuras mundiales en el arte de pilotear olas espectacul­ares. La historia comenzó con una ruptura amorosa.

Mercedes tenía 21 años en 2001. Estaba enamorada de un hombre 24 años mayor. Después de casi dos años de relación, él la dejó por otra mujer con quien se casó a los dos meses. “Quedé totalmente descorazon­ada, deprimida. Una amiga, cansada de verme así, me invitó a acompañarl­a de vacaciones, ella se iba a Brasil. ‘Para que cambiés un poco de aire’, me dijo. Y fui. Los chicos que paraban en la casa con nosotras, surfeaban. Un día, por curiosidad, les pedí una tabla para ver qué onda. No lo sopechaba, pero ¡me enganché ‘mal’ con el surf”, le cuenta a Mujer en su visita a Buenos aires.

Fue un amor a primera vista. Una conexión instantáne­a. “Apenas subí en la tabla, sentí el mar y algo energético, poderoso. Se me fijó esa imagen: era como un haz de luz que me atravesaba el cuerpo! Una sensación nueva, maravillos­a. Esto es la felicidad, me dije. Yo venía de mi duelo amoroso y en ese instante recupré la alegría, despedí al bajón”.

En esa época, Mercedes estudiaba cine y vivía en el barrio de Belgrano. Después de aquella primera experienci­a con la tabla, viajó todos los fines de semana a Mar del Plata buscando perfeccion­arse. Al llegar el verano, volvió a Brasil en sus vacaciones y durante dos años, mientras terminaba de cursar la carrera y se ganaba la vida en Buenos Aires manejando un emprendimi­ento de fabricació­n de carteras, siguió entrenando cuando y en dónde podía.

Al terminar la facultad se puso un objetivo: vivir en donde pudiera surfear. Ya se advertía que “era buena” yendo por las olas. Con el dinero que tenía ahorrado y trabajos temporales, recorrió varios lugares del mundo hasta que encontró su hogar.

Mujer busca ola

La búsqueda empezó en Costa Rica, donde pasó seis meses ya como instructor­a de surf. “Quería vivir en un lugar con olas, cálido, para no tener que usar el traje de Neoprene todos los días. En Costa Rica había muchos argentinos, y me gustó, pero me quedó muy pueblito. Yo soy muy urbana y me costaba cuando entraba la temporada de lluvia, cuando las olas no son muy buenas. Después, en 2004, me fui a Aus- tralia, ahí me sentí muy sola y perdida. No conocía a nadie. Estuve un par de meses. Entonces viajé a Indonesia. ¡Me encantó! Las olas eran buenísimas, pero me costó adaptarme, la cultura era muy diferente. Ahí conocí a unos chicos que me decían: ‘¡Andá a Hawaii, a vos te gustan las olas fuertes!’. Me sonaba a imposible. Hawaii era para profesiona­les, pero al final me animé y dije me mando”.

“Al aterrizar sentí que había llegado a mi lugar. Pisé el aeropuerto y me dije que había llegado a mi casa. Y me quedé”. Para mantenerse, empezó trabajando en lo que podía. Y surfeaba. Fabricó bikinis, fue mesera, vendió ropa. Al año, inició una relación con Greg, su vecino. “Tuve mucha suerte de encontrar mi gran amor ahí, mi compañero de vida y so-

lucionar el tema de la residencia. Fui bendecida con esa historia”. Se casó con Greg en 2006.

Cinco años después, ya incorporad­a a la lista de las mejores surfistas del planeta, todo se acomodó. Apareciero­n los sponsors y así los pasajes y la indumentar­ia para participar en las distintas competenci­as. También el reconocimi­ento de los medios.

Como en un lavarropas

Pero ciertas pasiones entrañan riesgos y Mercedes, en 2011, enfrentó a la muerte. “Un día, estaba surfeando olas muy grandes en frente de mi casa y me caí. Hay un momento, cuando te caes, que parece que estás en un lavarropas. Empieza la espuma, y recién cuando desaparece podés salir a respirar. Cuando sentí que que había pasado el torbellino, quise salir pero estaba atrapada bajo una cueva de coral. Me quedé enganchada con la cuerda que va del tobillo a la tabla y no podía zafar. No se cuánto estuve ahí, pero para mí fue una vida entera bajo el agua. Darme cuenta de que estaba enganchada, que no tenía forma de salir y que me iba a morir, fue tremendo. No lo podía creer. Pensaba: no me puede pasar esto, es una ridiculez, no me puedo morir tan joven. Yo conocía cómo eran las etapas del ahogamient­o; a medida que te quedás sin aire, empiezan las convulsion­es, después se pone todo negro hasta que entrás en un estado de nirvana. Atrapada en esa cueva, me decía ‘tranquila, todavía no tenés convulsion­es’. Necesitaba sacarme el velcro que me ataba al tobillo y se me rompía el corazón al pensar en que Greg se iba a quedar solo. Sentí mucha tris- teza. Y no podía llegar al velcro, no podía mover la pierna y no llegaba con el brazo. Al final, cuando pararon todas las corrientes pude desprender­me y salir. Pero el episodio me dejó traumada”. Recién este año Mercedes pudo volver a subirse a una gran ola. El episodio le hizo replantear­se las cosas. “El surf te causa un enorme desgaste físico y mental; es fantástico, pero estás siempre en riesgo, tu cuerpo recibe muchos golpes y todo el tiempo parece que te estás ahogando. El accidente me quitó la alegría de surfear. Me tomé un descanso, y hablando con una amiga, se me ocurrió la idea del coaching”.

“Es fantástico, pero recibís muchos golpes y todo el tiempo parece que te estás ahogando”

De surfista a empresaria

La amiga de Mercedes daba clases de meditación a gente de gran poder adquisitiv­o. “No sabía que se podían aportar principios espiritual­es en el mundo empresario. Entonces se me ocurrió que yo también podía trasladar mi experienci­a. Yo había hecho mapas con mi vida, había proyectado y había concretado. Estaría bueno, me dije, ofrecerle a empresario­s, a ejecutivos, un modelo de esos mapas. Empecé a dar talleres basándome en mi experienci­a en el surf. Todo lo que aprendí en el surf lo trasladé al coaching.”

Ya con ocho años de residencia en Hawaii, Mercedes no deja de asombrarse. “Cada día es como el primero, no puedo creer que vivo ahí. Soy una agradecida. Vivimos en la playa, frente a la mejor ola del mundo: es un regalo de Dios”, asegura ahora, con el trauma del accidente superado y la pasión por el surf invicta. “Siento de nuevo esa felicidad inmensa cuando estoy metida en una ola. Porque ahí el cere- bro no funciona, es puro instinto, es pura libertad: solo sucede eso que está sucediendo. Pueden ser cinco segundos, pero te marcan el alma para toda la eternidad. Es místico, te fundís con la naturaleza”.

Cuestión mental

En la Argentina, cuenta, “hay pocas chicas que hacen surf, sobre todo en olas grandes. Pero hoy no deben ser más de diez en todo el mundo. Cuando yo empecé seríamos apenas dos o tres. Este es un deporte muy masculino. En alguna parte leí y también lo certifiqué en el agua, que aunque la mujer quiera remar con todas sus fuerzas no llega a la velocidad del hombre para entrar a una ola grande. Los hombres tienen más fuerza y se pueden parar más sólidament­e, y por la forma de las caderas, a la mujer se le hace más difícil”

Pero Mercedes distingue entre esa clase de cuestión, la técnica, y la que a su entender es clave: la cuestión mental. “El verdadero impediment­o, no es físico, sino éste -dice y se toca la cabeza- mental. Todavía nadie me pudo explicar por qué, pero lo cierto es que la mejor surfista está muy lejos del mejor surfista, siempre hablando de las grandes olas. Yo no sé que és, pero ellos, los pibes se tiran con una locura tal, de una manera tan desaforada que parecen seres de otro planeta. Por alguna razón, nosotras, somos menos lanzadas. Yo no sé si es una cuestión de coraje, de energía, pero es muy evidente. A lo mejor, nosotras nos contenemos por instinto de preservaci­ón y ellos son más jugados”.

Lo cierto es que ella no intenta competir con los hombres. Nunca se le ocurrió eso. Además, no lo necesita. “Nada se compara con ir en la tabla sobre una ola, es la felicidad”, asegura, con la satisfacci­ón de alpinista que ha llegado a la cumbre. Y no hay motivos para no creerle.

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Plenitud. Mercedes Maidana descubrió el surf en Brasil. “Una sensación nueva y maravillos­a”.

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