Diosas sobre la Tierra
Dicen que la infancia es la patria del hombre. Y es casi imposible evocar el universo de la infancia, con sus sabores, sus aromas, sus objetos queridos, y sus ceremonias, sin que aparezca, ligada a ella, de un modo inexorable, la figura de la madre. Esencial y definitivo, ese es el vínculo primero, y el que nos marcará, desde entonces y para siempre, con la fuerza de un huracán. La literatura se ha encargado de dar buena cuenta de esta relación, a través de las formas más diversas: poesías, novelas, cuentos e, incluso, el registro epistolar. Uno de estos casos es el de “Cartas a su madre”, de Antoine de Saint Exupéry, el celebérrimo autor de “El principito”, “Tierra de hombres”, “Vuelo nocturno” y algunos otros títulos memorables. El libro que hoy nos ocupa reúne ochenta y nueve piezas, ordenadas cronológicamente, y escritas a lo largo de treinta y cuatro años, desde 1910, cuando el pequeño Antoine trajinaba las aulas del colegio Sainte-Croix, hasta 1944, en que, ya como aviador, y al servicio de Francia, desaparece con su avión mientras realizaba una misión de reconocimiento, en plena Segunda Guerra Mundial. En una de esas cartas, en medio de la soledad del desierto, Saint-Ex, evocando la casa y las noches de su infancia, escribirá: “Algunas veces usted subía, abría la puerta y nos encontraba rodeados de un buen calorcito (...) Madre, usted se inclinaba sobre nosotros, sobre la partida de esos ángeles, y para que el viaje fuera apacible, para que nada agitara nuestros sueños, borraba usted de la sábana un pliegue, una sombra, una ola, porque un lecho, como el mar, se apacigua gracias a un dedo divino”. Feliz día a todas las portadoras de esa porción de divinidad sobre la Tierra.