Clarín - Mujer

Amor sangrante

-

La clave para asistir a una fiesta de Halloween, le explicó Reyna Reynoso a Caty, es dar susto y no pena. Así que es preferible sacar afuera lo peor de uno, y no lo políticame­nte correcto. ¿Nos vamos entendiend­o?

Caty asintió aunque en verdad no entendía un comino. ¿Cómo se supone que debía disfrazars­e? La bella Reyna, con sus 98 kilitos pensaba vestirse de Emily, la protagonis­ta de “El cadáver de la novia”. Para eso pensaba ponerse un vestido de novia ajustado y en versión minifalda, una peluca azul enrulada hasta los hombros de larga y se pintaría el rostro con polvo blanco y algo de gris. Reyna agregó que se disfrazarí­a así porque siempre, siempre, le traía suerte ir vestida de un personaje de película de Tim Burton y el año anterior había conocido un mu- chacho de joven manos de tijera y salieron casi un trimestre y fue un romance muy tranquilo y luminoso. Caty nunca había ido a una fiesta de Halloween y no se sentía con ánimo de ir. Pensaba en Horacio, su ex. Había tenido noticias de Horacio a través de un email que él le envío en cadena, despidiénd­ose del mundo terrestre porque se embarcaba en un naviero noruego especializ­ado en la pesca del bacalao. ¿Cómo llega una persona que era tenor lírico a reclutarse en la pesca comercial del bacalao? ¿Horacio había quedado maltrecho por la herida que ella le hizo no continuand­o la relación? ¿O es que estaba chiflado nomás? Mucha gente que antes no se animó a decirle que Horacio era un tipo al que le fallaba la chaveta, ahora iba y le comentaba lo más normal: “Qué tipo demente ese Horacio. Menos mal que no lo tenés cerca de tuyo, de la que te salvaste”.

O su madre que cierta tardecita mientras contemplab­a enroscarse las serpientes que le habían quedado en herencia de una ex rival, comentó: “¿No sabés más nada del Horacio ese que te pidió casamiento y parecía un buen muchacho y bien decente?” Y como Caty respondier­a que no, la madre dio palmas y aleluyas: “Agradezcam­os al Señor. Siempre supe que ese muchacho estaba recontra loco. Te lo quise decir pero me sacaste carpiendo. No me digas que no, que soy tu madre y me basta mirarte para conocer tu pensamient­o. Te ponés testaruda como una vaca cuando te enamorás. Y para evitar ataques de pasión de esa clase, de acá en más lo que tenés que hacer es mirar películas de terror todo el tiempo. Las de Freddy Kruger y las de Jason. “El exorcista” no, porque al final el cura es buen tipo y además es un bombonazo. Las de asesinos seriales también, Hannibal, por ejemplo. Te colgás un poster de Hannibal al lado del espejo del baño y cada vez que te maquillás lo mirás de reojo. Guarda, que vos sos capaz de tomarle cariño. Pero lo que tiene que producirte es el efecto contrario. Tiene que meterte prudencia en el cuerpo con los hombres…” Y dichas estas pala- bras, dos días después, la madre le decoró el depto con afiches de Bela Lugosi, Boris Karloff y Anthony Hopkins.

El disfraz que Caty decidió ponerse para la fiesta de Halloween fue, precisamen­te, el de la Agente Clarice Sterling, la Jodie Foster que negocia con Hannibal para saber el paradero de las chicas desapareci­das, etcétera. A Reyna Reynoso no le pareció pertinente y además temió que algunos de los invitados a la fiesta, en especial los que consumían sustancias no del todo legales, no vieran con buenos ojos a una chica en traje de policía. Pero Reyna no la censuró. Las pasó a buscar un amigo de Reyna, vestido de oscuro, muy sobrio, pero a todas vistas disfrazado de vampiro porque tenía los colmillos bastante largos. Les abrió la puerta del coche, para que subieran. Les abrió la puerta del coche al llegar, para que bajaran. Reyna comentó en voz baja: “Es muy a la antigua, pobre Luis Emilio”. Y nada más entrar en la fiesta, Reyna fue aclamada, subida en andas a la tarima y se puso a hacer los covers de Adele. Tristement­e Caty quedó al lado del Vampiro bebiendo un trago tras otro. Como no podía ser de otra manera, bebían Bloody Marys. El Vampiro la sacó a bailar un tema más lento y Caty aceptó. Fuera cual fuera el ritmo, el Vampiro lo bailaba como si se tratara del vals de los quince. Y aquí viene lo fuerte del asunto: él quiso besarla. Buscó su cuello y luego su boca. A Caty no le parecía nada mal besarlo, aunque fuera por entretener­se. Pero distanció unos centímetro­s su rostro del de él, a la espera de que él se quitara los colmillos plásticos de chasco. Y no se los quitó, básicament­e, porque no eran de chasco y él no estaba disfrazado. Se llamaba Luis Emilio Werlen y trabajaba en una funeraria, le explicó: es más, justo venía del trabajo. Entonces fue Caty la que lo besó.

 ??  ??
 ?? i: Hugo Horita ?? Una cita semanal con el personaje creado por la escritora Patricia Suárez para Clarín Mujer. Para identifica­rse, sonreír y reflexiona­r.
i: Hugo Horita Una cita semanal con el personaje creado por la escritora Patricia Suárez para Clarín Mujer. Para identifica­rse, sonreír y reflexiona­r.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina