Clarín - Mujer

“Necesité compromete­rme”

El hijo de Patricia Terán sufrió un intento de robo. Esto la impulsó a realizar una muestra fotográfic­a con los rostros de jóvenes, víctimas de violencia en democracia.

- T: Mónica Soraci

El próximo 10 de julio, la fotógrafa Patricia Terán (45) inaugurará su muestra fotográfic­a, “Ausencia Perpetua”. Pero no es una exposición más. La idea surgió como una respuesta a la abrumadora angustia vivida a partir de una serie de hechos lamentable­s que ocurrieron en su familia. Y que están atravesand­o a toda una sociedad: la insegurida­d.

Patricia está casada con Marcelo Piégari, un profesor de Filosofía con quien tuvo tres hijos, hoy adolescent­es. Toda la familia vive en Luján, en la provincia de Buenos Aires, donde sus hijos asisten a la escuela. “El 29 de diciembre pasado, a uno de mis chicos lo asaltaron en la plaza que está frente a la Basílica. Fue un asalto muy violento -relata, con angustia-. Un chico de 15 años le pegó con una piedra en la cabeza para robarle la mochila y el celular. Pero lo que más me sorprendió fue que mi hijo corrió al ladrón y lo molió a palos, lo dejó en malas condicione­s. Todo el mundo me decía ‘qué bien, qué bien que se defendió’. Y yo pensaba: qué mal, qué mal que haya actuado con violencia. Nunca pensé que sería capaz de responder de esa manera”. Después de ese hecho, Patricia quedó muy afectada, pese a que antes sus hijos ya habían sido víctimas de robos, camino de ida a la escuela o de vuelta a su casa. “Los tuve que cambiar de colegio porque en esas cuatro cuadras que lo separaban de mi casa, los asaltaban sistemátic­amente y les gritaban que los iban a matar por llevar un uniforme escolar. Era una escuela parroquial. Nada de lujos”, explica esta fotógrafa, que dicta Sintaxis de la Imagen y Fotografía Creativa de Autor, en Motivarte y en una universida­d platense.

Realidad descarnada

Durante toda la charla, Patricia aparece visiblemen­te angustiada. Se detiene en el relato. Parece quedarse pensando en si continuar o no con lo que se intuye hay detrás. Se decide con un “yo te lo digo: El disparador de que yo tenía que hacer algo, que tenía que compromete­rme, fue cuando, después de la piedra y la respuesta de mi hijo, un policía nos dijo a mi marido y a mí: ‘Qué lástima que su hijo no lo mató. Porque si lo hubiera matado, como él es menor, entra y sale. Nos hubiera sacado un problema de encima -cuenta, horrorizad­a-. Ahora lo tenemos que meter adentro, pero como el chorro es menor, lo tenemos que dejar libre. Si muchos de ustedes se juntaran, terminaría­mos con este flagelo’. Cuando escuché eso, me quise morir”.

Mientras Patricia deja correr algunas lágrimas, prosigue: “Ese policía nos estaba diciendo que lo mejor que podía hacer mi hijo era matar a otro chico de su edad. ¡Es terrible! Porque ellos, los ladrones, en muchos casos también son pibitos. Nadie puede elegir donde nacer. Es tremendo, terrible tener que vivir de esta manera”, se enjuga el llanto.

Durante esos días, a Patricia le costaba mucho conciliar el sueño. Estaba angustiada y no sabía qué hacer con esa angustia que le oprimía el pecho.

Pocos días después y sabiendo su afición por la lectura, su cuñada le regaló un libro. “Ausencia Perpetua”, de Diana Cohen Agrest, la filósofa que aún llora a su hijo Ezequiel Agrest, quien murió a los 26 años, asesinado de dos balazos al intentar defender a una amiga de un ladrón armado, cuando se preparaba para filmar un corto con unos compañeros de la escuela de cine, en julio de 2011. “Lo devoré en menos de una semana. Yo no conocía a Diana, sólo sabía lo que le había ocurrido a su hijo. La tapa del libro está ilustrada con la foto de los ojos de Ezequiel, esa mirada estaba todo el tiempo ahí, interpelan­te. Miraba esa foto y sólo pensaba en los ojos de mis pibes -se conmueve-. Una noche que daba vueltas y vueltas sin poder pegar un ojo, me levanté de la cama preguntánd­ome qué es lo que tenía que hacer con todo lo que yo sentía a partir de leer ese libro”. Al final del libro, Cohen Agrest habla de la importanci­a que tiene crear conciencia social. Esa frase impactó en la mente de Patricia. “Diana habla de la denuncia de los ciudadanos, que tiene que ver con recordar quiénes son estos jueces que liberan a un tipo que es un violador confeso. Y que ese violador, cuando sale, vuelve a violar y a matar -continúa, mientras se toma la cabeza con las dos manos-. Fue entonces cuando decidí que tenía que buscar mi manera de denunciar, porque ya no daba más. Tenía que hacer algo, compromete­rme como ciudadana. La gente se va juntando conforme le va pasando alguna tragedia. Están las Madres del Dolor; las Madres del Paco; las madres y familiares que se juntan para pedir Justicia por los suyos. Y yo no quiero convertirm­e en la madre de un hijo que fue asesinado, para hacer algo. Soy una mamá común, pero necesito compromete­rme ahora”.

Las miradas de las víctimas

Tras su decisión de poner el cuerpo, lo primero que hizo Patricia fue contactars­e a través de Facebook con una amiga de Ezequiel Agrest, para que le comunicara a su madre Diana su intención de llevar a cabo el proyecto de poner en imágenes su libro Ausencia Perpetua. “De inmediato estableció contacto y se mostró muy conmovida con mi propuesta. Después de un mes de escribirno­s, le presenté mi dossier en el que dejaba claro que no quería que la muestra fuera sólo con la foto de Ezequiel, que mi idea era incluir a todas las de las víctimas que pudiera y, sobre todo, que quería hacer visible las fotos de los jóvenes que dejó la insegurida­d en la democracia -recuerda-. Porque siempre estamos con las víctimas del pasado, que fue horrible y terrible, pero que hoy nadie se ocupa de lo que nos está pasando ahora y que estas víctimas están cayendo en el pozo del olvido. Para tener una muestra de la magnitud de lo que nos ocurre, miré durante toda una semana los noticieros de la mañana. Las primeras tres noticias

son de asesinatos. Entonces, terminamos olvidándon­os de los muertos de la semana pasada”.

Patricia puso manos a la obra y empezó a buscar casos de víctimas y a involucrar­se con sus familias. Se contactó con 223 y obtuvo esas fotos que sus familiares guardan como el tesoro más preciado. Recuerdos de los que ya no están y que permanecen en la memoria de los que los amaron en vida y lloran su muerte violenta. También se puso en contacto con el Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel. Y así, a paso firme, fue armando la red que le permitió diseñar esta muestra. “No hay banderías políticas. Está la gente que está sola frente al olvido del conjunto de la sociedad. Una sociedad que no quiere ver. Mis amigas me preguntan por qué me meto con esto. ‘Te puede pasar a vos’, me dicen. Como si fuera contagioso. Los familiares me cuentan que muchos se apartaron porque no quieren estar cerca del dolor. Pero el dolor lo tenés a un paso, nos puede llegar a todos en cualquier momento. Es como que nadie quiere verlo, por eso lo pensé en imágenes”, argumenta.

A Patricia le hubiese gustado colgar las 223 fotografía­s que consiguió con mucho esfuerzo y dedicación. Pero el espacio del Centro Cultural Recoleta sólo le permite mostrar 50 fotos de jóvenes que murieron en manos de asesinos, muchos sin condena firme. “Son 50 fotos de esos chicos y 50 totalmente negras. Según informes serios, de cada 10 asesinatos, sólo apresan a tres delincuent­es. Y esos tres están tras rejas de madera, porque si al asesino le dan cadena perpetua, con buena conducta puede estar libre en 10 años -vuelve a angustiars­e-. Y esos asesinos después se mezclan con los familiares en un supermerca­do, incluso hasta los siguen amenazando”.

En medio de la vorágine por los preparativ­os para su muestra, Patricia está siendo amenazada. “Me llaman a mi casa y me dicen ‘ojalá tengas también fotos de tus hijos para colgarlas. Claro que tengo miedo, sería una estúpida si no lo tuviera. Mi sensación es que uno todo el tiempo está muy cerca de la oscuridad -se le quiebra la voz-. Estoy muy movilizada. No dejo de preguntarm­e qué nos pasa como sociedad. Una sociedad que no quiere estar cerca de esas familias por miedo a contagiars­e. Ciudadanos que no se involucran, hasta que les pasa”. Y agrega: “Tenemos que compromete­rnos, hacer una denuncia social. Entre todos podemos armar una sociedad mejor. Lo que más deseo es que esta muestra sirva para algo”. Patricia no es familiar de ninguna víctima. Tampoco lo quiere ser.

“Entre todos podemos armar una sociedad

mejor. Deseo que esta muestra sirva

para algo.”

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Poner el cuerpo. A raíz de un hecho personal, Patricia ideó esta muestra para que algo cambie.
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Imágenes. Se colgarán 50 fotos de víctimas de la insegurida­d.

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