Clarín - Mujer

Su plato favorito

- Las aventuras de Caty Kharma Una cita semanal con el personaje creado por la escritora Patricia Suárez para Clarín Mujer. Para identifica­rse, sonreír y reflexiona­r.

Él se lo contó una vez y después a ella le quedó dando vueltas. Muchas cosas le quedaban dando vueltas por la cabeza desde que esperaba un/dos hijos. Todas las relacionad­as con la maternidad, propia y ajena. Aquella frase que alguna vez le deslizara su abuela Fanny: “Uno sabe cuánto lo quisieron los padres a uno, cuando se hace padre”. O aquella de que uno recuerda con detalle su propia infancia, a medida que cría a sus hijos. Por eso prestó atención a Simón cuando le habló de su plato preferido. La mamá se lo cocinaba cuando era niñito. La mamá se lo cocinaba a ÉL, no al otro hijo, no a otro chico, ni un primo, ni un amiguito. La Dra Esdrújula podría decir que era algo bien edípico. La Dra Esdrújula estaba haciendo un cursete de Apego y cuidados prenatales y Caty sería su conejillo de Indias. Caty le tenía pavor a la Dra Esdrújula últimament­e. Las reflexione­s de ella sobre el complejo de Edipo ponían a temblar a cualquiera. Sin embargo, al fin y al cabo, en lo malo y lo bueno, lo edípico es para todos los humanos un combustibl­e para vivir. Por cierto, dado que Caty y Simón se casarían muy pronto, y que, según todos los casados del mundo dicen, a veces uno hace de madre y otro de hijo, y a veces el otro hace de padre y una de hija, a ella no le costaría nada tomar el lugar materno por una vez en la vida. CON MUCHA SUERTE, sería tomarlo una sola vez en la vida, porque ya se sabe eso que dicen: los hombres son niños grandes. Además, habían tenido una pelea unos días atrás, cuando ella le comentó que deseaba que su himno de matrimonio fuera At last, la canción de 1941 que hiciera famosa Etta James. Simón la miró desorbitad­o, como si ella no sólo le hablara en chino mandarín, sino que lo estuviera INSULTANDO en chino mandarín. Caty sospechó que esa sorpresa de él era porque no conocía la canción. Hay que recordar que ella, en su pasado, había tenido relaciones amorosas con el malhadado Horacio que era solista en un coro y luego se enamoró del coreuta que le trajo desde lejos las cartas de Horacio, el finés Oskari. Hasta ella misma había cantado alguna que otra cosita cuando actuó en El mago de Oz. Solícita, sonriente, esperanzad­a, la ex novia eterna de los folletines femeninos de los días viernes, acudió al escarabajo, buscó los viejos CD’s de Cyndi Lauper (¿por qué tenía aun los discos de Cyndi Lauper?) y apretó play. A medida que Cyndi cantaba con esa tristeza infinita, ella le traducía: “Por fin, mi amor ha llegado. Mis días solitarios se terminaron. Y la vida es como una canción”. Simón empalidecí­a a me- dida que ella susurraba la letra en castellano. ¿ Qué pasaba, estaba arrepentid­o? ¿Ya no quería casarse con ella? ¿Por qué siempre le tocaban hombres que le pedían matrimonio y se arrepentía­n o se iban de viaje al extranjero y no regresaban jamás?! ¿Por qué la dejaban plantada con el anillo en el anular puesto y soñando qué flores eran las adecuadas para el ramo? “Yo había pensado en algún tema más gauchito”, acotó Simón. ¿Cómo MAS GAUCHITO?, pensó Caty, ¿acaso esperaba que tocaran una chacarera, un gato, camino al altar? “El Ave María cantada por Jairo”. Caty fue hasta la pared de la cocina donde colgaban la cacerolita chica, la panquequer­a y el wok. Descolgó con sumo cuidado los artículos de la cocina y luego procedió fina y regularmen­te a golpearse la frente contra esa pared. Si se provocaba daño cerebral o quedaba en coma, aun así sus hijos podrían nacer y los criaría este cretino que pretendía que ella se paseara con la panzotota rumbo al altar, de blanco impoluto como una heladera de dos puertas, al son de Jairo con el Ave Maria, como habían hecho las novias desde hacía dos mil años o poco menos. ¿Y por qué? ¿Por qué esta falta de cultura musical? Simón trató de calmarla. Caty lo miró con ojos de

“Por fin, mi amor ha llegado. Mis días solitarios se terminaron...”

serpiente escupidora: “¿No querés también que pongamos Blanca y radiante va la novia…?” Simón le pidió que la tarareara. A él le gustó: en su infancia en el circo con esa canción hacían un número donde aparecía su padre y unos caniches amaestrado­s. Encima, el cretino no distinguía una ironía. Ella se la cantó a los gritos y agregó: “¿No ves que la novia no lo quiere al novio, que quiere a otro? ¿Cómo vamos a poner la canción sobre un cornudo en la iglesia?” Simón dijo bajo: “Pero es linda esa también”. Caty se desmarañó los pelos entre gritos y llantos y por eso el viernes peló las papas, las cortó en cuadradito­s pequeños, las frió. Mientras tanto hirvió los penne rigati. Apenas sacó las papas fritas, puso a rehogar una cebollita blanca y otra roja. Sacó los fideos cuando estuvieron al dente, sacó las cebollas doraditas. Lavó la sartén, luego le puso una gotita de aceite nuevo y echó allí las cebollas, las papas y los fideos, salpimentó. Este era el plato que su suegra hacía para que su amado, de niño, comiera fideos. Simón y ella hicieron las paces y él le agradeció calurosame­nte el plato de su infancia. Caty lo miraba comer y para sus adentros cantaba: “Y aquí estamos los dos, es el cielo. PORQUE AL FIN, ERES MÍO…”

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