Viajar, a ningún lado
Quien más, quien menos, en estas fechas tradicionales de vacaciones tiene en mente algún viajecito: el que realizó, el que está por hacer, el que hubiera querido y no pudo llevar a cabo, ese con el que viene soñando toda una vida. En general, cuanto más exótico y diferente sea el destino, cuanto más inalcanzable parezca, mayores serán las expectativas. Expectativas que pueden convertirse en frustración en la medida en que la ilusión del viaje no se concrete. Hay para esto consuelo. Viajero de toda la vida, como él mismo se define, el escritor británico Pico Iyer confiesa que, de manera casi natural, se hizo cronista de viajes para poder amalgamar placer y trabajo. Para dar una idea del alcance de su pasión, valga saber que ya a los 9 años sobrevolaba varias veces al año el Polo Norte, para ir desde la California donde vivían sus padres al internado de Inglaterra en que estudiaba. Fascinado por el trayecto, no quedaban muchas dudas acerca de su pasión posterior. Con esa experiencia que lo ha llevado a recorrer los rincones más maravillosos del planeta, es interesante prestar atención a sus reflexiones. ”Una de las primeras cosas que aprende uno al viajar-contó- es que ningún lugar es mágico a menos que uno lo vea con la mirada apropiada. Y creo que la mejor manera de cultivar una mirada más atenta y apreciativa fue, curiosamente, ir a ninguna parte y simplemente sentarme. Descubrí que ir a ninguna parte era tan apasionante como ir al Tibet o a Cuba. Cuando digo ir a ninguna parte hablo de tomarse unos minutos cada día, o unos días cada estación, de modo de estar quieto el tiempo suficiente para averiguar qué nos motiva más y recordar qué nos hace realmente felices”. Buen viaje.