Centavos, centavitos
El tema no es nuevo: cada tanto surge, y ocupa espacio en coberturas periodísticas y acapara conversaciones en peluquerías, talleres mecánicos, bares, shoppings, colectivos y taxis, sin distinción de género, edad, profesión o trabajo de los interlocutores. Es más: alguna vez llegó a generarse incluso una suerte de mercado negro del elemento faltante en cuestión, y hubo así quienes prefirieron perder dinero, o sea, valor en la compra, con tal de alzarse con los codiciados objetos contantes y sonantes. ¿De qué hablamos? De las monedas, ese bien hoy escaso pero, a diferencia de otros momentos, ya no demasiado codiciado. La inflación, o “reacomodamiento de precios”, como algún funcionario se animó a rebautizarlo, y la consecuente, aceleradísima pérdida de valor de nuestra alicaída -valga la redun-danciamoneda, lo lograron. Claro que esto da lugar a otro fenómeno bien nativo. Más allá de la fortaleza de cada una de las economías, haga la prueba, en Estados Unidos, de intentar retacearle a un taxista las monedas, así se trate del quarter (25 centavos de dólar) o del más pequeñito dime (10 centavos). Ni siquiera la del centavito le perdonará, no sólo el señor en cuestión, sino el vendedor de diarios, el despachante del drusgtore, o el mozo del coffee shop. Allá, hasta los cents tienen valor, y es considerado herejía actuar en sentido contrario, a la criolla, digamos. Y ya que de casa hablamos, un llamadito a la solidaridad de quienes deben cobrar algún servicio o insumo y son pasibles, por lo tanto, de tener que dar cambio: si no hay moneditas a mano, el redondeo debe ser hacia abajo, y no a la inversa. Es decir, a favor del cliente. Vivos criollos, abstenerse.