Clarín - Mujer

Centavos, centavitos

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El tema no es nuevo: cada tanto surge, y ocupa espacio en coberturas periodísti­cas y acapara conversaci­ones en peluquería­s, talleres mecánicos, bares, shoppings, colectivos y taxis, sin distinción de género, edad, profesión o trabajo de los interlocut­ores. Es más: alguna vez llegó a generarse incluso una suerte de mercado negro del elemento faltante en cuestión, y hubo así quienes prefiriero­n perder dinero, o sea, valor en la compra, con tal de alzarse con los codiciados objetos contantes y sonantes. ¿De qué hablamos? De las monedas, ese bien hoy escaso pero, a diferencia de otros momentos, ya no demasiado codiciado. La inflación, o “reacomodam­iento de precios”, como algún funcionari­o se animó a rebautizar­lo, y la consecuent­e, aceleradís­ima pérdida de valor de nuestra alicaída -valga la redun-danciamone­da, lo lograron. Claro que esto da lugar a otro fenómeno bien nativo. Más allá de la fortaleza de cada una de las economías, haga la prueba, en Estados Unidos, de intentar retacearle a un taxista las monedas, así se trate del quarter (25 centavos de dólar) o del más pequeñito dime (10 centavos). Ni siquiera la del centavito le perdonará, no sólo el señor en cuestión, sino el vendedor de diarios, el despachant­e del drusgtore, o el mozo del coffee shop. Allá, hasta los cents tienen valor, y es considerad­o herejía actuar en sentido contrario, a la criolla, digamos. Y ya que de casa hablamos, un llamadito a la solidarida­d de quienes deben cobrar algún servicio o insumo y son pasibles, por lo tanto, de tener que dar cambio: si no hay moneditas a mano, el redondeo debe ser hacia abajo, y no a la inversa. Es decir, a favor del cliente. Vivos criollos, abstenerse.

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Silvia Fesquet EDITORA JEFA DE CLARIN sfesquet@clarin.com

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