Una cuestiónc de urbanidadur
Que las fr fronteras entre lo público y lo privado cada vez son más lá lábiles, no es ninguna novedad. Todo se comparte, todo se publica,p todo se transmite planetariamente, la intimidad ahora es pública y notoria, y parecería que cuanto más pú pública y notoria, mejor. Ahora,Ahora una cosa es que a quien la protagonizap no sólo no le molestemole sino que le encante hacerhac de su intimidad y su vida privadapr lo más expuesto de del mundo, y otra cosa es que no nos obliguen, por la fuerza y n no por la razón, a ser partícipes de esas revelaciones. HabloHabl de todos aquellos que, sin e el menor miramiento ni por los tímpanos ajenos, ni por el derechoder a disfrutar de un poco ded silencio, o de ensimismamientomismamie y concentración, usan el te teléfono como si fuera un micrófono,micrófo o un altoparlante, y se dedican,de a voz en cuello, a mantenerman conversaciones con pareja,p hijos, hermanos, primos,primo parientes lejanos, amigos, je jefes, empleados... Quien estéest del otro lado, es lo de menos:menos lo que cuenta es que esas conversaciones trascendentales,cendenta con suerte, para los interlo interlocutores, sean estoicamente soportadass por todos: no so son sectarios ni excluyentes. As Así nos enteraremos de cuánto pidió el chapista por el arre arreglo del auto de no sabemos quién, o cuánto pagó otra ilustre desconocida por las zapatillaszapatil de la hija, a qué hora llegarállega a un destino que ignoramosignoramo la ocasional vecina de asiento en el tren, o qué día rinde el fin final ese inconsciente que acaba de pasar a nuestro lado mientrasmien cruza la avenida de doble mano gritando, sin prisa pero sin pausa, a quien lo escuchaescuch del otro lado de la línea.línea ¿Podrá ser respetado nuestron derecho a no enterarnos/ente meternos/ participar, a la fuerza, de las incidencias de la vida ajena?