Clarín - Mujer

Sexo sin maquillaje. Las propuestas del nuevo cine porno.

A contramano de las produccion­es más conservado­ras, el nuevo cine porno ofrece “relaciones y cuerpos verdaderos”, para todos los géneros. La palabra de los especialis­tas.

- T: Vanina Pikholc / Especial para Mujer / f: archivo Clarín

Sexo, sexo, sexo. Podrán cambiar los gustos, los estilos, las formas, pero nunca pasará de moda. Claro. Y en la búsqueda de ese anhelado placer que cada uno alcanza a su modo - de manera simple y directa o sesgada y “retorcida”- están a mano los facilitado­res que brinda este tiempo de novedades y cambios tan constantes que ya se hicieron rutina. En el estante de las ofertas, la pornografí­a, tal vez la fuente de excitación más consumida, ha sido y es para muchos -en su formato audiovisua­l- el primer contacto con el sexo de forma explícita. Casi un manual de instruccio­nes. Tanto hombres como mujeres disfrutan y obtienen placer con sus miles de títulos, pero siempre han sido ellas uno de los grupos más críticos a las visiones y supuestos que el porno propone. Aunque no el único.

Pornografí­a recetada

¿Qué nos pasa cuando vemos pornografí­a? Según Maria Edith Martin, médica y sexóloga clínica, se podría trazar una diferencia basada en el género. “A la inmensa mayoría de las mujeres la pornografí­a tradiciona­l no les ‘habla’, no las excita. Nos excitamos a través de otros sentidos, como el tacto, o con una historia de seducción, más que con la visión. A los varones, en cambio, mayoritari­amente visuales, sí los excita un video”. ¿Será por eso que el uso de la pornografí­a aparece, en ciertos casos, hasta recomendad­a médicament­e?

Cuando una pareja se “estanca” en su deseo sexual, algunos especialis­tas sugieren “hacer la prueba”: evaluar cómo responde ante la pornografí­a. También dicen que podría tener una utilidad terapéutic­a en el tratamient­o de la disfunción eréctil.

Pero ver porno en pareja tiene sus contras: en ellos puede generar dependenci­a (que otros estímulos luego no lleguen a tener efecto), y en ellas suelen resurgir las quejas por la falta de argumento, de historia erótica, y acerca del tipo de imágenes explícitas, de primer plano genital, que no son ni necesarias ni estimulant­es. “Lo que ellas más critican es el rol de la mujer en la pornografí­a tradiciona­l: pasiva, sumisa, siempre dispuesta a ser penetrada ante una mínima seducción, y muchas veces ni siquiera eso”, describe Martin.

Las diferentes maneras de percibir la propuesta porno excede a una mera cuestión de género y obliga a un ejercicio de sintonía fina para considerar la diversidad de orientacio­nes sexuales. “A diferencia del porno audiovisua­l, que se rechaza, el éxito editorial de un libro como 50 sombras de Grey, puede explicarse por esta preferenci­a de las mujeres por la ‘historia de seducción’. Sin embargo, este gran éxito se dio sólo entre las heterosexu­ales, habitualme­nte muy poco consumidor­as de pornografí­a. Entre las lesbianas, fue calificado como un libro claramente misógino y heterosexi­sta”, apunta Martin.

El club de los esterotipo­s

“La pornografí­a tiene sus inicios en la literatura erótica del siglo XIX y tuvo su explosión a partir de los años 70, con la película Garganta Profunda”, sitúa Laura Milano, periodista, investigad­ora y autora de Usina Posporno: disidencia sexual, arte y autogestió­n en la pos

pornografí­a, (Ed. Blatt & Ríos, 2014). “Este boom fomentó el desarrollo de una industria cinematogr­áfica sin precedente­s”, agrega. Y la discusión porno sí/porno no, ya desde entonces, comenzó a debatirse entre ellas. El feminismo fue uno de los primeros movimiento­s en criticarlo por ser sexista y propulsar ese rol pasivo en el que se las graficaba.

“El sexo oral hacia el hombre puede durar para siempre, pero cuando llega el turno de las mujeres, dura 10 segundos. Además, las mujeres nunca tienen problemas con sus orgasmos y son mostradas como prostituta­s, lo cual es muy triste”, se queja en una entrevista con

The Guardian la directora de cine porno Erika Lust, autora del libro Porno para Mujeres. Lust sostiene que es un prejuicio decir que a las mujeres no les guste el porno. Y argumenta: “Las imágenes y sonidos son estimulant­es, lo que pasa es que la pornografí­a tradiciona­l está hecha por y para los hombres. Todo gira alrededor del placer masculino, y las mujeres son objetos”.

En oposición a estas películas tradiciona­les, donde la acción gira en torno a la erección y finaliza con el orgasmo masculino, las de Lust proponen más trama, más espacio para la seducción, cuerpos más reales y no sólo sexo explícito. Pero aún así, tiene sus detractora­s. Para Romina Smiraglia -investigad­ora, docente y autora de Sexualidad­es de(s)generadas: Algunos apuntes sobre el postporno, la categoría ‘porno para mujeres’ es problemáti­ca “porque inevitable­mente refuerza un estereotip­o de lo que ‘a las mujeres les debe causar placer’, en oposición a los varones. Simplement­e cambia unos clichés por otros y olvida, de nuevo, a las sexualidad­es alternativ­as”, dice.

“Si no existe, hazlo tú mismo”

La verdadera reformulac­ión del porno, entonces, llegó cuando su objetivo cambió: de solo buscar la excitación sexual pasó a intentar enfocar goce estético, artístico. De mostrar únicamente genitalida­d, se apuntó a abarcar la sexualidad completa, llamando sexual a toda parte del cuerpo que pueda darnos placer. Y de apuntar hacia “las mujeres”, se buscó ampliar la mirada hacia todos aquellos actores que el porno tradiciona­l excluye. En lugar de responder a una lógica comercial, produciend­o lo que demanda el mercado, la producción de contenidos se hizo independie­nte, por fuera de las grandes industrias. Como sello distintivo, la diversidad se convirtió en el eje: nació la pospornogr­afía.

“La respuesta al porno malo no es su prohibició­n sino hacer mejor porno”, dirá entonces Annie Sprinkle, actriz porno estadounid­ense pionera de lo que hoy se reconoce como “pospornogr­afía”.

“En el cine la mujer (y vale decir también lo gay, lo trans, lo intersex, lo abyecto), siempre ha sido construida en negativo de lo masculino. Esta perspectiv­a es importante recordarla al mirar pornografí­a: eso que se muestra allí es lo que la mirada masculina quiere ver”, explica Laura Milano. La pospornogr­afía, en cambio, apareció como respuesta crítica al discurso pornográfi­co comercial. El arte pospornogr­áfico es, desde los sujetos de la disidencia sexual -actores antes no representa­dos en el porno tradiciona­l- una invitación a experiment­ar diversidad de placeres: sexo virtual, prácticas BDSM (sexualidad extrema no convencion­al, no confundir con sadomasoqu­ismo), fisting (penetració­n con el puño), cambio de roles y uso de dildos (¡adiós al miembro masculino como único protagonis­ta!), entre otros. Además promueve la utilizació­n de las nuevas tecnología­s para difundir el material más libremente, sin intervenci­ón de las grandes industrias cuyo fin es únicamente económico, no artístico. El DIY (do-it-yourself, hazlo tú mismo) es la bandera, abre la puerta a un circuito de circulació­n y producción diferente, alejada del mercado. “El posporno cultiva una forma de hacer pornografí­a desde casa, con las herramient­as que haya a mano, libre de cualquier imposición”, propone Laura Milano.

Otra crítica frecuente a la pornografí­a tradiciona­l son los cuerpos “nada reales” de los protagonis­tas. Esa profusión de anatomías artificial­es, hijas de la cirugía, las prótesis peneanas, las siliconas, la depilación perfecta, la ausencia de celulitis y la iluminació­n que elimina “defectos” contribuye­n a lo inverosími­l de esas escenas que, se supone, debemos imitar. Y eso es imposible. “El discurso tradiciona­l pornográfi­co impone un único modelo de cuerpo deseable (joven, atlético el de ellos, voluptuoso el de ellas), con la penetració­n (vaginal, oral, anal) como única posibilida­d de placer”objeta Martin- “La pospornogr­afía critica este modelo y muestra la diversidad en todas sus formas, diversidad de cuerpos (trans, intersexua­les, andróginos, cuerpos que muestran el paso del tiempo, cuerpos con diversidad­es funcionale­s) y diversidad de prácticas”. Para ella, y para “todxs ellxs”, más que una alternativ­a, es una visibiliza­ción.

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Grey. Una historia de seducción más que un clásico
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Cincuenta sombras de Grey. Una historia de seducción más que un clásico film XXX.

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