Clarín - Mujer

“Debemos romper con la doble vida”

Georgina Orellano (28) es la Secretaria General de las Mujeres Meretrices de la Argentina. La crianza de su hijo, las vicisitude­s de su trabajo y la relación con los clientes.

- t: Mariana Perel / Especial para Mujer / f: Fernando de la Orden

El mes pasado, la Justicia porteña absolvió a una mujer que ejercía la prostituci­ón al considerar que no existe “una regulación específica sobre obligacion­es impuestas a quienes brinden servicios personales de tipo sexual” (ver recuadro). La resolución viene a cuento del diálogo que Mujer mantuvo con Georgina Orellano. Georgina (28) nació en Presidente Derqui, Pilar, y está orgullosa de su madre, viuda, que trabajaba 12 horas al día como empleada doméstica y les inculcó a sus seis hijos el valor del estudio. Todos terminaron el secundario, tuvieron una infancia feliz. No así la adolescenc­ia, “difícil” según la recuerda. Al ponerse de novia una amiga le aconsejó que se cuidara y le pasó unos preservati­vos. Su mamá los descubrió: un escándalo. Tenía 19 años. Ese verano -ya se había anotado en el CBC- encontró empleo como niñera con una mujer que era mucama en un hotel. A Georgina le sorprendía lo poco que trabaja su jefa, los regalos que les llevaba a sus hijos. “Yo quiero lo mismo”, le dijo un día. “¿Usted no puede recomendar­me en el hotel?”

La señora sonríe

“Soy prostituta, no se lo digas a mis hijos. ¿Te interesa?”, le confió la mujer. Fue una sorpresa para Georgina. La mujer le aseguró que no debía preocupars­e, que entre las chicas se cuidaban, que conocían los autos de la clientela, que siempre iban a los dos mismos hoteles. La zona era Villa del Parque. Y le previno: “Es plata rápida, no fácil. Tenés que saber escuchar y entender. Algunos son muy pesados”. Entonces le ofreció presentarl­e a un cliente suyo, no hacía falta que tuvieran sexo.

“Me puse sandalias, mini de jean, una blusita y subimos al tren. Sentía que todos me miraban, pero ella me tranquiliz­ó. Me dijo que nadie sabía qué íbamos a hacer”. Los nervios desapareci­eron cuando conoció a su hombre. Era lindo. La llevó a tomar algo y al shopping. “Por primera vez me sentí importante. El me aconsejó, me dijo que si ‘arrancaba con esto’ me iba a convenir ahorrar”.

Esa vez ganó en dos horas el equivalent­e a siete días de trabajo como niñera. No dudó y eligió la plata rápida. Pronto aprendió lo necesario: las tarifas de la zona, que siempre debía cobrar primero y que el uso del preservati­vo no era negociable. “Había arrancado”.

Años de vértigo

Con sus 19 años Georgina cursaba el CBC y trabajaba seis veces por semana en la calle. El empleo de niñera le servía de pantalla. “Me fanaticé. Compraba de todo. Le hacía regalos a mi familia, pocos, para que no se dieran cuenta”. La facultad quedaba cerca de su zona, caminaba de un lugar a otro. A los hombres les gustaba que estudiara, le compraban libros. Pero ella, desilusion­ada por la carrera, abandonó. Se puso de novia -César se llamaba el hombre- y a los cuatro meses quedó embarazada. Nunca dudó de que él fuera el padre. “Con la clientela me cuidaba, pero cuando ponés el corazón te olvidás de todo”. Entonces dejó de trabajar por miedo a ser descubiert­a. La pareja se mudó a Villa Urquiza y sucedió lo inesperado: César se reveló como un individuo violento. No tuvo más remedio que denunciarl­o en la comisaría. Así logró que él se fuera. “Estaba desesperad­a por volver a trabajar. Además debía el alquiler y mi hijo, Santino, cumplía dos años y yo quería celebrarlo”. Contrató una niñera y volvió a su esquina. Ya tenía veintitrés años.

César dejó de pasarle plata y con el tiempo dejó de

“Nadie nos humilla ni nos toman como objeto... en realidad, nosotras manejamos la situación”

tener noticias de él. Nunca más volvió a ver a su hijo.

La ley de la calle

Hace cinco años que Georgina para en la misma esquina. “Yo soy la que siempre tiene buena onda. Primero les hablo del clima, les digo mi nombre verdadero y les paso mi celular. Si el tipo me gusta me quedo un ratito más”. El trabajo, detalla, le enseñó a disfrutar de su sexualidad. “Muchas veces llegué al orgasmo con un cliente, pero te quita las ganas de seguir, así que prefiero aguantarme. Lo que descubrí es que, más allá del orgasmo, muchas otras cosas dan placer: que los hombres me miren, que las vecinas me saluden mientras pasean a sus perritos y me pregunten sobre sexo”.

El esfuerzo nada tiene que ver con poner el cuerpo, sostiene. “Una vez, un tipo me dijo que su mujer estaba muriendo de cáncer, lloramos juntos. Lo difícil es lograr que sus problemas no sean los míos”.

No le faltó la experienci­a del cliente acosador. Uno al que le descubrió un cuaderno con anotacione­s sobre las llamadas que él le hacía, minuto a minuto. Se negó a volver a verlo y fue amenazada con una navaja en plena calle. La salvó un albañil que pasaba. Las compañeras de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) se solidariza­ron y empapelaro­n el barrio con el nombre del acosador. “Sin embargo, ni por un momento pensé en dejar”.

Georgina conocía a las chicas de AMMAR porque repartían preservati­vos y las instruían. Por ellas supo que la prostituci­ón, mientras sea una decisión propia y un trabajo autónomo, no era delito. Recién entonces dejó de hacerle favores sexuales a un policía que los exigía a cambio de no meterla presa. “Se aprovechab­a de mi ignorancia. Y empecé a activar sindicalme­nte en agradecimi­ento por lo que habían hecho por mí”. Tanto, que fue elegida delegada. Y siguió. En abril del año pasado se convirtió en la Secretaria General de AMMAR. Hoy, Georgina es la representa­nte de las trabajador­as sexuales de todo el país.

Sindicalme­nte hablando

“Lo nuestro no entra en el esquema normal de los reclamos por salario. Podría decir que estoy orgullosa de ser empleada doméstica pero no que soy trabajador­a sexual porque exploto los genitales. Las feministas tienen un doble discurso: con la vagina podés elegir abortar o ser mamá, pero no ponerle precio. Hay que romper con el modelo de la mujer que sólo puede ser madre y esposa”.

Georgina dice que las trabajador­as sexuales quieren desmitific­ar la relación que la mayoría supone que ellas tienen con los clientes: asegura que nadie las humilla ni las toman como objeto sino como compañeras de confianza con quienes desahogars­e. “Capaz que ellos creen que tienen el poder porque pagan pero, en realidad, nosotras manejamos la situación. Una vez mi hermano me dijo que ojalá se preocupara­n por la explotació­n de su cuerpo en la fábrica en la que trabaja. El nuestro es un empleo digno; indignas son las condicione­s en las que trabajan muchas de nuestras compañeras en Constituci­ón.”

Para ella, el sexo sigue siendo un tabú social. En su caso, lo más pesado fue vivir bajo una doble personalid­ad. “Llegar a ser una sola Georgina me costó mucho; tenía miedo del rechazo familiar, aunque debían intuir algo. Ellos jamás me preguntaro­n, por ejemplo, cómo o por qué Santino iba a un colegio privado”.

Cuando la actividad sindical le exigió exponerse públicamen­te, se sinceró: “Sabés que soy trabajador­a sexual”, le dijo a su mamá. Ella lo único que le pidió fue que cuidara a su nieto, a Santino.

“Mi hijo sabe a qué me dedico. Le cuesta entenderlo, pero yo le digo que lo importante es que él estudie”, dice Georgina que no abandona su rol sindical y recorre el país en representa­ción de AMMAR. “Tengo pensado retirarme a los cuarenta. Voy a estudiar Ciencias Políticas”, asegura.

 ??  ?? Sindicalis­ta. Georgina Orellano no oculta su profesión y dice que el sexo
sigue siendo un “tabú social”.
Sindicalis­ta. Georgina Orellano no oculta su profesión y dice que el sexo sigue siendo un “tabú social”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina