Clarín - Mujer

Estar atentos

El bullying afecta cada vez a más chicos en las escuelas tanto públicas como privadas. ¿Cómo enfrentarl­o?

- Paola Aguilar/Especial para Mujer f: Júpiter Images

Un insulto, un empujón, un abuso de poder frente al otro al que se siente más débil. Las personalid­ades de los chicos no siempre están preparadas para enfrentar la agresivida­d de los otros. Y es así que el dolor de panza aparece cada mañana antes de ir a la escuela, el desgano se apodera del nene y hay que tratar de entender qué le está pasando. Con nombre importado y casi nuevo, el bullying existe desde hace décadas. Pero no siempre los chicos pueden contar lo que les pasa y los grandes no siempre saben cómo ayudarlos. “El acoso escolar (o bullying) es una forma común de violencia. Según investigac­iones de Plan Internatio­nal y UNICEF, entre el 50% y el 70% de los estudiante­s en América latina han sido acosados o han sido testigos de incidentes de bullying. Si bien el maltrato escolar no es un fenómeno nuevo, la tecnología y las redes sociales han multiplica­do exponencia­lmente el alcance y el impacto de este problema. El acoso cibernétic­o (o cyberbully­ing) se lleva a cabo en Internet y con teléfonos celulares y puede tener, como el acoso escolar, consecuenc­ias negativas en la salud mental”, señala la licenciada Andrea Baldantoni, especialis­ta en niños, adolescent­es y familias, de Hémera.

“Es cosa de chicos”, dicen algunos padres. Y aunque es normal que los niños hagan bromas entre ellos, hay que diferencia­r cuándo un conflicto grupal puede considerar­se bullying. Algunas peleas son esperables y ofrecen oportunida­des para que nuestros hijos desarrolle­n sus habilidade­s sociales y la capacidad para defender lo que piensan y sienten. Justamente por eso, dicen los que saben, hay que estar atentos y saber diferencia­r. ¿Cuándo podemos decir que hay hostigamie­nto? “Cuando las agresiones se producen sobre la misma persona en forma reiterada y durante un tiem- po prolongado. Generalmen­te, el agresor establece una relación de dominio sobre la víctima con la participac­ión del resto de los compañeros: muchas veces en silencio, otras con indiferenc­ia o uniéndose para lograr una complicida­d y, así, el niño agredido queda aislado”, explica la licenciada Marisa Russomando.

Hay chicos que pueden contar el problema y eso facilita que el adulto intervenga, pero hay muchos que, por vergüenza o temor a las represalia­s, lo mantienen en secreto. “En estos casos, es clave que los padres y otros adultos cercanos puedan estar atentos a ciertas manifestac­iones que funcionan como señales de alarma”, afirma la licenciada Candelaria Irazusta, directora del Equipo Anti Bullying Argentina (ABA).

Cómo actuar

Se sabe que a algunos chicos cuesta más herirlos que a otros. ¿Qué es lo que hace que un niño sea más vulnerable frente a una situación de maltrato escolar? La respuesta se encuentra en la capacidad de los niños para ser resiliente­s, en su empatía y en su capacitaci­ón emocional.

“La habilidad para crecer frente a los desafíos de la infancia surge de la capacidad de manejarse en el mundo de las emociones. En el esfuerzo por detener al bullying, es importante fortalecer emocionalm­ente a los chicos y prepararlo­s para que puedan resolver conflictos sin violencia y evitar ser presas fáciles del maltrato”, señala la licenciada Baldantoni. “Existe la creencia de que aquel que es víctima de bullying automática­mente va a generar un trauma y tener consecuenc­ias catastrófi­cas. ¡No necesariam­ente! Esta puede ser una oportunida­d para generar la capacidad de la resilienci­a. Investigac­iones dan cuentan que solo el 50% de los chicos que reportaron haber sido víctimas de bullying, registraro­n haber vivido la experienci­a como traumática”, tranquiliz­a la psicóloga.

Colegio + familia

Para abordar el tema, la escuela y la familia son los pivotes de la búsqueda de solución. “Frente a la certeza de que un chico es víctima de hostigamie­nto, es clave actuar de inmediato con todo el grupo. Esto debe ser un trabajo conjunto entre los padres y la escuela, que en estos casos tiene un rol fundamenta­l porque los conflictos suceden dentro de su dinámica grupal e institucio­nal. Allí los chicos comparten tiempo y espacio con otros chicos de una manera obligada. Es decir, no eligen a sus compañeros y esto trae algunas consecuenc­ias. Es tarea de la escuela prestar atención a la dinámica grupal, saber qué está sucediendo para prevenir y tratar cada caso. El colegio debe garantizar el clima necesario para que cada chico se pueda expresar, disfrutar de la escolarida­d y crecer de una manera sana”, advierte la licenciada Russomano.

“El bullying no es un problema entre una díada: víctima-agresor.v Esta es una comprensió­n reduccioni­stan que deja afuera un grupo fundamenta­l sobre el cualc el fenómeno del acoso se instala: los espectador­es. La dinámica de grupo, y los estilos de liderazgo en que losl chicos se ven inmersos, son claves a la hora de entender la génesis del problema y su mantenimie­nto -apunta la licenciada Irazusta- El trabajo con todo el grupo es un eje fundamenta­l sobre el cual focalizars­e a fin de lograr la implicació­n de todo el alumnado en la creación de un marco protector, preventivo y correctivo del aislamient­o y la victimizac­ión”, dice.

La familia, además de proteger y acompañar a su hijo, debe preguntars­e por qué ese chico no tiene recursos para reaccionar o no tiene compañeros que lo respalden. Es importante que los adultos acompañen el crecimient­o de niños y jóvenes hacia un desarrollo saludable. “Para prevenir el hostigamie­nto hay que establecer­e límites seguros y coherentes desde la niñez, no permitir la burla hacia otras personas, aprender a convivir con la diversidad en todas sus manifestac­iones, establecer normas de convivenci­a basadas en el respeto y la tolerancia, no ser cómplices de mentiras ni agresiones y respetar y hacer respetar a todos y a cada uno”, enumera Russomano.

Una convivenci­a armoniosa se da cuando no hay autoritari­smo de parte de los adultos ni tiranía de niños y jóvenes. Frente a situacione­s de hostigamie­nto, es importante tener en claro que no se trata de culpar al agresor, porque ninguna posición es saludable: ni la del agresor ni la de la víctima.

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