Clarín - Mujer

Los puntos fijos

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“Soñaba, decía, con un gigantesco registro donde quedasen apuntados los nombres de los clientes de todos los cafés de París en los últimos cien años, con mención de sus sucesivas llegadas y partidas.(...). En ese fluir ininterrum­pido de mujeres, de hombres, de niños y de perros, que pasan y acaban por desvanecer­se calle adelante, nos gustaría quedarnos de vez en cuando con una cara (...) en el maelstrom de las grandes urbes era necesario hallar unos cuantos ‘puntos fijos’”. La idea que desliza Patrick Modiano en El café de la juventud perdida entraña una rara y sugestiva belleza. Podría sonar apenas como una pretensión absurda y sin demasiado sentido. Sin embargo, hay algo de nostálgica y suave desesperac­ión en esa imperiosa necesidad de aferrarse a algo humano en el vértigo cotidiano en que suele sumergirse la vida. Más adelante, se interroga: “¿Creía en serio que un nombre y una dirección bastarían, andando el tiempo, para recuperar el hilo de una vida?”. Todo un desafío la pregunta. Haciendo memoria, podemos ver pasar, como en un desfile, una caravana de seres más o menos anónimos, los “puntos fijos” que fueron jalonando nuestro camino, muchas veces no más que un rostro, alguien que susurraba un “buen día” a nuestro paso, el encargado que nos franqueaba la entrada, aquel mozo diligente que se apuraba con el café tan pronto nos veía llegar ... Testigos mudos e involuntar­ios, todos ellos, de un momento de nuestra vida en que, sin saberlo entonces, nos íbamos preparando para lo que más tarde seríamos. Misteriosa­s, invisibles, y -por alguna razón inescrutab­le-, necesarias anclas, que levamos o echamos según azote el vendaval del tiempo, es bueno, de vez en cuando, revisitarl­os.

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Silvia Fesquet EDITORA JEFA DE CLARIN sfesquet@clarin.com

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