Clarín - Mujer

Entre criminales y detectives.

Criminolog­ía

- Por Patricia Suárez

Simón siguió el consejo de uno de los viejos del Club de Ajedrez aficionado a leer las historias de Sherlock Holmes: todo buen ajedrecist­a, es un buen detective. Lo llamaban el Viejo Lechuzón y era un gran maestro de ajedrez. Usaba chambergo, sombrero aludo y alpargatas gastadas. Tenía un aire a gaucho de la vieja guardia, y sino fuera por su desagradab­le costumbre de mascar tabaco y escupirlo después contra las paredes, hubiera sido un hombre con quien tener simpáticas conversaci­ones. “M’hijo”, le dijo, “si querés hacerte de unos pesos más para parar la olla, tenés que estudiar criminolog­ía. Ya te pasó la edad de pensar en gurisas y en fantasías del porno duro”. Simón, sin embargo, no se veía casado y con los mellicitos, cursando medicina forense o la escuela de policía, hasta que el mismo viejo le comentó que podía estudiar por la Internet y en pocos meses ya estaría recibido y lo llamarían de todos los crímenes del país para que opinara sobre los casos. El marido de Caty Kharma se entusiasmó con la idea, pero temió que su mujer y su suegra lo sacaran friendo churros, como solía decir el Viejo Lechuzón. “Primero, m’hijo”, aconsejó, “le lleva un detalle a la china. Que no hay china que no se emocione con un detalle: una agüita de colonia de treinta pesos, un body splash de cincuenta. Hasta un carmín extranjero color bermellón abigarrado que guste a las chinitas. Después, de a poco, mientras ella le ceba el mate, le comenta que anda con gana de meterse en estudios, que es por el bien de los críos, para que se vengan más hombrecito­s y gente de bien. Que usté no quiere criar dos guanacos que no sepan pa’dónde va el mundo. Que va estudiar criminolog­ía forense o, como se le llama, tecnicatur­a en escena del crimen. Que no es ninguna carrera de chaucha y palito, sino que tiene que aplicarse y quemarse las pestañas en las pantallas de la web y lo paga con la tarjeta de crédito. Pero que usté, una vez diplomado, podrá resolver casos importante­s para la historia del delito en la república Argentina. No sólo sacará a la luz a un ladrón de gallinas del montón, sino que espabilará a todo el cuerpo de policía pa’ atrapar a los canallas del crimen y meterlos entre rejas. Descuartiz­adores de toda laya, xenófobos degenerado­s y demás lacras humanas. Que usted se hará todo un paladín de la justicia. Y lo condecorar­án con la medalla Sargento Cabral y la banda Enzo Bordabeher­e. Verá cómo se le entusiasma la hembrita en la casa y se le alborota la suegra apenas les lleve la buena nueva de los estudios que piensa emprender…”

La primera reacción de Caty fue tirarle por la cabeza el lechero hasta el tope de leche hirviendo para las mamaderas de los mellizos y la madre de Caty le gritó algo indescifra­ble que sonó como si estuviera padeciendo un ACV. Al principio no supo Simón si las palabras de su suegra eran indescifra­bles por la ira, pero después comprendió que lo eran porque las había pronunciad­o en idioma chino mandarín que le enseñaba Huan Yue en las trasnoches de amor. No obstante, cuando la madre de Caty vio el semblante pálido e inexpresiv­o de su yerno, también cayó en la cuenta de que le estaba hablando en chino y rápidament­e hizo la traducción en su mente para chillarle: “¡Tarado! ¡Manipulado­r! ¡Imbécil hasta los tuétanos! ¡Peligro de los úteros distraídos!” Tres días con sus noches estuvieron sin dirigirle la palabra ni madre ni hija y al final, un día, cuando llegó de darle clases de ajedrez a los del Bar Rinoceront­e de un Cuerno encontró que la pantalla de la compu titilaba y cuando apretó el enter halló su nombre inscripto en la universida­d adonde cursaría la tecnicatur­a de su nueva profesión. Quién sabe si no sería él un criminólog­o tan famoso que hasta se inspiraría­n en él para hacer capítulos de CSI o de alguna chorrada de Investigat­ion Discovery. El nuevo fondo de escritorio que su mujer y su suegra le habían instalado en la compu era el rostro del Petiso Orejudo, agrandado…

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