Clarín - Mujer

Borra del café A

- Por Patricia Suárez

veces en una pareja, los momentos de pasión renacen. Es lo que les sucedió a Caty Kharma y Simón un fin de semana que la madre y Huan Yue se hicieron cargo de los mellizos. Ojo, que Caty no era ninguna caída del catre y los momentos de pasión no la iban a agarrar tan distraída como para no atiborrars­e al punto de la intoxicaci­ón de los anticoncep­tivos suficiente­s para no quedar embarazada otra vez de mellizos ni nada por el estilo.

Aquel sábado por la noche, Simón llevó a Caty a cenar a un restaurant­e árabe. A decir verdad, Simón tenía algunas confusione­s respecto de las comidas étnicas y la geografía correspond­iente. Le dijo que la llevaba a comer judía sefardí al restaurant­e Yamilet, cuyos dueños venían, en realidad, del Emirato de Qatar. En ningún lugar, insistió él, preparaban mejor las hojas de parra ni las fatay. En un rincón junto a una lámpara de pie, había una señora con mirada inquisitiv­a de halcón que no les perdió pisada ni a Caty ni a Simón y cuando sonrió de soslayo, dejó ver un canino forrado de oro. La señora se servía café de una cafeterita de cobre y bebía con parsimonia. Luego de cenar opíparamen­te, el camarero con un cartelito en la casaca en el que se podía leer su nombre (Servando Paso) les indicó que dado lo gastado en la comida, tenían derecho a una lectura del café gratis con la señora armenia, Araxis, allá sentada. El matrimonio se miró: ¿justo ahora que estaban por concurrir a un hotel alojamient­o de esos temáticos, que habían reservado la habitación egipcia, iban a conocer su futuro? ¿Y si la tal Araxis les decía algo de mala suerte? Simón juntó coraje: de última a él le convenía hacerse leer la borra del café, así bebía de un envión ese café negro que destilaba la cafeterita y no se quedaba dormido a la hora de hacer el amor con su señora y madre de sus hijos. Caty asintió –aunque ella se moría de ganas de ir y asediar a la señora con una pregunta torturante para su alma: ¿iba Caty Kharma a adelgazar alguna vez hasta el peso que el Dr Cormillot considera posible?, se contuvo. Simón bebió un largo trago de vino syrah y acudió a la lectura del porvenir.

La señora se pasó la lengua por los labios: “Venga, joven. Venga, lindo. Vos tenés un gran camino, lleno de éxitos por delante”, susurró. Apenas Simón apoyó el trasero en la silla, la señora armenia bajó la voz aun más y agregó: “Un porvenir lleno de dicha pero no con esa harpía que tienes a tu lado. Esa mujer a tu lado tiene las uñas como garras y los dientes como colmillos de tigra. Te hará sudar hasta morir y dejarás tu último aliento en el borde de su enagua amarilla.” A Simón le falló la voz: “¿¿Caty?? ¿Caty una mala mujer?” preguntó. “Tú la llamas Caty, pero otros más iluminados la llamarían el Demonio. Debes separarte de ella, muchacho lindo. Debes emprender una vida nueva y no plantar tu simiente en ese cuerpo roído por el mal…” Simón carraspeó: “Justo ahora nos íbamos a ir a un motel de la ruta, una habitación que emula el Antiguo Egipto, nos regalan una diadema estilo Cleopatra y una robe de chambre estilo Faraón que…” “¡Nada de eso!”, gritó la lectora de la borra, “¡aquí veo una calavera, veo una serpiente, veo una manada de almas que sube directo del Seol para vérselas contigo…!” Simón estuvo a punto de desmayarse y devolver ahí mismo los catorce platitos degustació­n de comida árabe que le habían pateado profundo el hígado. Se despidió de la señora armenia tan pronto como pudo y tanteando su bolsillo posterior del jean, a sabiendas de que no llevaba profilácti­cos para el uso conyugal, convenció a Caty de ir juntos y como pareja a una de las timbas en el Rinoceront­e de Un Solo Cuerno donde, los sábados a la noche, se especializ­aba en tute y tute cabrero, ella podía elegir…

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