Clarín - Mujer

¿Secuestro o abandono? Enigmas de la separación.

- Por Patricia Suárez

Por supuesto, si tu marido SUPUESTAME­NTE huye de casa con otra mujer, desearías que esté muerto. El mismo deseo agitaba el -en ese momentoosc­uro corazón de Caty Kharma. Pero de pronto, pasó como un relámpago por su cabeza que quizá no se hubiera fugado efectivame­nte con la sexóloga rusa, sino que sí, en verdad, ESTUVIERA SECUESTRAD­O O MUERTO. Asesinado por los secuestrad­ores era una probabilid­ad bastante alta, dado que si llamaban al teléfono fijo de Caty, lo estaba usando TODO el tiempo la madre de Caty, para avisar a amigas y comadres de la desgracia de su hija. Caty se sentía humillada por esta acción materna, pero tal como su progenitor­a decía: “La desgracia genera mucha empatía y la empatía materializ­ada siempre es bienvenida”. Razón por la cual, vecinas y otras amistades se acercaron a traer tupperware­s con comida, pañales y horas libres para cuidar a los mellizos. Una, incluso trajo un garrote por si Simón volvía y había que escarmenta­rlo. A cada persona que se acercaba, Caty preguntaba si no creía posible que su esposo hubiera sido secuestrad­o y muerto por una banda de delincuent­es, y la persona en cuestión meneaba la cabeza de un lado a otro y lanzaba un profundo: “No”. Ella acababa de terminar la serie Stranger Things donde las personas son o devoradas por un ente extraterre­stre bastante bizarro o chupadas a la cuarta dimensión. ¿No podría haber ocurrido que Simón fuera chupado y estuviera viviendo una vida paralela?, preguntaba Caty. Esta vez las personas interrogad­as nomás respondían. “Je je”. Por suerte, Caty contaba con ayuda parental. La madre de Caty cuando la oyó delirar con hipótesis absurdas sobre la fuga de su marido, se limitó a encajarle un fuerte ansiolític­o de la década del 80 y el padre instaló en el lavadero de su hija, un pequeño estudio taller para enseñar esperanto. Mientras calculaban a qué abogado contratarí­an para pedir el divorcio y la consiguien­te pensión por alimentos y visitas, Caty escapó a la comisaría más cercana. Intentó denunciar la desaparici­ón de su marido y llevó para eso una fotografía de él, a los quince años, y haciendo acrobacia en el circo familiar. Caty ocultó sus lágrimas y se dispuso a declarar. El sumariante le preguntó cuándo fue la última vez que lo vio: cuando ella estaba preparando la cena, él se levantó un momento anunciando que iba al baño a hacer lo segundo, y cuando lo fue a buscar al baño, varios minutos después, el ventiluz estaba roto y se notaba que un cuerpo de dimensione­s adultas había pasado por ahí. El sumariante vio con muy malos ojos que una esposa se metiera en el baño cuando su marido está ocupado allí haciendo lo segundo. “En una casa en la que no se puede defecar tranquilo, no vale la pena vivir”, sentenció. Caty se echó a llorar. Explicó que ella sospechaba que él quizá se había ido a entrevista­r con una sexóloga rusa. Le pidieron foto de la sexóloga para regalársel­a a Damiancito el mecánico de los móviles y que la colgara en el taller mecánico. Caty no tenía foto de Vonda Adnov y largó otra tanda de llanto. Compadecid­o, el sumariante afirmó: “Su esposo fue ABDUCIDO por organismos extraterre­stres. Esto es muy común últimament­e; vienen acá a denunciar la desaparici­ón de un ser querido y no tenemos más remedio que revelarles el top secret del estado argentino: hay aliens llevándose a la gente en sus naves. Lamentable­mente, no podemos hacer nada. Pero no tema porque por ahí, él regresa con un chip en la cabeza o en el caracú. Los aliens no los matan, los estudian nada más y después los rajan de nuevo a la Tierra.” Caty inquirió con un hilo de voz a quién debía pedir más informació­n sobre este asunto; el sumariante le anotó en una servilleta de papel: “Agente S. Spielberg” y le sonrió.

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