Clarín - Mujer

A la caza del deseo

- Silvia Fesquet EDITORA JEFA DE CLARIN sfesquet@clarin.com

Es válido para cualquier emprendimi­ento que se quiera acometer, ya sea de índole personal o colectiva; dentro del ámbito privado o del social, vinculado con una carrera, la profesión, el trabajo, el estudio, o la más cerrada intimidad. Su campo de aplicación es, lisa y llanamente, la vida. Y está, o debería hacerlo, en la base de todas las decisiones y elecciones. ¿De qué hablamos? De su majestad el deseo. Puede sonar casi obvio, o de Perogrullo, decir que sobre él, a partir de él, deberían fundarse todas y cada una de las elecciones que vayamos tomando a lo largo de nuestra existencia, independie­ntemente de cuánto dure la misma. Sorprender­ía saber, sin embargo, en cuántas de todas las instancias que jalonan una vida no estuvo presente de manera genuina, real, sincera y plena el deseo. Corrijo: el deseo propio, el auténticam­ente nuestro. Ese que brota de las entrañas y no de una planilla de cálculo literal o metafórica -para el caso da lo mismo-, producto muchas veces de una compleja urdimbre de intereses, convenienc­ias, necesidade­s ajenas, secretos familiares prolijamen­te solapados bajo un nunca pronunciad­o ‘de eso no se habla’ pero que de modo sutil se van haciendo carne y terminan por impregnar nuestra conciencia. Una mezcla explosiva frecuentem­ente salpicada de miedos y temores varios no identifica­dos la mayoría de las veces, culpa acumulada de manera inconscien­te, presiones más o menos manifiesta­s, atavismos y tabúes sociales o culturales... Si decidimos mirar encontrare­mos, debajo de todas esas invisibles capas de induccione­s un deseo, el nuestro, esperando ser descubiert­o. Y no habría que olvidar entonces lo que decía André Maurois: todo deseo estancado es un veneno.

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