Clarín - Revista Rural

UN CONTRATIST­A, ESPEJO DEL SECTOR

Desde Rufino, Federico Arlía lleva sus máquinas todos los años hasta Salta y hasta Coronel Suarez para cosechar alrededor de 11.000 hectáreas, y además produce lo suyo.

- Dante García clarinrura­l@clarin.com

La historia del santafesin­o Federico Arlía refleja la evolución de la producción agropecuar­ia.

Federico Arlía cosecha con sus equipos alrededor de 11.000 hectáreas al año. Trabaja la gruesa en los alrededore­s de Rufino -dónde vive-, y luego se va al norte –Chaco o Salta-. Y para la fina se mueve hacie el sur, hasta Carhué o Coronel Suarez, que siguen haciendo trigo porque la soja no tiene éxito.

La historia de Arlía como prestador de servicios agrícolas se remonta a los tiempos de la siembra convencion­al, donde arados, rastras y escardillo­s surcaban los campos dando vuelta el suelo para preparar la cama de siembra y luego sembrar la semilla. A principios de los años 90, el rufinense comenzó a trabajar con una humilde sembradora y encontró oportunida­des en los grandes pooles de siembra. A los pocos años ya sembraba 10.000 hectáreas. “Llegué a tener cinco sembradora­s -tres Bertini y dos Crucianell­i- y rastras de discos de 90 platos con los que podía trabajar hasta 20.000 hectáreas” comenta Arlía.

Ya para 1994 la siembra directa entraba con fuerza en los planteos agrícolas argentinos. Y este nuevo modo de producir, sin roturar el suelo, quitaba los trabajos de labranza de la escena. “Con la llegada de la siembra directa me tuve que focalizar en otro rubro: la cosecha. Esto fue inevitable y de hecho lo hice bastante a tiempo, ya que pude ir vendiendo los equipos de labranza cuando todavía tenían valor. Fui oportuno, cuando vi que con la rastra de 90 platos pase de hacer 30.000 hectáreas una campaña a hacer cero la siguiente la cambié por una tolva autodescar­gable, que en ese momento valía menos en valor de lista, pero a los cuatro años los implemento­s de labranza ni cotizaban y quedaron obsoletos” relata el contratist­a.

Para pasar al rubro de cosecha había que dar un salto importante, y el hombre se tuvo que asociar con dos personas, sembradore­s colegas que trabajaban juntos, para que las tres carpetas juntas pudieran obtener el crédito necesario y hacerse de una cosechador­a. “En el ’97 conseguimo­s un crédito del Banco Boston y pudimos comprar la primer máquina, una Case. Ya al año siguiente, gracias a un buen trabajo, compramos una segunda Case. Nos fuimos al norte e hicimos muy buena campaña porque no había tantas axiales en el mercado y estas trillaban muy bien el poroto, también la soja. Ya con capital, nos separamos los socios y yo me quedé con una máquina. Todo funcio- nó muy bien para arrancar” explica Arlía, quién luego pasó por las New Holland y finalmente terminó con John Deere: para el 2007 su equipo se conformaba por tres de las verdes. Hace unos años se deshizo de una por una cuestión de ajuste y reacomodam­iento, compró algo de campo para diversific­ar.

Arlía es un contratist­a de punta y está siempre equipado con lo último en tecnología. Fue pionero en el uso del draper en la Argentina. Hoy tiene las dos cosechador­as equipadas con plataforma de lona, pero allá por el 2008 ya había testeado el cabezal. “En aquella época MacDon quería entrar al país con los Draper y por medio de un amigo que tenía un contacto en Canadá, me dieron uno para que lo probara. La verdad es que las ventajas de su uso son contundent­es: mayor productivi­dad a menor uso de combustibl­e, no se atora ni genera pérdidas cuando el cultivo es voluminoso. Trabajando a la par de una máquina con cabezal de sinfín yo obtengo entre 100 y 120 kilos más por hectárea de soja” señala Arlía.

El contratist­a se resigna cuando ve que toda la inversión que hace en sus equipos y mejora en las prestacion­es no se ven reflejadas en las tarifas. La última campaña se pagó cerca de 400 pesos/ha en siembra y cerca de 700 para cosecha, bajísimos para los costos actuales. Señala que el productor piensa con la plata arriba de la mesa y es muy complicado que vea los kilos que no ganó en el campo. “Los granos que quedan en el piso son guita y yo hago mucho esfuerzo por explicarle­s esto, cosa que no debería ser así. La clave de hoy en día es mantener al cliente, y para eso hay que tener una cintura bár-

COMENZO EN LOS 90 CON SEMBRADORA­S CONVENCION­ALES, Y CON LA LLEGADA DE LA DIRECTA PUSO EL FOCO EN LA COSECHA

bara. Yo he perdido clientes por una cuestión de precio, aparece alguno que le cobra menos con equipos inferiores. Nosotros terminamos el lote, entregamos los mapas, ven que la máquina no pierde y quedan muy conformes, pero al año siguiente por ahí te dicen: no te puedo pagar”, explica el contratist­a. Ve su presente como una apuesta a un futuro prometedor y sabe que el que adopte tecnología en algún momento hará la diferencia. Según él, mucha competenci­a quedará en el camino en 3 o 4 años porque sus equipos irán quedando obsoletos, y para ese momento él tiene que estar preparado y bien equipado.

Un grave problema que ve hoy en día es la falta de rotación que se hace de los cultivos. En el norte, como el maíz no es rentable pasaron de hacer 50% soja y 50% de maíz a hacer 80% de soja. Y eso complica muchísimo al contratist­a porque existe una gran demanda de trabajo en un período muy acotado. “El apuro es soja, y terminan cosechando cuatro máquinas porque son lotes grandes en vez de poder hacer con las dos mías los dos cultivos en diferente época. Acá por mi zona el trabajo está quedan- do circunscri­pto a abril. Esto es insostenib­le, es imposible adaptarse a algo así porque la figura del contratist­a dejaría de existir como tal, el productor está necesitand­o muchas máquinas en poco tiempo, y un contratist­a con muchas máquinas para sacarlas un mes por año no existe” apunta Arlía.

El empresario ve como única esperanza el cambio de gobierno y de políticas. Destaca que la renta actual es prácticame­nte negativa y que si no fuera porque la última cosecha fue excepciona­l muchos estarían quebrados. “Las retencione­s y los ROEs no van más. ¡Los americanos subsidian! En este país es todo tan diferente, el gobierno aquí aprovecha la renta del productor para tapar los agujeros de la mala administra­ción. El negocio es muy raro hoy, los cereales tienen que volver porque hasta la soja se hará inviable, con el monocultiv­o se degrada la materia orgánica, aparecen malezas resistente­s, todo en contra de la sustentabi­lidad. Hay que mirar con faros largos y todos podemos ganar” concluye. El contratist­a mantiene sus márgenes porque es productor al mismo tiempo. Siembra entre 800 y 900 hectáreas, entre campo propio y alquilado. Cuenta que así hace la diferencia y ve complicado al que es solo contratist­a, ya que hay una sobreofert­a de cosecha y no pueden competir. “Poder sembrar a bajo costo por tener las máquinas es lo que hace que mi número cierre. A modo de ejemplo, si un contratist­a trabaja 5.000 hectáreas o 5.500, su margen no va a cambiar en nada, pero si esas 500 son propias sí y mucho, ya que le miente al número que le cuesta producir. Esa es mi lógica y así pude crecer durante estos años. Yo este año hice 1.500 hectáreas menos que el pasado en el norte por una cuestión climática y mi negocio no cambió”, apunta Arlía.

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VERDOLAGA. FEDERICO ARLIA CON UNO DE SUS FIERROS, EN UNA PAUSA DE LA COSECHA.
 ??  ?? TRILLA. CON CABEZAL DRAPER LEVANTA 120 KILOS DE SOJA MAS POR HECTAREA.
TRILLA. CON CABEZAL DRAPER LEVANTA 120 KILOS DE SOJA MAS POR HECTAREA.
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 ??  ?? A PLENO. EL EQUIPO DE ARLIA CON LAS MAQUINAS. ADVIRTIO QUE LA FALTA DE ROTACIONES ES UN PROBLEMA SERIO.
A PLENO. EL EQUIPO DE ARLIA CON LAS MAQUINAS. ADVIRTIO QUE LA FALTA DE ROTACIONES ES UN PROBLEMA SERIO.

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