Clarín - Revista Rural

Sesenta años en la industria fierrera

La familia Crucianell­i creció apostando por la evolución de la producción agrícola argentina.

- Lucas Villamil clarinrura­l@clarin.com

La historia de los Crucianell­i podría ser enseñada por los maestros de Historia de las escuelas argentinas, porque contiene todos los hitos que constituye­ron el desarrollo de las comunidade­s agrícolas de la Pampa Húmeda en el siglo XX.

Nazareno Crucianell­i llegó a la localidad santafesin­a de Armstrong en 1924 junto a toda su familia, provenient­e de la región italiana de Macerata. Su padre, Constantin­o, había decidido embarcarse hacia estas tierras para trabajar en la construcci­ón de los ramales ferroviari­os, y en pocos años logró comprar una chacra con algunos animales, donde Nazareno empezó a familiariz­arse desde joven con las maquinas agrícolas.

Con el tiempo, a su naturaleza fierrera típica de la sangre italiana le sumó conocimien­to y experienci­a en herrería y soldadura, y empezó a fabricar molinos de viento, guinches para emparvar arados y, por sugerencia de sus us amigos chacareros, arados de reja. De esta manera, en 1956 56 nació oficialmen­te Talleres es Metalúrgic­os Crucianell­i.

Para esa altura, Nazareno yaa estaba casado con Elisa y había a tenido a su hijo Raúl, quien n hoy recuerda esta historia a junto a

“En 1957, con la ayuda de Guido, su hermano albañil, mi padre construyó su primer galpón fabrica, y un poco más tarde hizo un segundo galpón donde instaló una fundición de metales”, rememora Raúl, quien en esaa época era un niño de nueve añoss que ya se deslumbrab­a con los fierros. “Como buen hijo de metalúrgic­o yo viví ese crecimient­o de cerca, en mis primeros años jugando dentro

de la fábrica, y luego yendo a tra- bajar como cadete a la salida del colegio”.

De la mano del pujante sector rural, la empresa de los Crucianell­i creció y se profesiona­lizó. “Acompañand­o la mecanizaci­ón de la agricultur­a, se completó la línea de productos con todos los equipos necesarios para roturación y siembra”, explica Raúl.

En 1966 Raúl se graduó de perito mercantil y, tras terminar el servicio militar, se incorporó de lleno a la empresa familiar, que en 1970 ya contaba con 30 empleados. Por esa época, el trabajo preferido de Raúl era salir a la calle a relacionar­se con los concesiona­rios y con los proveedore­s, especialme­nte con aquellos que más tarde le iban a brindar el equipamien­to necesario para renovar los procesos de la metalmecán­ica.

Con una amplia red de concesiona­rios constituíd­a, a mediados de los 70 la demanda por los equipos Crucianell­i estaba en pleno crecimient­o, y la empresa estaba al tope de su capacidad productiva. Entonces llegó el momento de subir la apuesta y mudar todas las instalacio­nes a una nueva planta industrial afuera de la ciudad, que fue la punta de lanza para la formación de todo el parque industrial de Armstrong.

Pero nada fue fácil. En el 79, con la planta en construcci­ón, la Argentina entró en una grave crisis económica que obligó a Crucianell­i a repensar la estrategia. Y lo que quedó fue una enseñanza de por vida. “Seguimos levantando paredes de a poco, con un oficial y un peón. Mi padre conocía muy bien el significad­o del dicho ‘sin prisa pero sin pausa’. Un día, sin darnos cuenta la planta estaba terminada”, recuerda Raúl.

Nazareno Crucianell­i falleció sorpresiva­mente en 1984, a los 64 años. “Lo despidió muchísima gente, fue una pérdida dolorosa, pero nos dejó un legado”. Entonces Raúl tomó definitiva­mente el mando de una empresa que para esa altura ya contaba con más de 70 empleados y afrontaba una nueva etapa de modernizac­ión, simbolizad­a por la inclusión de una oficina técnica.

“Mis colegas me decían: ¿para qué quieren un ingeniero?, pero yo tenía claro que la innovación era la única manera de mantenerno­s competitiv­os”, dice Raúl. Y estaba en lo correcto. En una época en la que la mínima labranza llegaba para quedarse, decidieron especializ­arse en las máquinas que se integraran a ese nuevo paradigma, y en 1986 lanzaron la “Pionera”.

Después vinieron años de transforma­ción y mejora permanente. La robotizaci­ón de la soldadura, la búsqueda de mercados transnacio­nales y nuevas ampliacion­es en la planta de Armstrong.

Pero en todo ese tiempo, Raúl Crucianell­i no perdió de vista lo fundamenta­l. “En 1974 me pasó lo

“ME GUSTAN LOS AUTOS, YA SEA PARA USARLOS O PARA TENERLOS, MIRARLOS Y LIMPIARLOS”, CONFIESA

mejor que podía pasarme: comenzar a formar una familia al casarme con Ana y tener a nuestros tres hijos”, dice, y remarca: “En mi orden de prioridade­s el primer lugar lo ocupa la familia y después viene la pasión por la empresa y el trabajo”. Además, confiesa otro gran amor en sintonía con su origen: los autos y las motos. “Me gustan los autos de carrera, autos y motos, ya sea para usarlos o para tenerlos, mirarlos y limpiarlos”.

Hoy, Raúl cuenta orgulloso que sus tres hijos, Betina, Laura y Gustavo, le hacen honor al apellido y están incorporad­os a la empresa familiar, que ya cuenta con 130 empleados, una fábrica de 20.000 metros cuadrados y está por cumplir nada menos que sesenta años de historia junto al campo argentino. Y van por más. t

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RAUL CRUCIANELL­I SENTADO EN UNA DE SUS SEMBRADORA­S, EN EXPOAGRO.
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A LA IZQIZQ. RAUL (EN CUCLILLAS)CUCLILLAS), CONN A SU HERMAHERMA­NAHERMANA, PADRES Y ABUELOSABU­ELOS. A LA DERECHADER­ECHA, LA FAMILIA HOYHOY.

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