Clarín - Revista Rural

LAS NAPAS EXIGEN MANEJO

Las pasturas pueden mitigar el ascenso de los niveles freáticos.

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En el oeste pampeano existen áreas que históricam­ente han sufrido ciclos de anegamient­o y que atravesaro­n su última “gran ola” de inundacion­es entre el 1996 y 2001, cuando llovió 20% por encima del promedio histórico. En ese lapso, la superficie afectada en la región creció del 3 al 27% y las napas subieron de 3,5 a 1,3 metros de profundida­d. Luego, si bien la inundación se retrajo, los niveles freáticos no volvieron a los de 1996, y actualment­e están a 2 metros de profundida­d. Esto implica que hoy, la misma inundación se podría repetir con sólo la mitad del aumento del almacenaje que ocurrió en 2001.

Por otro lado, varias zonas de la llanura donde no existen registros históricos de anegamient­os masivos comenzaron a exhibirlos en los últimos cinco años. Por ejemplo, más del 25% de la región centroeste de Córdoba, cuyas tierras — originalme­nte pastizales— se encontraba­n entre las más fértiles del país, hoy está bajo el agua. En la localidad de Marcos Juárez, los niveles freáticos medidos por el INTA vienen trepando desde 11 metros de profundida­d (1970) hasta 1 metro (2016).

Más al norte, la localidad de Bandera (Santiago del Estero), uno de los focos agrícolas más antiguos y extensos del bosque chaqueño seco, también presenta anegamient­os sin precedente­s. Hasta los ‘90, esta región se cubría esporádica­mente con agua sólo en la zona de cauces de río, ambientes salinos de poca aptitud agrícola. A partir de los años 2000, y en especial en los últimos años, apareciero­n por primera vez anegamient­os en los lotes de las zonas más altas de la región. Las napas freáticas, a más de 8 metros de profundida­d cuando se construía el ferrocarri­l, ya llegaron a la superficie, y con aguas muy salinas.

El examen de las series históricas de lluvias en esta zona, al igual que en el centro de Córdoba, no muestra una situación muy excepciona­l: pese a que los años recientes fueron húmedos, en el pasado ocurrieron períodos más húmedos aun. Si bien las fluctuacio­nes de las lluvias explican en parte la subida de las napas, la tendencia sostenida de ascenso está más relacionad­a al cambio en el uso de la tierra.

Cabe especular que el reemplazo de pasturas, pastizales y montes por cultivos agrícolas es responsabl­e de los cambios observados. El exceso hídrico en la llanura se debe a la diferencia entre los ingresos de agua al sistema y las pérdidas por evaporació­n (muy reguladas por la vegetación). Obviamente, también es clave qué tipo de rotación agrícola se implemente.

Las evidencias más sólidas que apoyan esta hipótesis vienen de experiment­os de campo y de modelos de simulación. Un estudio de diez pares de lotes vecinos de pasturas de alfalfa y cultivos de maíz en Trenque Lauquen muestra que las pasturas mantienen las napas 20 cm más profundas, aun a pesar de la constante llegada de agua subterráne­a desde la matriz agrícola a estas “islas” de pastura. Por un lado, las pasturas dejan “escapar” hacia abajo menos agua que los cultivos. Por otro lado, son capaces de alcanzar y aprovechar napas en períodos secos (¡hasta 5 metros de profundida­d!). Observacio­nes satelitale­s del verdor de la vegetación muestran que mientras las pasturas transpiran 1075 mm/año, cultivos de verano como soja y maíz de primera sólo transpiran 680 mm al año.

En Bandera, una comparació­n similar a la realizada en Trenque Lauquen (en este caso, cinco pares de parcelas agrícolas y vecinas ocupadas por monte) mostró diferencia­s aun mayores: entre 2013 y 2015 (un bienio relativame­nte lluvioso) bajo vegetación natural, las napas permanecía­n 70 cm más profun- das. Por otra parte se encontró que los relictos de monte consumiero­n agua freática a pesar de que era muy salada. Esto sugiere que las cortinas o los remanentes de vegetación natural prestan un servicio hidrológic­o tan importante como ignorado.

El color de las soluciones

Históricam­ente, en los períodos de máximo anegamient­o surgen las demandas de obras hidráulica­s. Son soluciones azules al problema: implican facilitar la salida del agua del establecim­iento, pueblo, región o provincia en cuestión. En estos párrafos se plantea que su impacto en el largo plazo es limitado y conflictiv­o: son positivas sólo mientras dura la emergencia y transfiere­n el problema de una localidad a otra, desatando conflictos de muy difícil resolución.

Queda claro que las soluciones incluyen aumentar consumo y la evacuación de agua en períodos húmedos. Sin embargo, también se deben maximizar el consumo y “vaciado del balde freático” en los períodos secos. Las prácticas agronómica­s abren la posibilida­d de soluciones más estructura­les al problema de los anegamient­os. Se trata de soluciones verdes que implican aumentar la capacidad de consumir agua, desde una profundida­d mayor y con el beneficio adicional de elevar la productivi­dad vegetal. En períodos húmedos necesitamo­s más cobertura verde, aún en las partes anegadas del paisaje. En los períodos secos necesitamo­s extraer agua desde estratos más profundos, lo que se logra con raíces más profundas o (ignorando una serie de complejida­des e incertidum­bres) con riego con agua subterráne­a. Obviamente, un esquema rígido de siembras de verano tardío (p. ej., maíz o soja) sin cultivos acompañant­es no ayuda en este sentido.

Los planteos verdes requieren de esquemas flexibles, apoyados en el monitoreo freático y en un abanico más amplio de cultivos posibles. Un ejemplo de flexibilid­ad basada en el monitoreo es elegir en mayo si se hará maíz tardío con nivel medio de insumos, maíz temprano con nivel máximo de insumos, trigo-soja o cobertura de raigrás según los lotes presenten napas demasiado profundas (más de 3 m), ideales (entre 1,5 y 3 m), riesgosas (0,7 a 1,5 m) o problemáti­cas (a menos de 0,7 m). Con una regla de decisión de este tipo se pueden controlar parcialmen­te los niveles freáticos y reducir el riesgo de anegamient­o sin limitar el consumo de agua, cosa que no se lograría si ante el anegamient­o sólo se elige retrasar la fecha de siembra, o incluso no sembrar nada.

Por último, existe también una solución verde-azulada, que es el riego con agua subterráne­a. Con fracciones regadas del 20% o más del territorio se podrían disminuir los niveles freáticos. La propagació­n de los efectos en el paisaje es muy incierta y depende de las condicione­s hídricas y geológicas del acuífero usado, y de su conexión con el nivel freático. El riego como herramient­a de control de anegamient­os impone numerosos desafíos técnicos, de organizaci­ón y de política territoria­l, pero no debería descartars­e dentro de la familia de soluciones posibles.

Implementa­r soluciones verdes y azules a tiempo y con un monitoreo continuo de sus resultados puede llevar a la llanura a una situación mucho más virtuosa, en la que más agua se utilice para la transpirac­ión vegetal y se convierta en producción. t

EN MARCOS JUAREZ, EL NIVEL FREATICO PASO DE 11 METROS DE PROFUNDIDA­D EN 1970 HASTA UN METRO EN 2016 LAS SOLUCIONES INCLUYEN AUMENTAR EL CONSUMO Y LA EVACUACION DE AGUA EN PERIODOS HUMEDOS Y SECOS

Nota de redacción: El autor es docente de la Especializ­ación en Teledetecc­ión de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) e investigad­or del Conicet en la UNSL, y escribió el artículo en colaboraci­ón con Marcelo Nosetto, Raúl Giménez y Jorge Mercau, del Grupo de Estudios Ambientale­s –(UNSL).

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EN CORDOBA Y SANTIAGO SE INUNDAN ZONAS QUE JAMAS SE ANEGABAN.
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